A lo largo del tiempo, desde los emperadores romanos hasta los presidentes contemporáneos, el juego político continúa siendo una constante en la historia de la humanidad. Según los planteamientos de Dick Morris, en su obra Juegos de Poder, “el poder se juega con reglas no escritas, donde el vencedor es aquel que mejor comprende las motivaciones humanas.” Esta poderosa afirmación refleja la realidad de que, para los lideres políticos, la capacidad de influir en los deseos y necesidades de sus seguidores es clave para alcanzar el éxito.
Un ejemplo preclaro de esto es Julio César, quien logró ascender en la jerarquía política romana a través de una combinación de carisma, astucia y una comprensión profunda de las debilidades de sus contendores. Al cruzar el Rubicón en el año 49 a.C., Cesar desafió las convenciones políticas tradicionales de su tiempo, lo que lo llevó a una guerra civil que culminó en su ascenso al poder como dictador perpetuo.
No obstante, su incapacidad para manejar adecuadamente las tensiones internas de Roma y los celos de sus compañeros políticos eventualmente condujo a su asesinato, demostrándonos que, en los juegos de poder, incluso los más grandes estrategas pueden caer.
Otro caso relevante es el de Napoleón Bonaparte, a quien se le considera un maestro en la manipulación del poder. Bonaparte aprovecho la propaganda y su control del ejército para ascender al poder en Francia tras la Revolución. Supo jugar con las ambiciones desmedidas de otros lideres europeos, firmando alianzas temporales y luego traicionándolas cuando más le convenía.
A pesar de su gran habilidad para acumular poder, sus excesivas ambiciones lo llevaron a la derrota final en Waterloo, otro ejemplo de cómo los juegos de poder pueden ser traicioneros si perdemos de vista la realidad política.
No todos los lideres han sido capaces de dominar los juegos de poder. Morris subraya con perspicacia que “la capacidad para leer el tablero político es fundamental, pero más importante es saber cuándo retirarse de una jugada”. Este error lo cometió Adolf Hitler, cuyo ascenso meteórico al poder en la Alemania nazi se apoyó en la manipulación de la propaganda y la explotación del resentimiento popular luego de la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, su incapacidad para reconocer los límites de su poder y la subestimación absoluta de sus enemigos, lo llevaron a una guerra que no pudo ganar, culminando en el colapso del Tercer Reich y su derrota total.
Un ejemplo notable también lo es el expresidente trigésimo séptimo de los Estados Unidos, Richard Nixon, quien cayó víctima de su propia paranoia durante el escándalo de Watergate. Nixon, un político experimentado y astuto se convirtió en un maestro de la negociación, logrando consolidar grandes éxitos en la política exterior de su país, pero sus maniobras encubiertas y la obsesión por eliminar a sus oponentes lo llevaron a su renuncia.
Este caso, particularmente, resalta una lección importante: el poder mal gestionado -en la mayoría de los casos- puede volverse en contra de quien lo posee.
A medida que el mundo avanza hacia la interconexión y globalización, las reglas del juego político también han evolucionado. Este autor describe como “la política moderna está cada vez más influenciada por los medios de comunicación y las redes sociales”, lo que ha permitido la creación de nuevos espacios para la manipulación del poder.
Los lideres contemporáneos están ante el desafío de enfrentarse a una opinión pública global, lo que les exige manejar su imagen con delicadeza.
Un ejemplo de esto es Donald Trump, cuyo uso eficiente de la plataforma Twitter, su capacidad para comunicarse directamente con su base electoral y por supuesto, su narrativa mediática, fueron clave para la victoria del año 2016. Esto demuestra que en la era digital la transparencia y la información fluida se han convertido en armas altamente poderosas.
En otra mirada, Angela Merkel que es considerada un ejemplo de líder, jugo con éxito el juego del poder en un entorno globalizado. Su prudencia, la capacidad para articular alianzas y su liderazgo firme durante la crisis del euro y la migración, la consolidaron como una de las lideres más influyentes de Europa. Merkel ejemplifica como el poder puede gestionarse de manera más constructiva, propositiva y a largo plazo, preservando una imagen pública moderada y evitando los movimientos arriesgados.
Una de las partes más reveladoras de esta obra se concentra en la claridad estratégica, Dick Morris describe con maestría como los lideres exitosos saben “cuanto arriesgar y cuando retirarse”, una lección que resuena a lo largo de la historia política. Es la capacidad para medir el riesgo y actuar en consecuencia, lo que separa a los grandes estrategas de los políticos comunes, así ha sido y así será.
El liderazgo político que no logra entender las reglas o subestima a sus oponentes y contendores, termina perdiendo la partida, dejando lecciones valiosas para los futuros estrategas políticos.