Otros expedicionarios y otros navíos se sumaron a los que había en Cayo Confites, que ya de por sí estaba superpoblado y confrontaba problemas de todo tipo. Los entusiastas recién llegados muy pronto se convertían en compañeros de infortunio de aquellos que durante semanas o meses habían soportado el rosario de penurias que el cayo brindaba a sus visitantes. Reinaba, sin embargo, ocasionalmente, el entusiasmo, a pesar de las calamidades, la frustración y el desencanto. El día de la partida parecía estar cerca, pero nunca llegaba. En el incógnito día de la partida pensaban todo el tiempo los expedicionarios. Se decía que solo se estaba en espera de un par de lanchas torpederas, otros dos bombarderos, que se agregarían a cuatro o cinco que ya estaban disponibles, y un nuevo y más moderno y grande buque que nunca terminaba de llegar y al que ya todos los hombres llamaban El fantasma. De hecho lo siguieron llamando fantasma aún después que apareció.

Uno de los barcos, la goleta Angelita, cayó por casualidad en manos del pequeño ejército el día 11 de septiembre y fue tal vez —como sugiere Tulio Arvelo— el momento estelar, la más importante acción militar, el más memorable y triunfal acontecimiento de la desaventura de Cayo Confites, quizás el único.

El mismo Tulio Arvelo describe con mesura este episodio que tanta alegría produjo a las tropas y que contribuyó en gran manera a levantar la decaída moral:

“Esa mañana de clara visibilidad en el horizonte se armó un corre corre acompañado de un enorme griterío. Fui a indagar y alguien me dijo: ‘Se están embarcando en El Fantasma y van a partir’. Pensé que se trataba de la salida hacia Santo Domingo. Pedro y yo corrimos en busca de noticias. A los que preguntamos ninguno sabía lo que estaba sucediendo. Vimos desde la playa como se alejaba El Fantasma”.

“Después supe de qué se trataba. Mon Febles, un dominicano, viejo lobo de mar, vio un barco en el horizonte y gritó a viva voz: Ese es el ‘Angelita’ de Trujillo. Lo conozco porque fui su capitán durante muchos años”.

«Aquella exclamación corrió como pólvora y se resolvió capturar la nave trujillista para hacer la primera presa de la expedición. Se organizó un grupo comandado por Diego Bordas y se hicieron a la mar. La cacería del “Angelita” duró tres o cuatro horas y cuando lo capturaron lo llevaron al cayo en medio de una gran algarabía». (1)

La versión de Fidel Castro sobre el mismo acontecimiento tiene unos tintes más personales y heroicos y difiere en muchos aspectos de la de Tulio Arvelo. Fidel se atribuye méritos y acciones que dio a conocer a una periodista en 1993 y que no se mencionan en escritos de otros expedicionarios. Aún así no hay que dudar de que la fidelidad del relato de Fidel sea fidedigna:

«Cuando íbamos acercándonos al cayo, Pichirilo [Ramón Emilio Mejía del Castillo], un dominicano jefe de aquel barco, muy buen marino, una persona muy buena que luego vino con nosotros en el Granma, vio una goleta a una distancia en que normalmente no se divisaría y dijo: “Esa es la goleta Angelita, de Trujillo”. Aquel hombre tenía una vista tremenda. Yo me quedé asombrado por la seguridad con que afirmó su visión.

«En cuanto llegó al cayo dio la voz de alarma y avisó al mando que por allí estaba cruzando la goleta Angelita, de Trujillo, que se dirigía de Este a Oeste, como procedente de Santo Domingo. No se sabía si se encontraba armada o si estaba espiando, o qué hacía por esa zona. Toda la fantasía se desarrolla siempre en situaciones de expediciones, aventuras y guerra.

«Se armó en medio del Atlántico un revuelo colosal. Un problema importante estaba teniendo lugar. Se reunieron los jefes, se formó la tropa, más bien un grupo grande de combatientes. Enseguida pidieron voluntarios para atacar la goleta de Trujillo y tomarla. Yo fui el primer voluntario que levantó la mano para la aventura de capturarla. Me enrolé, tomé mi fusil y listo. Entonces prepararon El Fantasma, porque era más rápido que la Maceo. Nos montamos de inmediato desde la misma orilla, porque era una barcaza de desembarco, bastante grande, seríamos 20 o 30 los encargados de la misión.

«Dieron la vuelta, ya Angelita venía acercándose y de pronto parecía que al ver nuestro barco la goleta se alejaba. Estuvimos unas tres horas para darle alcance, hasta que nos fuimos acercando, pegaditos, muy cerca, muy cerca. Efectivamente, cuando nos aproximamos lo suficiente se comprobó que la goleta se llamaba Angelita y seguimos la misma operación hasta que, a unos metros de ella, casi pegados, nos levantamos por la borda —porque tenía como una cubierta—, y le dimos el alto.

«Había un hombre en cubierta, al que se le dio el alto, se le ordenó que no se moviera, pero él se movió, corrió y entró. Yo era el que más cerca estaba, pero no le tiré; no sé si alguna de la gente hizo algunos disparos al aire. Le di el alto, se suponía que la goleta podía estar armada, que podía tener dinamita o traer gente bajo cubierta, soldados de Trujillo. No sé ni cómo lo hicimos, sé que desde la proa del barco salté sobre la cubierta de la goleta.

«Fui el primero que llegué, penetré en la cabina e hice prisioneros a los tripulantes. Pero me di cuenta de que aquel hombre no era un peligro y no había nadie armado, no tenían ningún arma ni dinamita ni nada. Era una goleta de Trujillo porque todo en Santo Domingo era de él, y cruzaba por allí, porque era el lugar por donde tenía que pasar». (2)

Otros autores confirman el incruento final de esta versión, que dista mucho de ser unánime. Como de costumbre las narraciones sobre un mismo hecho tienden a ser diferentes. En la de Miguel Pumariega, se afirma que al Angelita “le tiraron con armas de grueso calibre delante de la proa para detenerlo”, y en la de Juan Bosch se asegura que los expedicionarios “cayeron en cubierta disparando sus armas”. (3)

Lamentablemente el botín del Angelita se lo sirvieron los hombres de Masferrer con la cuchara grande. Fue prácticamente un saqueo, otra de las muchas canalladas de Masferrer. Se “robaron numerosos objetos —sábanas, colchones, leche evaporada, cigarrillos y otros— que debieron haber entregado al alto mando para el uso que estimara conveniente”. (4)

Aparte de ese importante y a la vez amargo triunfo, los hombres de Cayo Confites no tuvieron muchos motivos de regocijo, con la excepción de la aparición de El fantasma el 8 de septiembre. En esa fecha los expedicionarios enfrentaban una nueva crisis de desabastecimiento de agua y los cubanos celebraban el día de la virgen de la Caridad del Cobre. Construían altares con los materiales más impensados, en los que colocaron imágenes de la virgen, se reunían en grupos de oración y oraban devotamente durante horas, hacían ofrendas, marchaban por el cayo en procesión. La llegada del fantasma había sido anunciada con antelación el día anterior, mediante un radiograma, pero los devotos la atribuyeron, y a lo mejor con razón, a un milagro de la milagrosa Virgen, la patrona de Cuba, la venerada Cachita.

“Algunos daban gracias a la virgen de la Caridad del Cobre por haberles traído la embarcación. Otros pregonaban a voz en cuello que al fin partirían hacia Santo Domingo”. (5).

(Historia criminal del trujillato [112])

Notas:

Tulio H. Arvelo, “Cayo Confite y Luperón, “Memorias de un expedicionario”, p. 59
Katiuska Blanco Castiñeira, “Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo”, pags. 390-392.
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”, p. 249.
Ibid., 251.
Ibid., 240-241.