Un monumento insigne de la dignidad nacional; de esos que se levantaron y permanecieron incólumes y enhiestos en medio de nuestras borrascas y desventuras patrias, lo es el Dr. Juan Bautista Victoriano Pérez Rancier, digno por tanto de recordación y valoración perenne.

1.- Sus orígenes familiares y educación primaria.

Nació  en la Calle Restauración Esq. Calle Sully Bonnelly (Antigua San Miguel esquina La Constanza) de la Ciudad hidalga de Santiago de Los Caballeros, el 24 de junio de 1883. Era el sexto vástago de la familia procreada por el notable jurista y educador Don Genaro Pérez y Doña Elisa Rancier.

Sus aguas bautismales las recibió en la Iglesia parroquial mayor de Santiago, de manos del Presbítero Miguel Quezada, el 18 de Julio del mismo año, siendo sus padrinos sus tíos maternos Don José María Valverde y Doña Carmen Morel de Valverde.

Cursó sus primeras letras en la escuela de párvulos de la maestra Rosita Riobé, situada en la calle San Luis, entre Restauración y Beller y la “San Ramón” dirigida por el Profesor Juan A. García, bajo el magisterio del Profesor Juan Esteban Puigbert.

Durante el período comprendido entre 1893 y 1897 reside en Sánchez junto a su familia, dado que su padre fue designado allí  Administrador de Rentas Unidas, cargo del que renuncia en 1897.

Cifraba apenas los 16 años, en plena adolescencia, cuando ocurre el magnicidio de Moca, que puso fin a la vida del tirano Ulises Heureaux. Hijo de familia laboriosa, le encontramos para entonces  en la fábrica de sombreros la “ Física Moderna”, del poeta Manuel A. de Alles Rodríguez, situada entonces en la calle del Comercio, hoy Calle del Sol y libertad. Allí percibía un salario de 16 pesos.  Laboraría también para entonces en la fábrica de cigarros de Don Vicente López.

2.- La caída de Lilis y la tentación de la manigua.

En aquellas horas convulsas, era tentación permanente de la juventud tomar la manigua en las constantes luchas civiles, y a la misma no escapó el inquieto  adolescente. Junto a otros jóvenes entusiastas de Santiago, pletórico de ardor patriótico, se dispone a combatir las tropas bajo el mando del general Lilisista  Pedro Pepín (Perico), a la sazón Comandante de Armas de Santiago, dirigiéndose a tales fines al Cerro del Castillo, lugar donde está situado actualmente el Monumento a los Héroes de la Restauración, bajo las órdenes del General Juanico González.

En tan osada aventura le acompañan, entre otros, quien era entonces otro  también aprendiz de sombrerero, José Bordas Valdez, quien luego sería general y Presidente de la República, así como su también amigo y compañero Manuel Otamendi.

Atacan desde aquella estratégica posición la Fortaleza San Luis, reducto del gobierno. Los soldados allí apostados  no pueden resistir el asedio de los rebeldes y  emprenden la retirada. Fue para entonces, en agosto del mismo año, miembro de la Guardia Civil que comandaba Rafael Espaillat, hijo del ilustre repúblico santiagués Don Ulises Francisco Espaillat, pernoctando todas las noches en la fortaleza San Luis.

3.- Sus estudios  secundarios en Canadá y los Estados Unidos.

Entre 1900 y 1901 se desempeña como escribiente en el Juzgado de Primera Instancia del Distrito Judicial de Santiago, creado por vez primera en 1867,  al tiempo que su padre era designado por el Presidente Juan Isidro Jiménez, Secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública.

Pero el medio circundante no favorecía el cultivo de la vocación intelectual y la formación esmerada. ¡Cuántas vidas nobles y valiosas se perdieron inútilmente en aquellas orgías insensatas de sangre y de pólvora de nuestras insurrecciones civiles!. Era el miedo que abrigaban Don Genaro y Doña Enerolisa, por lo que deciden enviar al exterior a su hijo Juan Bautista.

Con apenas 18 años se traslada a cursar estudios secundarios  en  Sackville, Canadá, en 1901. Le acompaña su hermano Pablo. Sus hermanos Luis y Guillermo residían ya en los Estados Unidos y le brindan su fraternal cobijo. Formaliza su matriculación en  Mount Allison Academy And Commercial College, dirigida por el Dr. J. M. Palmer.

Su  precocidad  intelectual y responsable aplicación al estudio, fue reseñada en fecha 2 de junio de 1903 por  el periódico The Globe, de Canadá. Al referirse al desempeño de los estudiantes durante el periodo escolar 1902-1903, ponía de manifiesto los logros académicos  de Juan Bautista y sus esfuerzos para dominar el idioma inglés.

4.- Los estudios universitarios en la “ciudad luz”.

Completaría   sus estudios secundarios en Nueva York, donde combinaba trabajo y estudio. En 1908 se traslada a París, a la insigne Universidad de La Sorbonne. En aquel hontanar privilegiado de cultura y humanismo abreva con ímpetu juvenil, compartiendo su rigurosa dedicación al estudio con su pasión por la naturaleza.

Comienza a practicar el alpinismo entre el Neckar y el Meno, vocación que no abandonaría jamás, como lo prueban su labor pionera en este campo tras su retorno al país.

En 1911 reside un año en Bonn, Alemania, donde regresaría en 1913,  razón por la cual llegó a dominar con fluidez y destreza la lengua alemana. Ya para entonces había devenido en un políglota consumado que a los treinta años hablaba inglés, francés, latin y alemán.

En 1914 culmina y presenta su tesis doctoral titulada  “La date dans le testament”( “La fecha en el testamento”), regresando a su lar nativo en mayo del mismo año. En la  escuela de derecho de la Sorbonne había obtenido, además, el  diploma especial en la escuela de derecho administrativo y ciencias financieras.

Al año siguiente a su retorno, comienza a ejercitar su vocación pedagógica, asumiendo la cátedra de derecho romano en el instituto profesional de Santiago, de efímera duración, clausurado en 1918.

El 26 de diciembre de 1916 contrae matrimonio con la dama vegana Filomena Marién de Moya. De dicha unión nacieron Carmen Ercilia (1918), Gabriel Justo (1921), los gemelos Genaro Antonio y Tomás Genaro (1922), Juan Bartolomé ( 1930) y Luis Casimiro Daniel (1935).

5.- Años difíciles. Gobernador de Santiago en plena ocupación. La actuación descollante del “hombre del Cristo”.

Asume la gobernación civil y militar de Santiago en los momentos aciagos en que se inicia la primera intervención americana, a petición del Ayuntamiento y  personas notables de la ciudad que reclaman su competente concurso. No faltaron, sin embargo, los maledicentes de siempre, lanzando contra él ataques impenitentes, los cuales se disolverían como pompa de jabón ante aquella montaña imperturbable de decoro patrio.

Y es que, como el mismo confesara, años después, evocando aquellos días amargos: “Todo el mundo conoce las angustiosas circunstancias que dieron lugar a que el Ayuntamiento de Santiago solicitara mi ayuda en la solución de los conflictos que la presencia en la región de un ejército extranjero creaba. Y no fue seguramente por mis bienes de fortuna que el Ayuntamiento se fijó en mí pues yo era un juez sin sueldo desde hacía mucho tiempo y, en ausencia de mi familia, el Gobernador Civil y Militar de Santiago comía porque don Pancho Pérez y Pérez le ofreció su mesa. Y si la administración provincial marchaba, se debe al haber puesto los señores don Manuel D. Valverde y don Manuel Tavarez Julia, espontáneamente, y con una generosidad que sus compueblanos no sospechaban quizás, todos los recursos económicos a mi disposición”.

Prueba de su independencia irreductible, es el hecho de que tres días después de ingresar las tropas ocupantes a Santiago de los Caballeros comandadas por el coronel Pendleton, es decir, el 9 de julio de 1916,  se traslada a la entonces común de Mao a indagar sobre las condiciones de los heridos en la batalla de la barranquita. Confiesa que encontró abatidos los ánimos  tras la dura  contienda. Personalidades de la localidad piden su ayuda, indicándole que quien podría conjurar aquel estado de postración era el legendario combatiente general Carlos Daniel, quien enfrentó con sin par denuedo junto a otros legendarios combatientes las tropas interventoras, en desigual batalla. Sin reparar en las posibles represalias de los intrusos extranjeros, Pérez Rancier nombra al general Daniel jefe de la común de Mao.

Años después, evocando aquel episodio afirmaría, en vísperas de la instauración del despotismo trujillista:

“¡Y más valía, General Daniel, haber muerto en aquella épica jornada junto con Máximo y demás compañeros de armas, pues así no tendrías que sufrir hoy la terca y arbitraria voluntad, sustituida a la LEY, de los que se creen dueños y señores de lo que tú defendías mientras ellos huían! “

Pero si las precitadas actuaciones son muestras más que palmarias de la reciedumbre de carácter de tan notable ciudadano, una en particular consagraría su merecida fama de abanderado sin reservas del derecho y  del respeto a la dignidad humana.

Ocurrió el 28  de febrero de 1920. El Doctor Juan Bautista Pérez Rancier, Juez de la Corte de Apelación de Santiago, presidía la audiencia en que un grupo de campesinos de Salcedo deponían ante la majestad de la justicia los desmanes y atropellos de que habían sido víctimas por parte de los interventores.

Entre los testigos,  compareció en audiencia  el célebre Ramón Leocadio Báez (Cayo Báez). En expresión de airada protesta hizo jirones la camisa que llevaba, mostrando al juez las terribles quemaduras aún vivas  que con un sable candente le infrigiera el temible capitán Bucklow en el vientre y en el torax. Tal terribles fueron las torturas, que le dejaron por muerto, logrando salvar la vida gracias al piadoso socorro que le brindara una campesina de la comarca.

Ante aquella ostensible manifestación de barbarie, no pudo más la contención del juez probo y justo. Y como expresara Federico Henríquez y Carvajal: “en brusco movimiento de indignación que hizo saltar el Cristo de marfil hecho pedazos, protestó de aquel crimen con esta declaración de civismo:

Se suspende el juicio. No juzgaremos a estos hombres, infelices instrumentos, hasta que los reos de ése y otros crímenes sean sometidos y sobre ellos caiga la acción penal correspondiente”.

Aquel hombre que la prensa de su época caracterizaría como sencillo,  modesto y apacible, ante tan indignante manifestación de atropello, se transformaría, como   expresara Don Vetilio Alfau Durán, “en la augusta encarnación de la cólera del Cristo”.

Don Federico Henríquez y Carvajal, en conferencia que dictara un año después en Buenos Aires( 27 de enero de 1921) , evocaría con elevada inspiración aquel notable gesto de elevación patriótica, al exclamar:”¡ retened ese nombre de cepa ilustre en la ciudad de los treinta caballeros”.

Caracterizado, como expresara una publicación de la época,  por la “severidad lógica de sus raciocinios, por su amor a la justicia y por su profundo conocimiento de la ciencia del derecho”, mostró sin estridencias tan notorias cualidades, en toda ocasión en que fue solicitado su dictamen.

Requerida su opinión en torno a las reformas que a mediados de 1923 planteara a la legislación electoral, mostró con admirable firmeza su parecer opuesto, en carta pública que dirige a Luis Felipe Vidal el 1 de julio de 1923. Expresaría en la ocasión:

Toda ley en que no se haga su parte a la dignidad humana es una mala ley y una ignominia para sus autores e inspiradores, porque siendo la ley una forma de conducta para los individuos que van a encontrarse sometidos a ella y la dignidad el principal atributo de la personalidad humana, claro está que toda ley contraria a la dignidad resulta violenta, tiránica e indigna de hombres libres”.

Otra prueba de su carácter ajeno a toda  lisonja, lo daría el 12 de febrero de 1928. Invitado a palacio  por el Presidente Vásquez para abordar junto a otros eminentes ciudadanos la espinosa cuestión fronteriza dominico-haitiana, se levanta Moisés García Mella y exclama: “Don Horacio es hoy por hoy el único dominicano que puede ocupar dignamente la Presidencia”. El Doctor Pérez Rancier se levanta intempestivamente para refutarle: “si eso es así, debiéramos llamar algún personaje de allende la frontera para que él y su séquito se hagan cargo de la gestión de nuestros asuntosPero no; está equivocado el distinguido colega. En la República hay muchos hombres que pueden presidirla con tanta idoneidad y cuidado como Don Horacio”. Al final de la reunión, Horacio le despediría con un abrazo.

Entre 1928 y 1929  sería solicitado por las diferentes fuerzas oposicionistas con el propósito de proponerle la candidatura presidencial o vicepresidencial. Sería propuesto por el Partido Liberal de Desiderio Arias pero también le propondrían los nacionalistas y republicanos del Este y los progresistas y liberales le propusieron a la Vicepresidencia.

El Dr. Juan B. Pérez ya en avanzada edad.

De ello daría cuenta un importante editorial del periódico La Información del 28 de septiembre de 1929, al afirmar:

Un ánimo elevado como el de este hombre ve con profunda pena la desunión entre las mismas fuerzas de la oposición… ojalá todos los políticos de la oposición pensaran y obraran como el Doctor Pérez…Otra sería la suerte del país en estos momentos”.

6.- La batalla por la dignidad de la judicatura. Su exilio. Fallecimiento y retorno de sus restos.

Ya entronizado el tirano en ciernes, libraría el Dr. Pérez Rancier su última batalla a favor de la institucionalidad y el respeto a la constitución. Trujillo maniobra para suprimir la entonces vigente Corte de Apelación de Santo Domingo, creando previamente una segunda. De este modo ejercería el control sobre las designaciones judiciales, a lo cual se negó el Dr. Pérez Rancier.

En carta memorable que remite a Trujillo el 28 de agosto de 1930, le expresa:

No puede haber la menor duda de que la Corte de Santo Domingo no puede suprimirse de golpe y porrazo, por la sencilla razón de que ella debe durar hasta el diez y seis de agosto de mil novecientos treinta y dos, y porque, hasta esa fecha, duran en sus funciones los jueces que la componen, aunque desaparezca la Corte”.

Y entre otras expresiones lapidarias de aquella misiva singular, expresa al gobernante: “Hoy nadie es mandatario de nadie, sino el pueblo, y el pueblo no muere”.

Memorable sería aquella expresión suyo ante lo que ya avizoraba como un hecho consumado: “cuando la política entra por la puerta, la justicia sale por la ventana”.

Era bastante para su carácter indoblegable, al quererse simular que eran jueces renunciantes los que se opusieron al nuevo estado de cosas. Declina el  ofrecimiento de un alto cargo en la Suprema Corte de Justicia.  A finales de agosto de  1931 emprendería la ruta del proscrito, ante la asfixia moral reinante. Primero a Estados Unidos,  Canadá e Inglaterra. A inicios de marzo de 1932, llega a Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias. Junto a su familia fija residencia en La Laguna y luego a Las Palmas. Allí viviría el resto de sus días, sin regresar a su patria. Fallece el 13 de febrero de 1968.

El Consejo de Estado, en junio de 1962, le propuso regresar para presidir la Suprema Corte de Justicia. Declinó tal ofrecimiento. Ante la imposibilidad de cobrar sus honorarios pendientes, debido al alegato de que no se encontraron los documentos, escribe a su sobrino Julio Genaro:

 

Ahora el gobierno dice que no encuentra nada sobre el particular. ¿ Y los archivos?. Del árbol seco hagamos leña! Y dejemos la cosa ahí pues no me dirigiré ni al Presidente ni al Ministro ya que no reclamo favores sino mis derechos que pueden establecerse por las hojas de audiencia de la Corte. Es verdad que no sólo hay que tener derecho y saberlo pedir, sino que se lo quieran dar”.

Durante su mandato, el Dr. Salvador Jorge Blanco dispuso el traslado de sus restos al país. A tales efectos, designó una comisión integrada por los prestigiosos historiadores Emilio Rodríguez Demorizi, Frank Moya Pons y Julio Genaro Campillo Pérez, sobrino este último de tan ilustre repúblico.

Momento del traslado de los restos del Dr. Juan B. Pérez a Santiago, en 1984.

De este ilustre dominicano, afirmaría Don Emilio Rodríguez Demorizi: “quizás esta sea la mayor alabanza que pueda hacerse del Dr. Juan Bautista Pérez Rancier: haber sido, en su pueblo, en graves momentos de su historia, símbolo de civilidad y de carácter”.

Fuentes

Dr. Juan B. Pérez. Geografía y Sociedad. Sociedad Dominicana de Geografía. Editora del Caribe, Santo Domingo, 1972. Vol. III.

Homenaje a Juan B. Pérez en el Centenario de su Nacimiento 1883-1983. Editora Taller, Santo Domingo, 1983.  Sociedad Dominicana de Geografía. Vol. XVII.

Revista Proyecciones. Junta Central Electoral. No. 9. Santo Domingo de Guzmán, R.D. Mayo 1968. Págs. 84-92.

Periódicos La Información y El Diario.