La expedición de Cayo Confites, a pesar de todos los problemas que confrontaba, no fracasaría a causa de sus conflictos internos sino por culpa de una nefasta confluencia de factores externos. El imperio y la bestia, cada uno por su lado, conspiraban desde el principio contra el movimiento, movían todos los hilos, los infinitos recursos de que disponían para malograrlo, provocar un aborto, la disolución del más grande y mejor equipado y entrenado ejército que alguna vez se organizó contra el régimen de la bestia, y terminaron saliéndose con la suya.
Por otro lado, el apoyo que brindaba el Gobierno de Ramón Grau San Martín a la expedición se sustentaba sobre una base inestable, precaria. Dentro del mismo Gobierno había una feroz lucha interna entre diferentes facciones y altos funcionarios civiles y militares. No todas las instituciones del Estado apoyaban el proyecto libertario y algunas lo adversaban abiertamente. Las fuerzas armadas, y muy en especial la marina de guerra, mantuvieron en el mejor de los casos una actitud ambigua. Pero el más grande y solapado enemigo era un mantecoso general de trescientas libras de peso que respondía al nombre de Genovevo Pérez Dámera. Era el jefe de estado mayor del ejército cubano y no solo respondía al nombre, sino también a la voz del amo y a la voz del dinero.
En el gobierno de Grau San Martín, que no era un modelo de probidad, los bandos políticos rivales —fuerzas oscuras, políticos pandilleros y pandilleros políticos que se disputaban a balazos una mayor tajada del poder— se movían con exceso de libertad y cometían actos terroristas y se mataban entre sí.
La más glamorosa de todas las carnicerías protagonizada por políticos gansteriles y mafiosos que se llevó a cabo en el gobierno de Grau fue la masacre de Orfila. Ocurrió el 15 de septiembre de 1947, en La Habana, y fue aparentemente una especie de ajuste de cuenta entre dos bandas armadas que contaban hasta cierto punto con apoyo del gobierno.
Se trata de un episodio que Tulio H. Arvelo describe puntualmente en su libro, con su habitual economía de recursos, y al que considera desde el título el inicio del acabose de la expedición de Cayo Confites, “EL COMIENZO DEL FIN”:
«Un mediodía teníamos sintonizada la radio. Suspendieron la música y comenzaron a dar noticias de última hora. Sonaba un clarín y el locutor decía: ¡ULTIMA HORA! ¡ULTIMA HORA! y anunciaba a seguidas que se había desatado un tiroteo en el reparto Orfila de Marianao. Se trataba del enfrentamiento de dos bandos políticos rivales que habían sido armados por el presidente Grau San Martín. Miembros de uno de los grupos habían rodeado la casa donde almorzaban algunos de los principales líderes del otro. Los dirigentes de dichas facciones eran, por los sitiadores, el comandante Mario Salabarría y por los sitiados el comandante Emilio Tró quien con otros compañeros visitaba la casa del comandante Morín Dopico» (1)
Lo peor de todo es que el inoportuno tiroteo se convirtió en un factor casi determinante del fracaso de Cayo Confites:
«Este suceso del reparto Orfila tuvo una repercusión decisiva en el destino de los hombres de Cayo Confite.
«Después de este sangriento hecho se desató una persecución en La Habana y en toda Cuba contra los grupos políticos rivales. Entre las medidas que se tomaron estuvo el registro de la finca "América" perteneciente al senador Manuel Alemán. Allí estaban depositados todos los armamentos que se suponía iban a ser utilizados por los aviones que acompañarían a la expedición de Cayo Confite y también algunas de las armas especiales como bazucas, bombas, etc., las que fueron incautadas por la Policía. (…) Después que había pasado el tiroteo, a eso de las 4:30 de la tarde, estaba leyendo sentado en una de las cubiertas cuando al llegar una lancha de la Marina de Guerra Cubana que se pegó al barco, varios marinos armados de ametralladoras nos abordaron. Uno de ellos, amigo mío por las veces que había estado a bordo, me encañonó por las costillas y dijo: "Bueno, vamos preso, que ya se acabó esta aventura"» (2)
En efecto, la gran aventura de Cayo Confites había llegado o estaba apunto de llegar a su fin. El mismo Tulio no lo podía creer hasta que lo convencieron a punta de ametralladora:
»Mi primera impresión fue que se trataba de una broma. Por eso ni siquiera le hice caso y seguí la lectura. Pero el empujón que me dio con el cañón de la ametralladora por entre las costillas me hizo comprender que aquel marinero otrora tan cordial y afectuoso hablaba en serio».(3)
El famoso tiroteo del reparto Orfila duró varias horas y tuvo un desenlace tan sangriento que conmocionó de mala manera a la población. Lo extraño del caso es que el presidente Grau San Martín se negó a intervenir, o más bien se negó incluso a recibir a las personas que acudieron al palacio a pedirle que interviniera. La noticia trascendió de inmediato y llegó a oídos del voluminoso Genovevo Pérez Dámera, que se encontraba en ese momento en Washington, en la capital del imperio, adonde había viajado discretamente con fines inconfesables. Fue él quien, desde Washington, envió tanques y camiones y vehículos blindados y numerosas tropas del ejército para ponerle fin a la contienda.
Una mujer encinta fue ametrallada y varios notorios personajes fueron ejecutados después de rendirse. Hubo un total de seis muertos y ocho heridos. Varias personalidades, y la opinión pública en general, señalaron a Grau San Martín como responsable y hasta lo acusaron de haber planificado el hecho o por lo menos de haber permanecido indiferente para propiciar el enfrentamiento de partidarios incómodos y librarse de algunos de ellos. De la matanza de Orfila saldría Grau San Martín debilitado y desprestigiado y se debilitaría por igual el apoyo que brindaba a los expedicionarios de Cayo Confites.
En cambio Pérez Dámera resurgiría fortalecido y envanecido, y asumió de inmediato una serie de iniciativas y un papel protagónico que al decir de Humberto Vázquez García alarmó a varios dirigentes políticos por el peligro que representaba. (4)
Pérez Damera ya se había vendido a Trujillo, y a muy buen precio además, aunque no tanto como lo que podía valer su peso en oro, y se había plegado naturalmente a los dictados del imperio. De varios asesores y altos funcionarios con los que se había reunido en más de una ocasión había recibido indicaciones o sanos consejos, instrucciones para poner las cosas en orden en la atribulada nación caribeña. No se podía permitir la existencia de bandas terroristas, no se podía permitir tanto desorden, no se podía permitir la existencia de un ejército como el de Cayo Confites, integrado por una mayoría de cubanos cuyo verdadero objetivo era tumbar el gobierno de Grau San Martín y que en cualquier momento podía escapar al control de las autoridades. La matanza de Orfila sería el pretexto, la excusa perfecta para desmantelar al ejército expedicionario.
(Historia criminal del trujillato [110])
Notas:
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”, p. 81
Ibid, p. 82
Ibid, p. 83
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”, págs. 264
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba, “La expedición de Cayo Confites, Su escenario hemisferico”
(https://www.institutomora.edu.mx/amec/XVIII_Congreso/JORGE%20RENATO.pdf)Robert D.
Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites
Bernardo Vega (https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/opac-tmpl/files/ppcodice/Clio-2020-200-033-049.pdf)
Expedición de Cayo Confites
(https://www.ecured.cu/Expedici%C3%B3n_de_Cayo_Confites)
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”.
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”.