Cada 26 de enero nos obliga a la reflexión, a pensar en ese ilustre soñador que amó tanto su tierra, su gente, su cultura y sus haberes. Su vida se centró en la conquista de una libertad plena y formación de un Estado de derecho que permita paz y tranquilidad a sus congéneres, mismos descendientes de una tierra marcada por las huellas del inmenso Enriquillo.
Juan Pablo, un ser iluminado que a pesar de su vida cómoda decidió luchar, para que su casa grande recupere su libre albedrío, sus derechos de propiedad, su independencia. Valiente como pocos, sin avaricia ni mezquindades, demostró que cuando se quiere se puede. Loor a él y su grupo escogido de amigos fieles.
Hay tanto y más que agradecerle. Y al recordar a Duarte, junto a ese sentimiento de agradecimiento tierno, nos inunda una inevitable sensación de culpabilidad y tristeza. Porque, cuál hubiese sido el destino de este territorio llamado República si Duarte no se empodera y pone su fortuna, su empeño y su destino a rodar como maquinaria sin freno hasta lograr su sueño? Nadie lo imagina totalmente, pero de seguro sabemos que sin su intelecto y firmeza, esta República no tuviera Dominicana por nombre! Y menos en una época donde se pagaba con la muerte.
Culpa. A mi entender, obviamente. Destino cruel al decir de muchos; desterrado, en la pobreza y enfermo. Ni mencionar culpables, la cuenta nos cabe a todos! Que deuda tan grande y eterna, porque mientras él y su grupo de Trinitarios lo daban todo, y lucha tras lucha logran la soñada independencia, salen entonces de la oscuridad los otros, entes mezquinos que se consideran dueños. Era Duarte tan puro que rayaba en la inocencia, a la mente noble la maldad sorprende.
Si algo perturba es la ausencia de la filosofía Duartiana en nuestro post moderno tiempo. Si algo turba es la indiferencia manifiesta de los milenials, la generación Z, los Alfa y los “nativos digitales”. No tengo nada contra ellos, están haciendo lo que aprenden, pero también debían cultivar el patriotismo. La ignorancia es peligrosa, encierra la carencia de respeto a los maestros. Ojo, si esto continúa en pocas décadas no conocerán el sentimiento de pertenencia a una tierra, a una tradición y cultura. O sea, erudición cero de identidad y descendencia.
En fin, termino en la esperanza de que se trabaje en las escuelas, y hogares, en la formación de ciudadanos y ciudadanas informados, conscientes del esfuerzo que costó materializar una República, y que el compromiso en agenda es que esta nación sea “integral”, plena en el imperio de la ley, y ojalá que esté centrada en las personas de igual a igual, para que no desaparezca!