Es cierto que una buena formación escolar no garantiza que un individuo sea en el futuro un profesional ético ni que tenga un alto sentido de su responsabilidad frente a la colectividad.  Incluso, podría decirse que los años de escolaridad no necesariamente preparan para la vida y, muchos menos, para un tipo de vida ética y de servicio a la comunidad política a la que se pertenece. Factores como el honor personal, los valores y tradiciones familiares y, ante todo, la libre determinación tiene mayor peso que la formación escolar recibida; sin que ello vaya en menoscabo de los tan necesarios e importantes años de formación escolar y la socialización que traen para los sujetos.

Cualquier ciudadano, medianamente informado, es testigo de la siguiente aseveración: muchos de los involucrados en los casos de corrupción más sonados en el país han tenido una formación escolar y universitaria privilegiada. En palabras llanas, provienen de familias o ambiente de «bien» en donde, con certeza, se les habló una y otras tantas veces sobre la importancia de una vida ética, la conciencia moral, los valores morales, la honra familiar, el prestigio personal, etc. Ninguno puede aducir desconocimiento o falta de ejemplos para la vida ética.

La tentación frente a estos casos es preguntarse qué falló, como si el mal representara un fallo en una cadena de eventos o condiciones que debieron darse según un modo previsto. En el ámbito académico he presenciado la formulación de la misma pregunta: ¿en qué fallamos los educadores? No voy tan lejos, el fallo no es mío como formador de un individuo o del sistema educativo, sino de quien ha cometido el delito.

Si bien la formación de una conciencia moral es parte integral del sistema educativo, las actuaciones éticas son individuales, aunque tengan repercusiones sociales, y cuando alguien decide ser corrupto es bajo su responsabilidad individual, es una cuestión estrictamente personal no obstante protegerse en unos esquemas de impunidad que involucran instituciones y a personas. Estamos claro en que, a pesar de que la actuación corrupta se ampara en una red de relaciones que podrían garantizar la impunidad del acto, a juzgar por la frecuencia y la extensión de los casos, parece que resulta fácil para una persona echar no solo lo aprendido en la formación escolar y universitaria sino también los valores familiares y personales e inclinarse por la acumulación ilícita de capital en detrimento de los bienes públicos. La corrupción es una decisión individual que se alimenta de cierto modo de proceder generalizado y sustentado como lo propio dentro del ámbito en cuestión. Por esta razón, el asunto de lo político y la cultura que se gestiona dentro del ámbito de la política son capitales para entender la persistencia de la corrupción en el país.

Así como Aristóteles sostenía que era difícil ser ético bajo unas condiciones de carencias de bienes; las acciones individuales éticas resultan contracorrientes cuando el clima imperante es la conducta al margen de la ley y, peor aún, cuando se orquesta todo un engranaje al servicio del ocultamiento de los actos ilícitos. La cultura de corrupción que se impone, anudada a los mecanismos para la impunidad, condiciona la ausencia de la actuación ética, pero no la determina. Esta es la importancia de un sistema de justicia capaz de prevenir, perseguir y condenar cualquier actuación ilícita de parte de los servidores públicos, sin importar el rango ni la jerarquía que posea.

A partir de lo anterior resulta necesario velar por los jóvenes que incursionan en la política y en la administración pública y el grado de afinidad que poseen con lo que se ha llamado «la vieja política»; queriendo decir con este concepto cierta manera de proceder en la vida pública en donde la vida ética y las acciones en el marco de la legalidad no son la prioridad. La vieja política le resulta muy atractiva a un grupo de jóvenes que buscan incrementar su capital a partir del menor esfuerzo y reciben y perciben un rol político como quien recibe una herencia familiar. Sospecho de su facilidad para adherirse a la vieja política y sus métodos.

Si no me cree, revise la prensa y se convencerá de ello.