Rómulo Betancourt, Fidel Castro, Juan José Arévalo, Eduardo Santos, Jacobo Arbenz, Rómulo Gallegos, Prío Socarrás, Wolfang Larrazábal y José Figueres, estadistas que independiente de sus ideologías, les caracterizó el común denominador de no vacilar en el cuestionamiento al tirano criollo Rafael Trujillo. Lo enfrentaron sin temor a sus represalias,  a sabiendas que dentro de su irrespeto social no respetaba fronteras para patrocinar tropelías. En esta ocasión nos referiremos a la actitud de frontal oposición que le demostró Juan José Arévalo, a propósito de la visita al país de su hijo Bernardo, actual presidente de Guatemala.

Un movimiento popular encabezado por estudiantes y maestros intimaron la dimisión de Jorge Ubico, dictador de Guatemala en 1944.   Juan Ponce Valdez aspirante a calzarse las botas de Ubico se apoderó del poder, fue desalojado por la revolución del 20 de octubre 1944. (Ricardo Sáenz de Tejada. «Revolución, guerra y democracia (1944-1969». Editado en Historia de Guatemala. Un resumen crítico.   Edelberto Torres Rivas, editor. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Guatemala, 2017. pp. 151-152)

Fueron celebradas elecciones libres y Juan José Arévalo resultó triunfante, asumió la presidencia en marzo de 1945 junto a una nueva Constitución democrática, que entre otros aspectos positivos derogaba leyes arbitrarias como las del trabajo forzado, que favorecían a empresas explotadoras como la que monopolizaba la producción de guineos. Arévalo perteneció a la juventud militante centroamericana que acorde con la tierra arrasada al nazismo hitleriano, asumieron el deber de exigir la desaparición de las tiranías en el Continente americano, principalmente la de Trujillo y Somoza. (Jorge Luján Muñoz. Breve historia contemporánea de Guatemala.  Fondo de Cultura Económica. Cuarta edición. México, 2012. pp. 272-276).

Los exiliados dominicanos liderados por Juancito Rodríguez, Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón y Angel Morales, decidieron que era imprescindible aprovechar la coyuntura de cuestionamientos a las tiranías tras la derrota de Hitler. Con la colaboración de Rómulo Betancourt entonces presidente de Venezuela y Juan José Arévalo se lanzaron a organizar un proyecto de invasión, logrando (con las diligencias de Betancourt y Arévalo) que Ramón   Grau San Martin, presidente de Cuba, le cediera el islote de Cayo Confites para organizar la expedición, que finalmente resultó frustrada. Fueron adquiridas armas desde la Argentina, tras la intervención directa de Arévalo con el presidente Perón.  Juancito Rodríguez fue el financiador del proyecto, pero la adquisición de las  armas tenía un curso legal, que Arévalo en su condición de presidente logró resolver.

Trujillo ordenó una campaña de difamación a nivel internacional contra Betancourt y Arévalo. Por ejemplo, se conoce  una comunicación de septiembre 1946, en esta el embajador en México solicitaba a la cancillería trujillista fondos adicionales para imprimir un folleto contra Arévalo, con el objetivo de ponerlo a circular en toda América. (Mu-Kien Adriana Sang Ben. La política exterior dominicana 1884-1961.  Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores.  Santo Domingo, 2000. T. II  p. 183).

Betancourt planteaba que todos los países  rompieran relaciones diplomáticas con Trujillo (solo lo lograría 14 años después, tras el atentado contra su vida) como parte del repudio generalizado a las tiranías tras la derrota de Hitler. No se produjo el consenso ante el temor que imponía Trujillo en toda el área de Centroamérica. La excepción fue el Gobierno de Arévalo, que rompió las relaciones con el régimen trujillista el 8 de julio de 1947, previo a lo que se consideraba era inminente invasión patriótica contra la satrapía criolla.

El “Jefe” temeroso que se concretizara el proyecto de Betancourt de cerco político internacional, combatió personalmente el rompimiento de relaciones del Gobierno de Guatemala, y en las Memorias al Congreso en el año siguiente, se quejó amargamente de la actitud radical de Arévalo:

“En el orden de estos acontecimientos, lamentables sobre todo por el perjuicio que han irrogado a los altos ideales de confraternidad americana que nuestro Continente se halla empeñado en concretar en el reconocimiento jurídico de los deberes y derechos de nuestros pueblos, tenemos que señalar la medida inconsulta adoptada por el Jefe del Estado guatemalteco para interrumpir las relaciones diplomáticas establecidas entre la República Dominicana y Guatemala. El carácter demagógico de esta medida, que sin duda obedeció al propósito oculto de servir inconfesables intereses, […] (Rafael L. Trujillo. Discursos, mensajes, proclama.   Editorial El Diario.  Santiago, 1948. T. VII p. 362).

El proyecto patriótico de Cayo Confites fracasó, Trujillo compró al jefe del Ejército de Cuba, Genovevo Pérez Dámera y este de modo unilateral ordenó disolver el campamento insurgente y confiscó la mayoría de las armas, que fueron depositadas en el cuartel Columbia de La Habana. Siempre hay que recordar que entre los expedicionarios que allí se entrenaban para combatir a Trujillo estaba el joven Fidel Castro.

Fracasado el proyecto de invasión patriótica de Cayo Confites, el aventurero Rolando Masferrer, que había sido integrado al proyecto reveló de manera pública que la mayoría de las armas la había adquirido Arévalo desde Argentina. United Fruit Company, transnacional que se beneficiaba de un contrato leonino para sus operaciones en Guatemala, estaba enfrentada al presidente Arévalo, ante la información reclamó protección del Departamento de Estado. De manera formal se respondió que el Departamento de Estado no tenía conocimiento de ese asunto. (Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo. Colección de documentos del Departamento de Estado y de las Fuerzas Armadas Norteamericanas, Año 1947.   Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo,  1984. T. II pp. 816-817).

Horacio Julio Ornes Coiscou, quien sería el comandante de la próxima expedición contra Trujillo, anotó en su libro sobre este tema, que tras Cayo Confites:

“Entonces se desarrolló una  guerra de nervios entre Trujillo y Somoza, por una parte, contra los gobiernos democráticos de Guatemala, Cuba y Costa Rica. Los presidentes Arévalo, Prío, y Figueres y los ex presidentes Betancourt y Gallegos de Venezuela, fueron objetos de los ataques más calumniosos e infundados lanzados por los tiranos del Caribe”. (Horacio Ornes. Desembarco Luperón.  Episodio de la lucha por la democracia en la República Dominicana.   Graficas Itesa. Santo Domingo, 1999. p. 29).

Fue bastante extensa la campaña a nivel internacional propiciada por la maquinaria de prensa trujillista contra Betancourt, Arévalo y Grau San Martin.  El mercenario intelectual José Vicente Pepper, publicó un libro saturado de diatribas contra estos líderes, llegando a “pronosticar”: “El arevalismo está hundiendo a Guatemala y si Dios no mete su mano, ese país, digno de mejor suerte, se lo va a llevar el diablo. […].  Insistiendo en la “toxicidad” del mandatario guatemalteco, anotaba:

“Arévalo repudiado por las mayorías guatemaltecas y despreciado por los hombres dignos de América, continua enquistado en el poder en virtud de la traición que hacen a su pueblo los ayer turiferarios de Ubico y hoy títeres manejados por el Kremlin. En el escenario político de América se está representando una farsa que a la postre va a traer fatales consecuencias para la democracia y actores principales de esa farsa son, entre otros: Arévalo, Betancourt, Figueres, Prío Socarrás Haya de la Torre, Lombardo Toledano, Luis Carlos Prestes y Blas Roca”. (José Vicente Pepper. La gran emboscada.  Editora Montalvo. Santo Domingo (C. T.), 1948. pp. 328, 330).

Ramón Marrero Aristy en octubre de 1948 le rendía un informe al “Jefe”, en torno a las maniobras para embestir las actividades de los exiliados y las fuerzas democráticas aliadas en los países del área. Refiriéndose al Gobierno de Guatemala lo consideraba el más débil, no obstante recordaba que no existían enemigos despreciables. Manifestaba que Arévalo le tenía miedo a la maquinaria trujillista. Acotando:

“En este caso, nuestra acción es clara.  No debemos meternos en los negocios de Guatemala. (Bien sé que su agresión fue gratuita, pero no importa). Lo mejor sería paralizar su acción a cambio de no atacar nosotros, y el problema se resolverá por sí solo cuando hayamos arreglado nuestra situación en Cuba y Venezuela. Debemos, además, buscar los que van a gobernar en Guatemala dentro de poco, para ganárnoslos”.  (Bernardo Vega. Un interludio de tolerancia. El acuerdo de Trujillo con los comunistas en 1946.  Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1987. p. 163).

(Marrero Aristy con esta declaración se incriminaba, evidencian ante la historia que no estaba al margen de lo que luego ocurrió en Guatemala con el coronel Arana, que se lanzó a una desesperada conspiración. De la muerte de Arana, en esa acción aventurera Trujillo no está exento. Luego pactaron con Castillo Armas, quien desde la presidencia no quiso ser marioneta de Trujillo y este ordenó ejecutarlo).

Trujillo el 15 de noviembre 1947 se dirigía al Congreso para felicitarlo por el apoyo que le habían ofrecido frente a la “conjura”, manifestando:

[…] la satisfacción que experimento al recibir tan alta prueba de solidaridad con la actitud asumida por mí frente a los hechos que tuvieron lugar recientemente en las costas de Cuba, en los cuales aparecen comprometidos, como muy bien parece interpretarlo la Resolución votada por el Congreso, más que los gobiernos, los Presidente de Cuba, Venezuela y Guatemala”. (Rafael L. Trujillo. Obra citada p. 299).

Como siempre el “Jefe” se hacía la víctima, los crímenes horrendos y el saqueo al erario, había que aceptarlos como buenos y válidos porque eran cometidos por el “Padre de la patria nueva”.

Las armas de Cayo Confites y combatientes dominicanos participaron en la lucha para llevar al poder en Costa Rica a José Figueres, uno de los mandatarios más críticos de Trujillo. En Cuba había ascendido a la presidencia Prío Socarrás.

En 1949 también con los auspicios de Juancito Rodríguez se vuelve a organizar un plan de repatriación armada contra Trujillo, de nuevo con la colaboración de Juan José Arévalo, los expedicionarios se entrenarían en Guatemala. Además Arévalo reclamó del Gobierno de Cuba la entrega de las armas, alegando que habían sido adquiridas para su Gobierno.  Estas fueron devueltas y trasladadas a Guatemala, uno de los aviones utilizados en el viaje sufrió un trágico accidente llegando a Guatemala. (Pastor de la Rosa Ventura. Relatos biográficos de Francisco Alberto Henríquez Vásquez.  Archivo General de la Nación. Santo Domingo, 2017. pp. 265-266.  Nicolás Silfa. Guerra, traición y exilio.  IPSAG. Barcelona, 1980. T. I  pp.  255-256).

El 18 de junio de 1949 fue la fecha clave para la invasión desde Guatemala, los antitrujillistas partirían en  un hidroavión que estaba estacionado en el Lago Izabal, también desde aeropuertos locales saldrían dos aviones. Se escogieron tres puntos para el arribo a Dominicana, en Puerto Plata amarizaría el hidroavión, que lo hizo en la comunidad de Luperón (antiguo Blanco) y los aviones en La Vega y San Juan. Los aviones no tenían mucha capacidad de vuelo y se consiguió que hicieran una escala técnica en la isla mexicana de Cozumel, próxima a la Península de Yucatán, allí fueron retenidos por las autoridades y se abortó esta parte del proyecto. El hidroavión que podía viajar sin escala presentó dificultades por el exceso de carga en armamentos, hubo que aligerarlo y fue al día siguiente que salieron y pudieron amarizar en Luperón, tras varias escaramuzas fueron neutralizados, previamente los organismos trujillistas habían asesinado a los miembros del frente interno de apoyo a los patriotas. (Horacio Ornes. Obra citada. pp. 31-33.  Tulio H. Arvelo. Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario.  Editora de la UASD.  Santo Domingo, 1981. pp. 120-123)

Después vendría el alboroto publicitario del trujillismo, imputando a Arévalo la responsabilidad de la fallida invasión patriótica como parte de los planes del comunismo internacional para derrocar al campeón del anticomunismo.  Fueron múltiples las invectivas contra los promotores de la gloriosa repatriación armada de Luperón. Veamos algunos de los dedicados a Arévalo en el Libro blanco del comunismo en la República Dominicana:

“Los hechos que comprometieron la responsabilidad del Presidente Juan José Arévalo y de su Gobierno comunista, están tan claros y precisos en el informe que rindió nuestro Gobierno a la Comisión Interamericana de Paz, […].

Luego de suscribir múltiples denuestos, concluyen señalando:

“Más pruebas no hacen falta, para demostrar la participación del gobierno comunista de Guatemala, en la nueva agresión que se preparaba contra la Republica Dominicana, y que se materializó, como ha sido expresado, el 19 de junio del 1949”. (Libro blanco del comunismo en la República Dominicana.  Editora del Caribe. Santo Domingo (C. T.), 1956. pp. 134, 139).

Mientras Osorio Lizarazo, el tránsfuga del liberalismo colombiano, denunciaba que la histórica jornada de junio de 1949 fue una pretensión de elementos extranjeros:

“Como es sabido, con el fin de darle un aspecto de política interna a la monstruosa tentativa contra la soberanía de una nación libre y autónoma, los organizadores de la invasión, Rómulo Betancourt, Juan José Arévalo y Ramón Grau San Martin, presidentes, respectivamente, de Venezuela, Guatemala y Cuba, incorporaron algunos individuos dominicanos, de los que se decían perseguidos por Trujillo y exiliados para escapar a los innúmeros peligros que les acechaban en su patria. Su número fue muy reducido, a pesar de los esfuerzos realizados para hacerlo mayoría entre los mercenarios piráticos, […].  (J. A. Osorio Lizarazo. Germen y proceso del antitrujillismo en América.  Imprenta Colombia. Nueva York, 1956. pp. 180-181).

La prensa oficialista también fue saturada del vómito trujillista contra Betancourt y Arévalo, de modo principal.  Ellos nunca negaron su respaldo a la lucha sin cuartel contra la satrapía más peligrosa de América.

Arévalo además de escribir un importante opúsculo sobre la República Dominicana y sus padecimientos con el tirano, entre otros trabajos fue el prologuista del libro sobre la gesta de Luperón, escrito por su comandante Horacio Ornes Coiscou. Arévalo resaltaba que el desembarco no contó con otros pasos previstos, como fue la retención en México de los dos aviones que se dirigían a La Vega y San Juan. En torno a la nueva calificación de Chacal del Caribe que se estrenaba Trujillo, manifestó: “Aquella frase de penetraciones radiográficas y un poco televisosa (Chacal del Caribe) con que se califica al gobernante perpetuo de Santo Domingo, es ya una frase de resonancia universal”.

Tras denunciar los atropellos del “Jefe”, satirizaba su indumentaria, las condecoraciones visibles en sus ropas, sus bicornios o sombreros de plumas y otros aditamentos o síntomas  que lo diagnosticaban  como un enfermo mental, cerraba ese comentario añadiendo:

“los tratadistas de psiquiatría tendrían razón, si Trujillo fuese el único General enjaezado. Uniformes con estos jaeces o de medio jaez son ya tan frecuentes en los palacios presidenciales de Latinoamérica, que la psiquiatría va quedando en ridículo al llamar anormal o patológico a lo  normal y frecuente. En 1951, el General Somoza, propietario de Nicaragua en una de las tantas oportunidades en que se ha transmitido asimismo la Presidencia, hizo pública la jaecería con que se integraba el uniforme de esa nueva “trasmisión”, avisó que le había costado diez mil dólares, e invitó a los restantes Presidentes del sistema panamericano, para que lo adoptasen en la hora de sus reelecciones o en las del asalto al poder si es que todavía los candidatos estaban en los cuarteles. En los cortos cinematográficos que la propaganda de Washington nos obliga a mirar y escuchar, hemos visto un poco más de una docena de Presidentes enjaezados a la manera de Trujillo y de Somoza. La psiquiatría debe ser revisada y acomodada a las nuevas modalidades psicológicas de la política continental.” (Horacio Ornes. Obra citada. pp. 10-12).

No dejaba de tener razón Arévalo, el Chacal del Caribe con sus uniformes extravagantes y sombreros emplumados, convertía su farsa (que pretendía sería eterna) en tragedia para los dominicanos.  Sin dudas, Juan José Arévalo fue uno de los estadistas aliados en la ardorosa jornada terapéutica para extinguir la epidemia de terror que dominó el país durante 31 aciagos años.