"Un diminuto cambio hoy nos lleva a un mañana dramáticamente distinto. Hay grandiosas recompensas para quienes escogen las rutas altas y difíciles, aunque esas recompensas permanezcan ocultas por años". (Uno, Richard Bach. 1988)

Los jóvenes de ahora no lo saben, pero hubo un tiempo en el que muchos de nosotros, entre los 13 y los 17 años de edad, tomamos clases de mecanografía, que además servían  —en mi caso—para aprender sinónimos. Resulta que en aquel instituto en el que yo estudiaba, a algunas máquinas de escribir les faltaban teclas. La profesora resolvía el problema diciéndonos que buscáramos sinónimos para los cuales “tuviéramos todas las letras”.

Los veranos eran ideales para aprender cosas nuevas y para leer. En uno de esos veranos leí UNO, de Richard Bach. Recuerdo que la contraportada de la edición de bolsillo citaba “yo di mi vida por ser lo que ahora soy. ¿Valió la pena?”. Algunos autores, con una frase, te marcan para siempre.

Quienes están terminando la etapa escolar podrían aprovechar este verano para leer al menos un libro que les anime a escoger “rutas altas y difíciles” que ayuden a hacer de la República Dominicana un lugar más justo y solidario. Ojalá algún libro que ayude a perseguir esta utopía alcanzable sea leído especialmente por los jóvenes que cursan los primeros años de la universidad y ¿por qué no?, también por los padres y maestros que los acompañan en la vida.

Nuestra mejor posibilidad de transformar la Republica Dominicana en el país que queremos es educar el deseo de los jóvenes para que al introducirlos en la realidad social no la desprecien, sino que vean en ella lo verdadero, lo noble y lo que necesita ser cambiado. Esto les infundirá una inspiración vital a su proceso de maduración que, con la compañía adecuada, no se perderá con los años.

En mi opinión, una buena parte del desánimo y la falta de motivación en la juventud de hoy (lo he dicho muchísimas veces) es causada por el modelo de vida que entiende la felicidad en clave de éxito, entendido este como belleza, salud, fama y dinero. Muchos jóvenes saben que los estándares de “triunfo” de esta sociedad son prácticamente inalcanzables solo a través del trabajo honesto, si no se goza de un talento extraordinario para el deporte o para el arte o no se cuenta con el “patrocinio” de una familia “con recursos”. Entonces el deseo de ser “exitosos” se convierte en una prisión que muchas veces los conduce al sinsentido y a la superficialidad o, en el peor de los casos, al desorden moral y al crimen.

Ayudar a los jóvenes a abrir los ojos y el corazón para ver las situaciones de sufrimiento y fracaso de nuestra sociedad, y dirigirse a las personas con compasión, es imprescindible no solo para mejorar el país, sino también para darle libertad a sus vidas para que, siendo capaces de reconocerse como agentes de cambio de la sociedad, adquieran —repito— sentido y hondura.  Si queremos que los jóvenes se esfuercen más en hacer el bien que en tener éxito, los adultos que les rodeamos tendríamos también que descubrirnos como entes valiosos para la transformación social y acostumbrarnos, por ejemplo, a considerar antes de tomar decisiones, cómo estas pueden afectar a aquellos que ocupan los últimos lugares de la sociedad.

Este verano, un pequeño paso en esa dirección podría ser leer “La otra cara de la pobreza” de Jorge Cela (Editorial Universitaria Bono/Centro de Reflexión y Acción Social Padre Juan Montalvo, SJ, 2021). Su lectura ayuda a repensar la pobreza, a entender la manera en que esta impacta en nuestra democracia, y a  darnos cuenta de que la única manera de tener un país más justo es construyéndolo junto con sus hombres y mujeres más pobres y con el compromiso de las nuevas generaciones de poner su talento, creatividad, entusiasmo y dinamismo para lograrlo.

Leer a Jorge Cela podría ayudarnos a recuperar el deseo de nuestra infancia de mejorar la vida de las personas más vulnerables. Quizás lo hemos olvidado, pero cuando éramos niños jugábamos a ser médicos, enfermeras, policías o bomberos, porque nos daba felicidad pensar que podíamos crear un mejor presente para otros. Con los años fuimos perdiendo sueños igual que las viejas máquinas de escribir pierden teclas y ahora nos toca forjar nuevos sueños con las que aún nos quedan. Quizás no esté en nuestras manos la posibilidad de escribir “justicia”, pero podríamos escribir “solidaridad” o “compasión” y, con las letras que otros puedan prestarnos, juntos lograríamos escribir la manera de obtener esa recompensa que a veces parece tan inalcanzable: “un mejor futuro dominicano”.