En el mes de enero de 1946 —la época en que Juancito Rodríguez llega a Cuba, una vez terminada la segunda carnicería mundial—, todo conspiraba a favor de un gran movimiento insurreccional contra el gobierno de la bestia. No faltaban, por supuesto, hombres entrenados y con experiencia militar ni faltaban armas ni dinero para comprarlas a precios inmejorables. Había un exceso de disponibilidad. De hecho, quizás el mayor problema y una de las causas del fracaso de la expedición se debió al gran número de personas que se sumó a la empresa.
Desde que se inició la leva, el reclutamiento, la gente empezó a acudir por docenas al Hotel San Luis de La Habana, que era en principio el centro de operaciones, y en poco tiempo se alistaron más de mil voluntarios. Se alistaron cubanos, venezolanos, guatemaltecos, nicaragüenses, puertorriqueños, norteamericanos y hasta veteranos de la guerra civil española. Se alistaron, por supuesto, dominicanos, en un número muy inferior al de los demás, unos cien o tal vez menos dominicanos, y se alistaron idealistas y conspiradores, numerosos aventureros, villanos y buscavidas, gente marginada y desarraigada, espías, delatores, agentes del gobierno de la bestia y del imperio. También se alistó Fidel Castro Ruz, cuando apenas tenía poco más de veinte años, con un grupo de compañeros.
José Alemán, el ministro de Educación del presidente Grau, prestó inestimable ayuda al movimiento y fue de alguna manera el enlace entre este y el gobierno, mientras que Eufemio Fernández, el jefe de la Policía de La Habana, se contaba entre los más abiertos y dedicados colaboradores.
La organización, el reclutamiento, el entrenamiento del Ejército expedicionario y todo lo que pretendía ser clandestino (con la velada o discreta autorización del gobierno de Grau San Martín), se convertirían muy pronto en un secreto a voces.
En cuanto al aspecto financiero, los altos dirigentes del exilio dominicano se enfrascaron en la tarea de recabar ayuda de los gobiernos amigos para conseguir armas y pertrechos, y a ellos se sumó el recién llegado y muy entusiasta Juancito Rodríguez. En rigor, desde su arribo a Cuba, Juancito Rodríguez se puso personalmente y financieramente al servicio incondicional de la causa y muy pronto ocupó el más alto cargo en la dirección de la misma. Juancito Rodríguez aportó, entre otras cosas, los fondos para la compra de tres barcos y ocho aviones de combate en los Estados Unidos.
Por su parte Juan Bosch visitó México y otros países en busca de ayuda financiera y empleó con el mismo propósito sus buenos oficios con el gobierno y el gobernante de Venezuela. De este país obtuvo recursos que permitieron adquirir otro par de aviones, un par de inestimabilísimos bimotores Douglas, DC-3.
Por si fuera poco, Juan Bosch también estuvo en Haití y obtuvo una valiosa contribución de Ellie Lescot, el presidente del país, por un valor de veinticinco mil dólares. El aporte más generoso, consistente en varios millones de dólares provino del gobierno cubano de Grau San Martín.
Otro cargamento de armas, proveniente de la fuente más insospechada, se consiguió gracias a la feliz y traviesa iniciativa de Juan José Arévalo, el presidente de Guatemala. Arévalo se las ingenió —mediante una astuta movida, una engañifa en la que participó personalmente—, para comprar cañones y ametralladoras, rifles y abundantes pertrechos al gobierno de Argentina, al gobierno de Juan Domingo Perón, que era amigo y aliado de Trujillo y nunca hubiera movido un dedo en su contra. Perón creyó en ese momento que le estaba vendiendo armas al gobierno de Guatemala y no a los enemigos de Trujillo, el presidente del país donde algún día tendría que asilarse. Lo peor fue que las vendió a un precio simbólico, a precio de vaca muerta, por una cantidad irrisoria que pagó Juancito Rodríguez.
Hasta entonces los Estados Unidos no habían intervenido ni a favor ni en contra del movimiento, aunque apenas un año atrás le habían negado a la bestia la venta de un cargamento de armas y le provocaron de paso un gran disgusto. Mientras tanto se limitaban a observar, asegurándose de que las cosas no salieran de su cauce y en el momento oportuno echarían todo a perder.
Todo parecía, sin embargo, estar saliendo bien. El número de los integrantes de la expedición aumentaría hasta alcanzar unos mil doscientos o mil quinientos miembros y pasaría a llamarse “Ejército de Liberación Dominicano”, a pesar de que los dominicanos constituían una exigua minoría. Ni siquiera un diez por ciento.
Una primera fase del entrenamiento se llevó a cabo en la provincia oriental de Holguín bajo la órdenes de Manolo Bordas, un personaje que había alcanzado el rango de teniente en el Ejército norteamericano y que dividió a los expedicionarios en cuatro batallones donde figuraban tres cubanos y un hondureño y ni un solo dominicano al mando. Para peor –extrañamente peor— en uno de ellos fungía como comandante el facineroso Rolando Masferrer, enemigo acérrimo de Juan Bosch, el mismo hombre que durante el régimen de Fulgencio Batista sería jefe del grupo de sicarios que llevaría orgullosamente su nombre: Los Tigres de Masferrer.
A principios de 1947, los integrantes del Ejército de liberación fueron trasladados hacia un lugar llamado Cayo Confites, perteneciente a la Provincia de Camagüey, donde fueron recibidos por altos oficiales del gobierno y bandadas de mosquitos. No era un lugar hospitalario, pero era un lugar estratégico, aislado, discreto, que se prestaba a la perfección para completar el entrenamiento militar, la preparación para una invasión por aire, mar y tierra, que se prolongó más de la cuenta.
Eventualmente, en el mes de julio de 1947, se elegiría un alto mando, un consejo revolucionario integrado por Juancito Rodríguez (como comandante en jefe), Angel Morales (como presidente del consejo), Juan Bosch, Leovigildo Cuello y Juan Isidro Jimenes Grullón. Sin embargo, quizás el verdadero mando o una gran parte del mando lo tenían los comandantes de los batallones.
(Historia criminal del trujillato [107])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator
LA EXPEDICIÓN DE CAYO CONFITES, SU ESCENARIO HEMISFÉRICO”
Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba.
(https://www.institutomora.edu.mx/amec/XVIII_Congreso/JORGE%20RENATO.pdf)
Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites
Bernardo Vega*
https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/opac-tmpl/files/ppcodice/Clio-2020-200-033-049.pdf
Expedición de Cayo Confites
(https://www.ecured.cu/Expedici%C3%B3n_de_Cayo_Confites)
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”.