La historia de la trama del golpe de Estado y de la conculcación de la libertad del pueblo se dice en esa carta de Bosch del 26 de septiembre de 1963 : privilegio, robo, persecución, tortura, derramamiento de sangre, ladrones, insultos, persecuciones, crímenes, huelgas ilegales.
El tópico de la libertad está hecho— y así se forjó en la historia democrática del país —como antítesis a ese ruinoso ramillete de conceptos y situaciones heredados de la dictadura .
Sin embargo, he aquí un tema en el que la libertad ha sido una signatura reprobada tanto por Bosch como por Balaguer y los futuros gobernantes porque hasta hoy todos conculcaron ese derecho, llegando incluso a destruir los sindicatos y las organizaciones : la huelga de los empleados públicos.
Para enfrentar las huelgas de FENEPIA (empleados públicos) y de FENAMA (los maestros) Bosch se apoyaba en la ley trujillista:
“Pero hay una ley que rige la actividad de los obreros, especialmente en relación con las huelgas y esta ley tendrá que ser respetada en este país; la ley es el Código de Trabajo trujillista, está bien, es trujillista, pero es la única ley que tenemos”.
Y con base en esa ley trujillista, Bosch despidió a cientos de empleados, al declarar ilegal una huelga hecha en su gobierno libre y democrático.
Libre y democrático, porque emanó de la voluntad popular. Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Bosch estaba consciente de la legitimidad de su gobierno, salido de las elecciones de 1962.
En febrero de 1963, al juramentarse consideraba que el pueblo votó en libertad y según su conciencia. En su discurso externa esos conceptos dirigiéndose, en particular, a los delegados extranjeros que asistieron al acto de toma de posesión:
“Observen que con traje civil o con traje militar, todos los dominicanos los miran con afecto, y recuerden que con traje civil o con traje militar, todos acudieron, cada uno dentro de sus funciones, a garantizar la libertad de los hombres y las mujeres de esta tierra para votar según su conciencia”.
El pueblo votó a conciencia y libremente en 1962.Claro, esa afirmación debe ser situada en la situación histórica de una democracia incipiente y en relación con la dictadura de Trujillo, recién eliminada, que privó al pueblo del derecho de elegir.
En 1963, en la carta que escribió al día siguiente del golpe de Estado, Bosch reafirma esa idea. Habla de su gobierno, el cual fue resultado de la “voluntad popular”.
Pero, además, puesto que era un gobierno para el pueblo, el tópico de la justicia social sobresale en las propuestas de Bosch. Su discurso de juramentación y la Constitución de 1963 tienen como prioridad la dimensión social de la democracia.
Fue una dimensión que él expuso en forma prolija y vehemente. Enriqueció ese concepto colocándole significados nuevos y distintos a su connotación habitual. Bosch se permitió interpretar “en la lengua actual” la revolución restauradora convirtiéndola en una revolución de justicia social en el discurso de ejecución gubernamental y rendición de cuentas pronunciado en Santiago en el acto de conmemoración del Centenario de la Restauración el 16nde agosto de 1963.
“En la lengua actual esa revolución (la de los restauradores de la República) quiere decir justicia social, quiere decir cultura para todos, quiere decir salud para el pueblo, quiere decir presencia de la masa dominicana en el escenario de la República como actora del drama colectivo y no como espectadora que lo ve a distancia”.
Para Bosch, en ese discurso, justicia social es “cultura para todos”, “salud para el pueblo” y “presencia de la masa” como actora y no como espectadora de su propio drama.
La dimensión social de la libertad y la democracia ha sido una aspiración difícil de lograr. Ésa también ha sido una asignatura reprobada por todos los gobernantes desde la muerte de Trujillo hasta ahora.
El fracaso de la reivindicación de justicia social se complementa con la ausencia de moralidad en la política. El vocabulario ético y moral es pobre en el discurso político dominicano, a excepción del de Juan Bosch.
La honradez es un valor que él enarboló en su gobierno.
“He dicho varias veces que hay dos cosas que la democracia tiene que mantener cueste lo que cueste, si no quiere desacreditarse y destruirse: una de ellas son las libertades públicas; y otra es la honradez. El gobierno democrático en el cual se permiten negocios sucios es un gobierno democrático que se desacreditará, y por lo tanto la democracia será destronada fácilmente en ese país. Nosotros no estamos dispuestos de ninguna manera a permitir que en República Dominicana se desacredite la democracia por negocios sucios, por el mal uso de la autoridad para hacer negocios”. (Discurso por Radio Santo Domingo TV el 27 de mayo de 1963. Recuento de tres meses de gobierno).
La denuncia de la corrupción es permanente en los discursos de campaña, juramentación o ejecución gubernamental en los políticos dominicanos, pero sin basamento ético. Es una corrupción que ninguno asume como propia y todos la ven en el adversario, pero amparándose en argumentos gerenciales y administrativos como transparencia ,eficacia y rentabilidad del erario.
Es una corrupción que se combate permanentemente, a la cual cada cuatro años se le declara la guerra, pero que reaparece desde las mismas entrañas que la combate con mayor robustez.
En ese combate hay, sin embargo, un mártir inmarcesible: Juan Bosch. Él ha sido el único que se salva. Él no dijo “la corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. Él la combatió, y ese combate le costó el poder, cuando el golpe de Estado, y después…
Juan Bosch le llamó robo a la corrupción. La carta del 26 de septiembre es la muestra más vibrante de esa lucha. Bosch ha sido, también, el único que no se ha limitado a los valores negativos. A él se le reconoce, sobre todo, por dos palabras: vergüenza y dignidad.
Unida a la corrupción hay una palabra censurada en los discursos de los políticos: el clientelismo. Y Dios sabe que esa es una de las palancas de la política dominicana.
El clientelismo es inseparable de la corrupción y de la falta de justicia social . He ahí las tres plagas de nuestra nación —juntas las tres—que desde tiempo inveterado han obrado en contra de la democracia y la libertad.
Pues bien, es preciso decir que, hasta ahora, hasta este momento en que escribo estas palabras, solo Bosch, por la plaza que dio a la justicia social, combatió en sus discursos y sus acciones fácticas durante la brevedad de su Gobierno la fuente clientelar de la corrupción—la injusticia social —alojada en las entrañas del pueblo y promovida y aprovechada por los gobernantes de turno para su permanencia en el poder.