Juan Bosch (sin camisa) en Cayo Confites junto a varios compañeros.

El cuadro que pinta Tulio H. Arvelo sobre la situación en el campamento de Cayo Confites es poco menos que deprimente, y en algunos casos alarmante. Uno de los expedicionarios había dicho en alguna ocasión que con tal de tener hombres para pelear habían reclutado a todo el que quería ir, pero lo que cuenta Arvelo en otro pasaje de su libro es aun más desalentador:

“De los 1,300 hombres, los dominicanos no éramos ni 400. La inmensa mayoría eran cubanos. La intención de ir a liberar a Santo Domingo era realmente un ideal de muchos de ellos. Pero también había algunos que, al margen de los ideales, estaban allí por espíritu de aventura y no pocos por afán de lucro.

“Había elementos que procedían de los bajos fondos de Cuba, gente alevosa como se vio en el incidente entre ‘Cascarita’ y ‘Mejoral’. Se decía entre los dominicanos que algunos cubanos habían hecho mapas de la ciudad de Santo Domingo donde se indicaban las ubicaciones de las joyerías de Prota y la de Oliva, las dos más importantes de esos días. Por eso había entre los dominicanos el temor de que ese pequeño grupo de aventureros entrara al saqueo de la ciudad sin que les animara ningún ideal liberador. Lo que sí era atendible es que la mayoría era gente agresiva, fogueada bien armada, bien entrenada y numerosa y que el régimen de Trujillo no estaba preparado en aquella época para resistir una invasión de ese calibre. Nunca se organizó una expedición tan fuerte ni en un momento más oportuno”. (1)

Sin embargo, esto no era lo peor. Arvelo afirma que la “rivalidad entre los grupos políticos de La Habana, se reflejaba en la conducta de la gente que estaba en el cayo. Entre los propios comandantes de los batallones la rivalidad más fuerte era la que existía entre Eufemio Fernández y Masferrer.” (2) Ya se vio, en efecto, cómo un conato de enfrentamiento entre los batallones que ambos comandaban estuvo a punto de concluir en una carnicería.

Las relaciones entre los expedicionarios no siempre fueron las mejores. Pero además, Roberto Masferrer era un intrigante, un personaje perverso, alguien que demostraría ser un abusador, un torturador un asesino. Odiaba a Bosch con la misma intensidad con que lo envidiaba, se resentía de su don natural de liderazgo y de su prestigio intelectual. Bosch le hacía sombra, y para contrarrestar su influencia solo se le ocurría quitarle la vida. Entre Bosch y él había una enemistad de vieja data.

Juan Bosch era, junto a Juancito Rodríguez y Ramírez Alcántara, uno de los dirigentes más destacados del exilio dominicano en esa época. De hecho eran los hombres que tenían un mayor ascendiente, la mayor influencia y autoridad moral sobre los dominicanos (y sobre muchos cubanos) que participaban en la aventura expedicionaria.

Rodríguez García —como dice Crassweller—, no solo era uno de los hombres más ricos de República Dominicana antes de huir con su familia y abandonar sus grandes propiedades, no sólo aportó su dinero a la lucha contra el gobierno de la bestia, sino su firme, inquebrantable determinación hasta la hora de su muerte en Venezuela en 1959, dos años antes del ajusticiamiento del tirano.

Dice Tulio Arvelo que a su llegada a Cayo Confites, junto con otros compañeros, “Don Juan nos saludó con un abrazo” y que era un hombre “de sesenta y tantos años, pero todavía muy fuerte, de constitución robusta, muy conversador, con el hablar típico del campesino dominicano”.

En opinión de Arvelo y tantos otros, “la llegada de don Juan a los círculos de los emigrados dominicanos fue la chispa que encendió los ánimos. Muchos de ellos habían salido desde los inicios de la toma del poder por Trujillo quince años atrás. Algunos ya habían alcanzado la edad en que sus aportaciones a la lucha tenían que circunscribirse a publicar artículos en los periódicos o a tareas de gabinete. Pero el empuje de don Juan, a pesar de sus sesenta y cinco años de edad, los puso a todos en actividad. Además de su vitalidad traía en su morral el elemento que siempre había escaseado entre los emigrados para la empresa que se proponían realizar: el dinero”. (2)

Miguel Ángel Ramírez, pariente de Juancito Rodríguez, era un civil con vocación militar y título de general, igual que Juancito Rodríguez, un tipo bragado, uno de los más tenaces y conocidos dirigentes de aquella época. Jugó un papel de primer orden en diferentes proyectos libertarios y acciones armadas, incluyendo Cayo Confites y Luperón. Lucharía en Guatemala a favor del gobierno de Juan José Arévalo y tendría importante participación en la llamada Legión del Caribe, que combatió a favor del demócrata José Figueres en Costa Rica.

Juan Bosch era y seguiría siendo un escritor, un intelectual, el hombre que organizó a una gran parte de los exiliados en un gran partido político. Escritor y político sempiterno. Dice Crassweller que fue Bosch quien puso en marcha los preparativos que darían origen a los acontecimientos que entonces dominaban la opinión pública en el área del Caribe.

Al joven Fidel Castro, que estuvo a punto de iniciarse como guerrillero en la abortada expedición, no le cayó en gracia Juancito Rodríguez, pero de Juan Bosch dejó una descripción muy elogiosa, un retrato hablado que no tiene desperdicio:

“Durante aquel período se esperaba más personal procedente de Cuba, Miami y otros lugares. Estando en la isla, un día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos, Juan Bosch. Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo a mí me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó.

“Lo recuerdo como un hombre mayor. Cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 o 37 años. Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles; trasmitía todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás, estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorpora a la acción, llegada la hora de la lucha —un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de nuestra propia guerra—. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado”.
(Historia criminal del trujillato [110])

Notas:

Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p.58
Ibid, p.68
Ibid, p. 24
Katiuska Blanco Castiñeira, “Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo”, p. 388
Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba, “La expedición de Cayo Confites, Su escenario hemisférico”

(https://www.institutomora.edu.mx/amec/XVIII_Congreso/JORGE%20RENATO.pdf)Robert D.

Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites

Bernardo Vega (https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/opac-tmpl/files/ppcodice/Clio-2020-200-033-049.pdf)

Expedición de Cayo Confites

(https://www.ecured.cu/Expedici%C3%B3n_de_Cayo_Confites)

Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”.

Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”