1.- Necesarios antecedentes para comprender una farsa de la dictadura.

En lo que podría calificarse de un admisible exceso de generosidad, al referirse a José Trujillo Valdez, progenitor de Rafael Leonidas Trujillo Molina, el laureado psiquiatra Antonio Zaglul (q.e.p.d), al responder preguntas que le fueron formuladas por el destacado historiador Bernardo Vega para su obra “Los Trujillo se escriben”, expresó: “Don Pepe  fue un hombre de pocas luces, amigo de la buena vida. No fue un padre ejemplar y los Trujillo Molina vivieron una infancia precaria que gracias a los tíos parientes de Doña Julia Molina y al trabajo precoz de los hijos, en especial Rafael Leonidas, no se hizo más que precaria”.

Foto de Jose Trujillo Valdez, “Pepito”.

“Pepito”, como también le denominaron sus íntimos, fue hijo natural de la relación casual y efímera de un militar médico español que formó parte, como practicante de primera clase, de las tropas españolas que ocuparon nuestro territorio tras la proclamación por Pedro Santana de la anexión a España. Nos referimos a José Trujillo Monagas, quien sostuvo una relación efímera con Silveria Valdez, consumada baecista, a quien el Dr. Zaglul, en el texto ya citado, definiría como “ mujer de armas a tomar, de arrojo y considerada peligrosa en los avatares revolucionarios de nuestra patria”.

Muchas cosas más podrían decirse y escribirse sobre la vida licenciosa y la paternidad distante y en no pocas ocasiones irresponsable de José Trujillo Valdez, datos de alta importancia para una patografía del tirano, pero lo que importa, para el tema que nos ocupa, es destacar una faceta de sus antecedentes poco conocida y por tanto no  destacada por los biógrafos y estudiosos de Trujillo y es el que refiere al perfil homicida de su progenitor.

Y esto, como se consignará en lo adelante, para marcar el contraste con la gloriosa exaltación que este recibiera tras el ascenso de Trujillo al poder y, muy especialmente, tras su muerte, acaecida en julio de 1935, incluso en detrimento del padre fundador de nuestra nacionalidad.

2.- El perfil homicida de José Trujillo Valdez

Entre nuestros historiadores, ha sido Alcides García Lluberes el que ha aportado datos más precisos y contundentes en torno al perfil homicida de José Trujillo Valdez.

Refiere, al respecto, que ya en mayo de 1884, cuando apenas contaba Trujillo Valdez 19 años de edad, provocó heridas que causaron la muerte a un ciudadano de nombre Julián Germán, motivo por el cual, en marzo de 1885, fue condenado a tres años de trabajos públicos.

Este dato fue consignado en la Gaceta Oficial del año 1886. José Trujillo era el preso no. 41 de la lista, levantada en el marco de la vista general de presos realizada entonces en la cárcel pública de la Fuerza (Fortaleza Ozama) por la Suprema Corte de Justicia que presidia entonces el notable intelectual y escritor Manuel de Jesús Galván y de la cual fungía como secretario Juan Tomás Mejía y Cotes.

Este dato, de igual manera, fue consignado en el libro de sentencias criminales del Tribunal de Primera Instancia de Santo Domingo, años 1883-1891.

Más adelante, en octubre de 1898, cometió otro homicidio contra el ciudadano Ángel Rodríguez, apodado “Angelito”, hecho perpetrado, conforme atestiguaron ciudadanos de la época, frente a la comandancia de armas de San Cristóbal.

Esta última información formó parte de los procesos en curso publicados por el Ministerio  de Justicia e Instrucción Pública a través de la Procuraduría Fiscal de la Provincia de Santo Domingo, de la cual fungía como secretario Lorenzo Vidal Báez y como oficial mayor Pedro. La misma fue consignada en la Gaceta Oficial del año 1899.

A otros asesinatos estaría asociado el nombre de José Trujillo Valdez, conforme los datos de García Lluberes, como es el caso de los cometidos en el periodo turbulento que sobrevino al país tras el magnicidio contra Lilis, como es el caso de los perpetrados contra Manuel Weber Silié, Alias Lico, Tomás Ramírez, Alias Rubí, y Manuel de Jesús Puello, Alias Chuchú.

Conforme los datos del destacado historiador, el expediente contentivo del homicidio de 1898 y otros terminaron hecho cenizas cuando se produjo el incendio del palacio de justicia de Santo Domingo, el 23 de diciembre de 1925, cuando ya ocupaba la presidencia Horacio Vásquez y Trujillo la jefatura del Ejército.

Un importante dato que no conviene pasar desapercibido respecto a los antecedes de José Trujillo Valdez y Silveria Valdez es el hecho de que ambos figuran en la clásica novela dominicana “Engracia y Antoñita”, de Francisco Gregorio Billini. No es casual que dicha novela estuviera prohibida durante la tiranía y es que en la misma el personaje de Candelaria Ozán hace referencia a Silveria y Felipe Ozán a José Trujillo Valdez.

3.- José Trujillo Valdez, el homicida glorificado tras el ascenso de Trujillo  al poder y especialmente tras su muerte.

Apenas mediaron cinco años entre el ascenso de Trujillo al poder y la muerte de su progenitor. Pero en el ínterin, José Trujillo Valdez sería elevado en su categoría social. Trujillo le nombró diputado y la lisonjera propaganda del régimen  le asignaría el generoso apelativo de “legislador de la cordialidad”.

No obstante lo anterior, fue tras el deceso de Trujillo Valdez, acaecido en la tarde  el 10 de junio de 1935, cuando los ditirambos exaltatorios alcanzaron niveles inimaginables. Conforme la reseña del día siguiente a su muerte, por parte del Listín Diario, el país entero se había conmovido con “la brusca desaparición del ilustre padre del Generalísimo”, resaltado que “desde que se divulgó la triste nueva la ciudad capital entregose al más absoluto duelo y vivió en la más honda melancolía”.

El cadáver del muerto “ilustre” sería inhumado en capilla de los inmortales, en la catedral primada Santa María La Menor, lugar de veneración patria donde por vez primera llegaron las cenizas de Sánchez, en 1875, las de Duarte en 1884 y las de Mella, en 1891.

Pero nada de ello fue óbice para que Jacinto Bienvenido Peynado, el mismo que acuñara la frase de “Dios y Trujillo”, al pronunciar en la catedral la oración fúnebre para exaltar los méritos de Trujillo Valdez, expresara sin asomo alguno de sonrojo:

Este histórico templo no ha recibido jamás en sus sagradas entrañas despojos más nobles que los suyos; y es que el varón magnánimo que acabamos de sepultar poseía las más excelsas de las grandezas: la que se traduce en perpetuas e incesantes obras de bien. Don José Trujillo Valdez, nuestro ilustre amigo desaparecido, fue un benefactor copioso y generoso y por eso las lágrimas, cuyo brote impidió con sus bondades, refrescan hoy su tumba, amorosamente, para que a su influjo nazcan sobre ella las flores de la gratitud”.

Todo parecería un duelo inacabable entre panegiristas en disputa. Sentidos sonetos exultando al gran patriota escribirían, entre otros, Ramón Emilio Jiménez y Enrique Aguiar, y Arturo Logroño, con prosa alada, exclamaría en su “Tributo filial”: “La impiadosa tempestad de la muerte ha postrado en tierra la alta y robusta encina! Honda congoja ha puesto las almas en zozobra y el corazón de la República ha recibido la mordedura del más acerbo dolor. Don José Trujillo Valdez ha muerto y su caída deja en el seno de la sociedad dominicana un vacío que no podrán colmar la resignación ni el llanto”.

Quien había fallecido, era el “armonizador de asperezas, un hacedor de bien, cuyas manos siempre estuvieron abiertas a la caridad, a la angustia y a la miseria”, una noble vida que “se extinguió con la dulzura de un crepúsculo…”.

Tal vez el menos lisonjero de la cohorte lo sería el mismo Trujillo, quien en los funerales de su padre, conforme lo reseñara don Emilio Rodríguez Demorizi, atinó a decir a Mozo Peynado: “¡Pobre papá, tan respetuoso, dondequiera que me veía se quitaba el sombrero”.

4.- Una resolución insólita del Consejo de Distrito Nacional.

En la noche del 12 de junio de 1935, cuando apenas habían transcurrido horas del fallecimiento de Trujillo Valdez, el Consejo Administrativo del Distrito Nacional, lo que equivale hoy al Ayuntamiento, acogía una insólita resolución presentada por su presidente Virgilio Álvarez Pina, aprobaba en sesión extraordinaria.

La misma, establecía que:

“CONSIDERANDO: que los pueblos deben perpetuar la memoria de sus Benefactores cuando han recibido de ellos servicios de alto linaje espiritual”.

CONSIDERANDO: que el preclaro ciudadano Don José Trujillo Valdez, fallecido el día diez del cursante mes, además de sus virtudes cívicas y de sus relevantes méritos es acreedor al reconocimiento público por la circunstancia feliz de haber sido el progenitor muy amado del varón extraordinario que pone empeños inigualados en nuestra historia por la estructura de la patria nueva.

Pero donde alcanzaba su clímax la insólita falsificación de la historia de la referida resolución , fue en el tercer  CONSIDERANDO, en el cual se consignaría expresamente: “que otras calles, carreteras y parques de esta Ciudad Capital de la República ostentan el nombre ilustre del Prócer Fundador Juan Pablo Duarte y que el presente homenaje vincula simbólica y expresivamente el hecho portentoso de la creación de la nacionalidad al apellido esclarecido del gobernante que la ha rescatado de las sombras del pasado, haciéndola digna, civilizada y fuerte”.

De ahí que como consecuencia de las motivaciones anteriores, se cometiera en plena dictadura, tras el fallecimiento del padre del tirano, uno de los más resonantes sacrilegios históricos que registran los anales de la patria, el cual quedó patentizado en la parte dispositiva de la referida resolución, al disponer en su artículo 1:

Designar como por la presente designa Avenida José Trujillo Valdez, a la actual Avenida Duarte de la Ciudad Capital, que parte de la Avenida Mella hacia el Norte, comprendida entre las calles Jacinto de la Concha al Oeste y José Martí al Este”.

En el artículo 2 de la misma se disponía su  envío por la vía correspondiente al “Honorable Congreso Nacional a fin de que éste le imparta su aprobación, de acuerdo con la ley”.

A partir del lamentable precedente del Consejo Administrativo del Distrito,  en importantes cabildos del país se sucederían de forma vertiginosa sesiones convocadas de forma extraordinaria con el propósito de consagrar calles importantes a la memoria del “Ilustre progenitor” del tirano.

En el caso del Ayuntamiento de Moca,  llevaría la voz cantante su presidente, Señor Leopoldo Comprés, quien informaba mediante telegrama enviado con urgencia  a Santo Domingo que en fecha 13 de junio, el  “honorable Ayuntamiento de esta común, a iniciativa del que suscribe, acaba votar resolución en sentido seále puesto a calle “30 de Marzo”  nombre ilustre ciudadano Don José Trujillo Valdez, para perpetuar memoria Benemérito Progenitor Benefactor Patria.

Es decir, no importaba que tan importante calle estuviera dedicada a honrar una epopeya singular de nuestros anales patrios, para que la misma fuera sustituida.

De igual manera, prominentes ciudadanos de la Vega solicitaron que una de las principales arterias fuera dedicada al ilustre progenitor del generalísimo. Así lo consignaba el Listín Diario en su sesión del 18 de junio de 1935, al referirse a la iniciativa de prominentes munícipes orientadas al mismo propósito :

Por informaciones que nos llegan de la Vega, sabemos que la iniciativa contenida en esta carta, ha tenido unánime acogida en el seno de la comunidad vegana y que el pensamiento general es que, la calle que entre  las principales de aquella ciudad, va a ser escogida para la nueva designación, será la que actualmente lleva el nombre de “Padre Billini”, que es la que empalma con la carretera Duarte por el puente y que es la principal arteria de la ciudad de la Vega”.

Capítulos como el precedente, nos hablan de cual sistemática y profunda ha sido la falsificación de nuestra historia. De esa porfiada y aviesa operación destinada a marginar heroísmos y a exaltar villanías.

Fuentes consultadas.

García Lluberes, Alcides. Atando cabos. El Caribe, 25 de mayo de 1962.  Pág. 5

Garcia Lluberes, Alcides.  Otro Homicidio. El Caribe, 10 de noviembre de 1962. Pág. 11.

Listin Diario.  Varias ediciones correspondientes a Junio de 1930.

Vega, Bernardo. Los Trujillo se escriben. Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1986.