Cayo Confites era una especie de paraíso para las moscas y los mosquitos, un lugar surrealista que parecía haber sido elegido por el enemigo. Quizás el lugar perfecto para entrenar y endurecer a las tropas, que comenzaron a llegar a finales de julio de 1947.
“Al principio era —dice Tulio H. Arvelo—una línea en el horizonte. Pensaba que al acercarnos comenzarían a destacarse los accidentes de la costa con sus árboles y edificaciones; pero por más que nos aproximamos el cayo seguía siendo eso: una línea en el horizonte”. (1)
Cayo Confites se encuentra a una respetable distancia de la costa, apenas tiene la cuarta parte de un kilómetro cuadrado, cerca de novecientos metros de largo, menos de doscientos metros de ancho y escasamente un metro sobre el nivel del mar, casi como quien dice a ras de mar. Más que un cayo es un incordio, una balsa de piedra, de piedra y arena, como diría Saramago. Carece de agua dulce y tiene muy poca vegetación. En cambio el viento sopla continuamente, un viento necio, viento y arena que no dan paz ni tregua.
A los ojos de los expedicionarios se presentó un paisaje de mangles, de matojos, arrecifes y arenales, yerba rala y mosquitos infinitos, nubes y nubarrones de mosquitos a los que más tarde se unirían las apestosas moscas. Las nutritivas moscas que se tragaron o tuvieron que tragarse muchas veces al ingerir los alimentos.
En el cayo había una playa, por supuesto, una playa sin la cual un cayo no sería cayo por definición, había un anillo de arrecifes y manglares y había unos pocos árboles, en su mayoría uvas de playa y había pinos más o menos frondosos.
También había una casa de madera, una casa azul con techo de palma de guano y con jardín, que se convertiría en la sede del estado mayor del ejército revolucionario, y había unos cuantos bohíos miserables que habían dado cobijo a los anteriores pobladores del lugar. A los humildes pescadores que habían sido forzados a abandonar el cayo y gran parte de sus pertenencias para darle cabido al ejército de liberación.
Había, por cierto, unos cuantos puercos y gallinas que sus dueños no habían podido llevarse y que duraron poco tiempo vivos y había unos cuantos cocos en unas pocas matas que tampoco sobrevivieron al apetito de los recién llegados.
A ese lugar habían venido a parar en dos buques sobrecargados los primeros expedicionarios a eso del mediodía del 30 de julio de 1947. Otros se les unirían más adelante y allí permanecerían durante más de tres meses en condiciones que Fidel Castro califica de horribles:
“Los reclutados para Cayo Confites estuvimos alrededor de 100 días —tres meses, por lo menos—, en condiciones horribles: no había agua, no existía un campamento. El agua se llevaba en bidones de petróleo, que ni siquiera habían sido lavados cuidadosamente, y sabía a combustible; la comida era pésima, teníamos que cocinarla nosotros mismos como pudiéramos, en tanques también, con mucho trabajo.
“Eran los meses de primavera y verano. Llovía mucho, no teníamos donde cobijarnos, sino en chabolas, unas pequeñas cabañitas de paja que protegían de los rayos del sol, pero no de la lluvia. Cuando llovía, como no teníamos capa ni protección alguna, nos empapábamos por completo. Además, apenas tenía árboles aquel cayo; era arenoso. Se extendía entre un kilómetro u 800 metros. De ancho eran unos 200 o 300 metros y hacia el sureste tenía una buena playita, más profunda, donde se acercaban los barcos provenientes del territorio nacional.
“Las condiciones materiales de la tropa eran miserables. ¡Increíble!, ¡con todo el dinero, con todos los recursos de que disponían! Mandaron a los hombres para un cayo desolado. Pienso que se hubiera podido organizar muy bien: llevar agua, alimentos adecuados. Los jefes permanecían en unas cabañitas… ¡No se sabe lo que ellos hicieron con todo aquel dinero!”. (2)
La versión de Tulio H. Arvelo, en lo esencial, no difiere mucho de la de Fidel Castro y añade algunos elementos que complementan y realzan la vívida descripción de aquel ambiente:
LA VIDA EN CAYO CONFITES
“Desde antes de mi llegada corría de boca en boca la versión de que habían fusilado a Billo Frómeta y a Manuel álvarez porque intentaron desertar del cayo, un crimen que se castigaba con la muerte.
“Esa especie me causó un gran pesar porque los conocía a ambos. Billo Frómeta, una gloria de la música popular dominicana y Manuel álvarez, un amigo de la infancia.
“Más tarde con alegría me enteré, después que pasó todo, que no era cierto lo del fusilamiento, Habían abandonado las filas de la expedición antes de llegar al cayo.
“Desde La Habana se les envió a Venezuela en donde todavía ejercen sus respectivas profesiones de médico y de músico de grandes éxitos. Se trataba de una artimaña para amedrentar ya que por las condiciones en que se vivía se tenía el temor de que otros intentaran abandonar la empresa.
“Escaseaban el agua y la comida y las condiciones higiénicas eran sumamente malas. Se utilizaba como retrete una porción extrema del cayo detrás de unos arbustos y las materias fecales criaban una cantidad de moscas incalculable que constituían un grave foco de infección. Algunas personas, Cotubanamá Henríquez entre ellas, tuvieron que ser evacuadas con gastroenteritis o con fiebre tifoidea. Para comer con sosiego había que internarse en el mar hasta que el agua le llegara a la cintura. No sé por que extraña razón las moscas no llegaban hasta más de un metro de la orilla”. (3)
(Historia criminal del trujillato [111])
Notas
- Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p. 53
- Katiuska Blanco Castiñeira, “Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo”, p. 385
- Tulio H. Arvelo, op. cit., p. 65
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba, “La expedición de Cayo Confites, Su escenario hemisferico”
(https://www.institutomora.
Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites
Bernardo Vega (https://catalogo.
Expedición de Cayo Confites
(https://www.ecured.cu/
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”.
Katiuska Blanco Castiñeira, “Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo”,
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”