Infancia es destino, alega uno de los muchos lugares comunes que visitamos a diario. Si algún recuerdo musical subsiste de ese territorio brumoso, es el de una canción de Juan Gabriel: "Queridaaa, ven a mi que estoy sufriendooo, en esta soledad, en esta soledad, que no me sienta nada bieen". Esa melodía  sonaba por doquier en mi niñez: en la calle, en la radio, en los camiones, en los mercados y las veredas.

Pienso que pese a reguetones y tiktoks su música sigue escuchándose, cuantimás ahora que rememoramos el aciago aniversario de su muerte, sucedido un veintiocho de agosto de 2014, hace seis años ya, en Santa Mónica, California.

El Divo de Juárez, como lo llamaban pese haber nacido en Michoacán, un día de enero de 1951, venía de una familia numerosa y disfuncional (esto es, típica) con un padre borroso o ausente o que terminaría recluido en un hospital psiquiátrico y una mamá que, cansada de las travesuras del futuro idolazo, se decidiría por dejarlo "encargado" con unas monjitas en una especie de orfanato-reformatorio para poder trabajar como empleada doméstica ahora sí, en la fronteriza Ciudad Juárez. ¿Desde aquel entonces le venía doliendo la soledad?

Más tarde intuye que la frontera le queda chica, está cansado de cantar en un antro, inmortalizado también en otra canción (Vamos al Noa Noa, Noa Noa vamos a bailar) y decide irse a la ciudad de México. La cuesta hacia el éxito, lo sabemos, es tortuosa, abrupta, además de harto empinada e incluye una temporadita en la cárcel, pues lo acusan (injustamente, claro está) del robo de una guitarra. "Tenía que pasarla mal como un trámite en el camino de la superación", señala Carlos Monsiváis en el libro Escenas de pudor y liviandad. Gracias a Enriqueta Jiménez, La Prieta Linda, quien abogó por él, ante el juez primero y ante las disqueras posteriormente, recobrará su libertad. 

Al principio, no tiene dinero ni nada que dar, pero esa carencia será efímera. Los setenta vieron el surgimiento de un ídolo distinto, por afeminado (lo vuelven a acusar ahora de maricón, es que en México somos requete machos) pero sin traumas, que usaba letras simplonas mas pegajosas, que van a acompañar los sinsabores amorosos de miles. Un José Alfredo Jiménez sin bigotes que compuso: "La diferencia entre tú y yo sería, corazón, que yo en tu lugar si te amaría", repiten todos los despechados, todos los rechazados y que traigan más tequila con todo y lagrimones… 

 

El propio Monsiváis empieza su crónica en el camerino de El Patio, donde en 1986 ha cantado durante dos meses, de martes a sábado. Durante ese tiempo, obvio, no cabe otro alfiler en el lugar. Hasta María Félix ha ido a saludarlo, él le jura que le reza cada noche y sí, a decir del cronista, le compró al doctor Álvarez Amezquita el retrato que de ella hizo Diego Rivera y lo tiene en su casa: "Al alcance de las plegarias del encantamiento". 

 

Unos años después va a cantar en Bellas Artes y oh, escándalo, un tipejo así no es digno de este santo recinto, el populacho va a ensuciar las finas butacas, se quejan los intelectuales y la gente que sólo escucha a Bach. Sin embargo, Juan Gabriel va y se presenta secundado por un escuadrón de violinistas, flautistas y demás músicos salidos del conservatorio. Dicen que el entonces presidente Salinas, siempre oportunista, siempre maquiavélico, siempre ávido del reconocimiento popular (en virtud de la manera tramposa como llegaría al poder ) dio el debido permiso y… Juanga volvería un par de veces más…

 

Ahora que la memoria colectiva descansa en sitios como youtube, podemos apreciar parte de aquel concierto, en particular cuando interpreta Querida ( https://www.youtube.com/watch?v=JQmbcQCmE_8).Imaginemos el momento "cumbre" y escuchemos: "Dime cuándo tú, dime cuándo tú vas a volveeer…" Juan Gabriel, como lo hace habitualmente en palenques, auditorios, plazas y teatros de todo México, baila, brinca, da piruetas, sonríe y a veces inclusive canta… El director que lo acompaña dirige, las manos abiertas, su batuta también parece bailotear y, de pronto, se queda atrapado por el magnetismo, por la fuerza del juarense, no puede, no quiere dejar de verlo aunque sabe que tiene que conducir a la orquesta; él mismo está a punto de ponerse a dar de saltos…

 

Intermedio político y sombrío: Se me olvidó otra vez (pagar los impuestos) les dijo a los del fisco. No importa, respondieron, componle algo a Labastida que está más muerto que la honradez del PRI, respondieron y así nos olvidamos de multas y recargos. Ahí les va: "Ni Pancho, ni Chente, Francisco va a ser presidente". Pobre, lo suyo era componer, no la adivinación (especialmente del futuro), porque ni con su ayuda el candidato oficial ganó.

Para Monsiváis el fenómeno Juan Gabriel iba más allá de la resonancia del artista popular. Un cantante que, tachado de gay por su forma de actuar, pero al mismo tiempo aceptado como tal, ayudó en la lucha por la igualdad de las minorías sexuales. Un macho empistolado sabía tan bien sus letras como las cándidas quinceañeras: "el machismo se adapta", menciona Monsi y cita al ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, en virtud de una entrevista por su nombramiento como embajador en España: "Aquí me tienen, como dicen ahora, en la misma ciudad y con la misma gente".

 

En suma, el cantautor hizo lo que quiso en el escenario, desde cantar a dúo sus temas con otros músicos como Juanes, Julión Álvarez o Natalia Lafourcade, hasta interpretar en español Have you ever seen the rain, de Los Creedence; fuera de él, fue generoso. Si sus trajes coloridos, llenos de luz y lentejuela, costaban miles de dólares, usaba otro tanto para el mantenimiento de un albergue infantil, en esa frontera, donde todo, todo, es diferente, todo, todo es diferente… En contraparte, la ciudad lo tiene como el hijo predilecto, hay estatuas y calles con su nombre…

Para acabar pronto, a aquel que no le gustara su música bastaba que lo viera en directo para que cambiase de opinión, pues como lo afirma Juan Villoro, poseía una: "Gran capacidad histriónica como manipulador sentimental".