Empezando la década de los 80, yo era un muchacho de campo (no he dejado de serlo) que apenas conocía algunas zonas urbanas, entonces no muy grandes, como Santiago, Moca, Salcedo, San Francisco de Macorís y La Vega. Prácticamente desconocía el mundo urbano de nuestro país, en particular la capital dominicana. Por esta ciudad cruzaba cuando iba rumbo al aeropuerto, hablo de 43 años atrás, justo el tiempo que tengo conociendo a Juan Luis Pimentel.
A él lo conocí en una clase de Introducción a la Psicología, cuando me fui a vivir a la capital para iniciar la carrera de Antropología Social.
Estoy hablando de un tiempo comprendido entre finales de 1980 y principios de 1981. Se me acercó ese joven de ojos grandes que parecían saltarle del rostro, tal como se muestra en la fotografía y me dijo: “Es raro que la gente del interior hable tanto como tú”. En principio, no entendí lo que me decía y pensé que me reprochaba por hablar disparates; pero de inmediato me sentí alentado cuando agregó: “Interesante eso que dijiste”.
Se refería a lo que había hablado sobre la psicología de las clases sociales, interpretando un texto del profesor Juan Bosch contenido en su libro “Dictadura con Respaldo Popular” sobre los cinco niveles que forman a la pequeña burguesía dominicana. Recuerdo que dicho ejemplar se lo regalé al antropólogo norteamericano Martin Murphy, profesor de la materia Antropología Económica, quien también encontró “interesante” mi intervención sobre el tema.
Luego de ese “reconocimiento”, Juan Luis atacó las ideas que terminaba de exponer, sobre todo las referidas al tema del socialismo y del boschismo. Nunca conciliamos en torno a ellas, pero sí a partir de ese momento se convirtió en lo que yo llamaba “El maestro”, el amigo y el hermano.
Desde ese momento, no pasaba mucho tiempo sin que recibiera ataques demoledores a las ideas de matriz boschista y fidelista que yo sustentaba, aunque entonces formaba parte de un partido que como el PCD criticaba duramente al profesor Juan Bosch. Le agradezco que en nuestras frecuentes discusiones nunca hizo concesiones a estas ideas, lo cual, antes que socavar nuestra amistad, la fortalecía.
En mis notas manuscritas de los primeros años de la década de los 80 lo menciono cada día; era una especie de diario, el cual Juan Luis me estimulaba para que lo siguiera escribiendo, cuando sabía que no lo hacía. Era como si estuviera escribiendo una novela sin rumbo, por la inverosimilitud de algunos relatos sobre eventos en los años que compartimos.
Aunque también compartí algunos años de su vida profesional, circunstancia que me permitió aprender algunos fundamentos de planificación y gestión de proyectos, sobre su vida profesional e intelectual es mejor que hablen muchos intelectuales y profesionales que también estuvieron cerca de él y reconocieron sus aportes.
Cuanto escribo se basa en mi recuerdo sobre vivencias junto al “maestro”. Un filósofo, quien probablemente leerá esta nota, en una ocasión afirmó que muchas de las personas cercanas a él tienen un culto a su personalidad y en realidad fue así, algo que él no cultivaba y siempre rechazaba en su discurso
Despreciaba la anécdota como pensamiento, pero formaba parte de su vida cotidiana, de su jocosidad y solidaridad. En el año 1981, George H. W Bush, entonces vicepresidente de Estados Unidos, visitó al país, lo que ocasionó que Santo Domingo fuera militarizada. Era de noche cuando regresábamos de una práctica de una materia impartida por la eminente antropóloga June Rosenberg, los compañeros que vivían en la parte alta de la ciudad no podían regresar a sus barrios considerados “calientes” por temor a ser detenidos. Entonces, para cuidar a los compañeros, alguien tuvo la idea “Vámonos todos al malecón” y ahí nos dejó el autobús de la universidad para continuar teorizando, acompañados de “el licor divino que los dioses brindan a sus elegidos”, como buenos discípulos de June Rosenberg que éramos.
Solo William Mckinney (QEPD) con su Nissan 1200 (el único con auto del grupo) salió como a la 1:00 de la madrugada, porque tenía esposa e hijos esperándolo en la zona oriental de la ciudad, desafiando ser detenido, por su barba fidelista, que todavía era cuerpo de delito, a pesar de la apertura democrática del país.
Algunos años después fue formada la célula Jaques Viaux del Partido Comunista Dominicano (PCD) Y ahí me junté con Juan Luis, Mena, Holguín y Fran, bajo las orientaciones de Palacios, los hermanos Almonte y por último de Hernández.
Santo Domingo era pequeña, entonces solo algunos km² eran ámbito propiamente urbano. La conocíamos palmo a palmo por los trabajos políticos. Ahí estábamos juntos, en la célula Jacques Viaux del PCD, tratando de realizar nuestros sueños de un país mejor.
Juan Luis fue como el bastón y la piedra en el zapato, por el apoyo recibido en las directrices de las cosas y por las críticas que nos hacía. No sé si en ello influía su procedencia política del “feflismo”, del trotskismo sincrético entre morenistas y mandelistas o de una versión única dominicana marca De León, Holguín, Díaz, González y Pimentel, sus compañeros, buenos muchachos y excelentes profesionales con grandes dotes intelectuales.
Juan Luis se fue y en el día de hoy su liviano cuerpo desciende a unos cuantos metros de la superficie de la tierra, haciendo honor a aquellas palabras: “pues polvo eres, y al polvo volverás” ¡Juan Luis Pimentel que tus libertarias ideas vuelen en todo lo ancho y azul del firmamento!