Al conmemorarse este 26 de enero el 211 aniversario del natalicio del fundador y apóstol de nuestra nacionalidad e independencia, el patricio Juan Pablo Duarte Diez, propicia es la ocasión para que mantengamos vivo el ejemplo de sacrificio, entrega y desprendimiento del hombre que fue capaz de entregar todos sus bienes y los de su familia, que fue desterrado, ofrendando hasta su vida, pues padeció y murió en Venezuela en la más cruel de la pobreza, para que hoy todos los dominicanos disfrutemos de un país libre e independiente de toda potencia extranjera.
Con la celebración de su natalicio se inicia el “Mes de la Patria” y encuentra a nuestro país amenazado por la comunidad internacional para que aceptemos la instalación de centros de acogida y les brindemos todas las facilidades a los nacionales haitianos indocumentados; además, por bandas criminales que trafican con mujeres embarazadas e indocumentados en complicidad con altos jefes militares que están para cuidar nuestra frontera, así como por la ola de violencia e inseguridad que hoy opera en el territorio haitiano.
Juan Pablo Duarte no debe ser recordado solamente los 26 de enero de cada año con ofrendas florales, eucaristías, desfiles estudiantiles y con discursos destemplados de doble moral (alabando su figura y actuando contrario a su ideario). El mayor homenaje, reconocimiento o monumento que se le pueda hacer en su honor, es que cada dominicano, cada funcionario público, legislador, ministro, juez, alcalde, director y todo el que maneje recursos públicos, imite su ejemplo de pulcritud y transparencia, presentando una rendición de cuentas de los recursos que les fueron confiados.
Durante este “Mes de la Patria” en cada hogar dominicano se debe izar con mucha honra, orgullo, decoro y dignidad nuestra bandera tricolor; debemos reflexionar y preguntarnos si el esfuerzo y el sacrificio asumido por el patricio ha valido la pena; si estamos cumpliendo con su ideario y legado histórico; si hemos avanzado en materia institucional, municipal, migratoria y medioambiental; en transparencia y pulcritud; en el respeto a las leyes, en la defensa de nuestra frontera y soberanía; del patrimonio público y si se está aplicando una verdadera justicia.
Que actuemos con la debida transparencia, honestidad, prudencia y vocación de servicio, aplicando siempre los valores éticos, morales y patrióticos en cada uno de nuestros actos públicos y privados, tal como él los enarboló, nos los inculcó y aplicó. Al carecer de una cultura de rendición de cuentas en todo el país, ante tantas denuncias de actos de corrupción pública y privada, considero como el momento oportuno para emular el legado del Padre de la Patria, de ser el único dominicano que presentó una rendición de cuentas al país, sin que existiera en ese momento una ley ni alguien que se lo exigiera
Que en todas las escuelas públicas y colegios se cante su himno y se le rindan los honores correspondientes; que se retome la “Moral y Cívica”, que hace muchos años fue eliminada del currículo escolar, lo que sin duda alguna, ha servido de caldo de cultivo a la gran inversión de valores que hoy padecemos; que nuestros profesores, además de eficientizar y fortalecer la enseñanza, se preocupen por difundir los valores y símbolos patrios, para que en las presentes y futuras generaciones se despierte el fervor patriótico.
En un momento estelar en que se pretende destruir y enlodar a uno de los pocos referentes y paradigmas de honestidad y patriotismo que nos quedan, estamos obligados a promover y a difundir la vida y obra de quien fuera capaz de inmolarse y de ofrendar hasta su vida, con tal de dejarnos una patria libre y soberana de toda potencia extranjera; libre de la ignorancia, de la insalubridad, inseguridad, de las injusticias, de la falta de fe y del enriquecimiento ilícito.
Si así lo hacemos el sacrificio y el martirio sufrido por el Padre de la Patria, no habrá sido en vano.
¡Loor y gloria eterna a Juan Pablo Duarte!
¡Que viva la República Dominicana!