José Martí y Fidel Castro son los más grandes héroes en la historia de Cuba. Aunque muchos fuera de la hermana isla antillana estiman de modo erróneo que el inmenso José Martí es el Padre de la Patria. Ese lauro corresponde al no menos heroico Carlos Manuel de Céspedes, quien fundó la República de Cuba libre el 10 de octubre de 1868 en su finca de La Demajagua en el Oriente insular, acción revolucionaria que desencadenó la gloriosa Guerra de los 10 años.  Insurrección prolongada que aún con su revés, encaminó a los cubanos en el irreversible sendero de la construcción de la patria. Al producirse este estallido conocido como Grito de Yara, Martí era apenas un jovencito quinceañero, nacido en La Habana el 28 de enero de 1853. Apresado el 21 de octubre de 1869 con apenas 16 años, por solidarizarse con el movimiento insurgente que se desarrollaba en el otro extremo de la isla. El presidio en las canteras con un grillete en los tobillos haciendo trabajos forzados y el destierro severo no amilanaron al jovencito que se convertiría en el gran organizador del rebrote insurreccional 17 años después. En su incansable jornada revolucionaria, Dominicana y sus fuerzas democráticas fueron sus constantes aliados.

El joven Martí en 1869, año de su apresamiento.

Martí desde muy temprano fija su atención en los dominicanos, en su artículo de 1878 «Poesía dramática americana», mencionaba a Santo Domingo, en este periodo se vincula aún más con los criollos. La Revista científica, literaria y de conocimientos útiles  (José Joaquín Pérez y el cubano doctor de la Fuente eran los editores), publicó varios trabajos suyos entre 1884 y 1885.  El héroe llega a tener lazos de hermandad con Federico Henríquez y Carvajal, en su revista Letras y Ciencias   se publicaron diversos ensayos de su autoría.  Martí resaltando el patriotismo local, apuntó que Santo Domingo era: […] la tierra donde -como decía en 1889- se saben defender con ramas de árboles de los que vienen de afuera a quitarles el país”.

Desde su enorme ámbito literario escribió una apología del Enriquillo  de Manuel de Jesús Galván. Desde New York, le participaba a Galván sobre su novela: “Pienso publicar los méritos del libro; pero no aguardo a esto para decir a usted cuanto gozo he tenido con su lectura”.

En Guatemala para 1878, con 25 años siendo un joven exiliado, le escribía al ya muy reputado general insurgente dominicano Máximo Gómez, diciéndole:

“He conmovido muchas veces refiriendo la manera con que Vd. pelea: -la he escrito la he hablado: -en lo moderno no lo encuentro semejante: en lo antiguo tampoco. -Sea esta una razón para que Vd. disculpé esta carta”.

Se declaraba admirador del arte de la guerra que enseñoreaba el Chino Viejo, como le decían al ínclito héroe banilejo Máximo Gómez. Pese a la derrota de la revolución suscrita con la paz del Zanjón en 1878, el general dominicano se cubrió de gloria en la manigua cubana. Aunque en la miseria económica personal, todos admitían su genuino valor como estratega militar, incluyendo a la oficialidad española triunfante con el general Arsenio Martínez Campos a la cabeza, quien era a la sazón capitán general de Cuba.

Gómez y el también descomunal Antonio Maceo (El Titán de bronce), los más prestigiosos generales insurgentes, eran sencillamente indomables, para 1884 estaban organizando la vuelta a las armas. En esos ajetreos Gómez conoce a Martí, quien pretende integrarse al proyecto insurreccional denominado históricamente Gómez-Maceo, pero no se ponen de acuerdo en una conflictiva reunión en New Orleans. Finalmente el proyecto rebelde se frustró.

Pese a sus diferencias con Gómez, Martí mantiene su vocación solidaria con los dominicanos. En enero de 1885 en sus artículos del periódico La Nación,  de Buenos Aires, se refería al fracasado intento de anexión de Dominicana a Estados Unidos propiciado por Buenaventura Báez. Criticaba al presidente Ulysses S. Grant por su actitud anexionista:

“Estimulado en su necesidad de expansión y marcha y en acuerdo con su desconocimiento del espíritu y forma de las leyes, manda a su secretario privado, so pretexto de reconocer la bahía de Samaná, a celebrar, sin autorización diplomática legítima, un tratado de anexión con el gobierno de Santo Domingo, contra el que Sumner, en el Senado, protesta con indignación, tanto por la violenta manera con que en el aparece sometido a la voluntad de un deseador poderoso un pueblo débil […]

Contrario a ciertos legisladores contemporáneos, Martí reconocía el papel estelar del senador por Massachussets  Charles Sumner, en la oposición radical a la anexión de Santo Domingo.

Fueron varios los proyectos insurreccionales malogrados en post de la independencia de Cuba. Hasta que en 1892 llegó el momento cumbre para Martí, está en oportuna labor de organizador insurgente. Consciente que para alcanzar la victoria la guerra patriótica debía  ser dirigida por un general de prestigio, ese oficial lo tenía ubicado de antemano: el Chino Viejo. El héroe y mártir mayor general Serafín Sánchez, concertó una entrevista entre Martí y Gómez, esté último residía en Montecristi entregado a labores agrícolas como un Cincinato antillano. Ante la anunciada visita del ya prestigioso propulsor rebelde, Máximo Gómez exclamó:

“Espero a Martí y con el hecho de venir a verme a mi Patria, le recibiré con los brazos abiertos. No encontrara en mi más que un soldado sin ambiciones vulgares, y esclavo del cumplimiento de su palabra […]

En 1892 Martí arriba a Dominicana desde Haití. En Dajabón se encuentra con Joaquín Montesino, su compañero de presidio en La Habana. Juan Antonio Calderón o Toño Calderón, comandante de armas, considerado el más guapo y represivo de la zona, hizo empatía con el ilustre forastero, Martí apuntó  que Toño:

[…] me hizo apear a las pocas palabras del arrenquín en que yo me iba a Montecristi, y me dio su caballo melado, el caballo que a nadie había dado a montar, el caballo que ese hombre quiere más que a su mujer”.

Llega a Montecristi, en histórica reunión en la finca de la Reforma, le planteó a Gómez en nombre del pueblo cubano que asumiera la dirección de la próxima guerra de liberación en esa isla. Con sinceridad le participó a aquel hombre que trabajaba la tierra para mantener su familia: “Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.  Gómez aceptó el trabajo que le ofrecía Martí, cuyo pago se advertía sería la ingratitud probable de los hombres. No se equivocó Martí, porque al final de la guerra (muertos Martí y Maceo) algunos pretendieron tratar con desprecio a Gómez.

Martí en su ruta hacia Santo Domingo, al atravesar la campiña y ciudades criollas, iba tomando notas para sus apuntes de localidades importantes como Montecristi, Dajabón, Santiago, Santo Cerro y La Vega.  En Santiago se hospedó en el hogar del cubano Nicolás Ramírez, como pura coincidencia histórica en la calle de las Rosas, donde funcionó el Gobierno Restaurador que provocó la erupción del anticolonialismo en las Antillas españolas.

Se presenta en la Capital el 18 de septiembre se alojó en la Casa San Pedro, en la calle Mercedes, (que luego fue local de la escuela primaria Padre Billini) donde hay una placa conmemorativa que refiere la presencia de tan ilustre huésped. Visitó el Instituto de Señoritas, dirigido por la eximia poeta, docente y patriota Salomé Ureña. Como era de esperarse recorrió la primigenia zona colonial dominicana, acompañado de una pléyade de connotados intelectuales criollos entre otros: Federico Henríquez y Carvajal, José Joaquín Pérez, Emiliano Tejera y Francisco Gregorio Billini.

Finalmente en horas de la noche se hizo una velada literaria con la histórica presencia de tan venerable hombre de América en Santo Domingo. Ya era un reconocido intelectual continental. El entonces local de la «Sociedad Amigos del País», al lado del Palacio de Borguella, frente al Parque Colón, fue escogido para su  encuentro con los intelectuales dominicanos. Federico Henríquez y Carvajal al presentar a Martí, señaló entre otros aspectos:

“Este que veis aquí, huésped de amor de la Ciudad de Ozama, bienvenido y, sin duda, bienhallado, es el cubano clarísimo hacia el cual convergen ahora -como hacía Aguilera y Céspedes en vísperas del decenio heroico- los anhelos y las esperanzas de los adictos a la causa revolucionaria de Cuba.

¡Es José Martí!”

Martí conmovió a los asistentes al acto con su prosa espléndida. La prensa reseñaba que ruidosos aplausos saludaron su intervención. Francisco Henríquez y Carvajal (hermano de Federico y esposo de Salomé) le entregó un ejemplar del libro de poesía de Manuel Rodríguez Objio, fusilado por Buenaventura Báez, al oponerse a la anexión a los Estados Unidos. Esa conmovedora y soslayada sesión político-literaria fue calificada por Martí como: «noche inolvidable y viril de la Sociedad de Amigos».  Ulises Heureaux (Lilís) presidente a la sazón no fue al acto, pero le manifestó al cónsul español para tranquilizarlo, que desde una azotea vecina el acechaba la velada antillana. En esta oportunidad Martí se retiró del país por la vía de Barahona, donde también fue bien recibido. Se ha establecido su interés por conocer el Lago Enriquillo.

Gregorio Luperón el dominicano más solidario con la causa de la independencia de Cuba, en esos momentos estaba en el exilio, opositor a la tiranía de Ulises Heureaux, no conoció a Martí. No obstante, el héroe cubano dejó constancia que se enteró de su labor solidaria,  y en Guatemala escribió un ensayo resaltando la devoción de Luperón a la causa de Cuba, al evocar un homenaje de este al general camagüeyano Ignacio Agramonte, caído en la Guerra de los Diez años, exclamaba:

[…] el caballero Luperón explicaba, con ese cariño por las causas débiles que es dote exclusiva de las grandes almas, explicaba humilde y tiernamente los impulsos que le habían movido a tributar honras fúnebres a aquel cubano de espíritu templado a fuego sobrenatural, a Ignacio Agramonte. Me puse en pie, como si Luperón estuviese delante de mí, a apretarle las manos; le di asiento en mi corazón, donde se sientan pocas gentes, y contraje con él una deuda de ternura y afecto que le pago esta noche”.

Martí al igual que Luperón y Gómez fue solidario del proyecto de erigir una estatua a Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria dominicana, propósito frustrado por las argucias del tirano Lilís. Al definir su solidaridad con la patriótica propuesta, Martí desde el periódico Patria,   sostenía:

“PATRIA, con sus dos manos extendidas, pide a los cubanos y puertorriqueños su tributo para el monumento de Duarte: el tributo de los americanos a un mártir de la libertad que  redime y edifica: el tributo de la gratitud de los cubanos a la patria de los héroes que cargaron su cruz en el hombro ensangrentado, y con el caso de sus caballos marcando en Cuba el camino del honor”.

Entretanto, el héroe se había dedicado a recolectar fondos para adquirir los barcos y material bélico que serían utilizados en la próxima guerra de Cuba. Se le acusaba de avaro que recogía y guardaba todo lo recolectado para la guerra, que inclusive se movilizaba como un mendigo, mal vestido para no dispendiar el dinero destinado a la revolución.

En enero de 1895 el «Plan Fernandina» estaba a punto de comenzar, Martí de manera asombrosa había adquirido tres barcos, con armas que partirían desde el puerto de Fernandina en la Florida a recoger los grupos insurgentes en Costa Rica, Cayo Hueso y Montecristi. Pero las autoridades norteamericanas complaciendo una solicitud del Gobierno español confiscaron los barcos y el material bélico. Este gran dilema arropó de modo inesperado el proyecto insurreccional. El frente interno pese a la adversidad inicia la guerra el 24 de febrero de 1895, con el «grito de Baire» en el Oriente de Cuba. Esperan con ansiedad por cualquier vía lleguen los refuerzos de Martí, Gómez y Maceo, este último logra incorporarse en medio de múltiples inconvenientes desde Costa Rica.

Martí y Gómez estaban varados en Montecristi, sin ningún tipo de recursos para integrarse a la guerra patria, debían hacerlo por encima de todas las dificultades. Cubanos y dominicanos solidarios, deciden recurrir al tirano Heureaux para ayudar a los expedicionarios a salir rumbo a Cuba. La propuesta era peligrosa, Lilís se empeñaba en manifestar su adhesión a España para evitar que estos no le organizaran revueltas internas como había ocurrido en el pasado. No obstante, todavía le quedaban reminiscencias de sus antiguas vinculaciones con los rebeldes cubanos, principalmente con su admirado amigo Antonio Maceo.

El comité de apoyo a la insurrección estaba en una gran encrucijada, decidieron correr el riesgo y una comisión solicitó una entrevista secreta con Heureaux en su casa, ubicada en el local que hoy ocupa la Academia Dominicana de la Historia, en la calle Mercedes. El general cubano Mayía Rodríguez, todavía en rehabilitación física de heridas de guerra, Federico Henríquez y Carvajal recién salido de la cárcel por su oposición al Gobierno y Jaime R. Vidal, fueron los comisionados. La gestión resultó exitosa, el presidente accedió a colaborar bajo la condición que la ayuda se mantuviera en absoluto secreto. Federico Henríquez y Carvajal, apuntó para la historia la actitud de Heureaux al retirarse los comisionados del domicilio presidencial:

“Llegábamos al pie de la escalera cuando, con el tono de quien está seguro de ser entendido, nos advirtió: -“Nadie sabe, y el Presidente Heureaux menos que nadie, ni de esta entrevista ni del resultado de nuestra conferencia”.

Federico Henríquez y Carvajal, luego relator de este diálogo histórico, acotó que:

“Yo concluí: -“Del general Ulises Heureaux depende que nada sepa de esto el Presidente de la República.

Asintió con una sonrisa y nos despedimos”.

Finalmente Gómez, Martí y sus compañeros (los cubanos Paquito Borrero, Angel Guerra, César Salas y el dominicano Marcos del Rosario) salen de modo subrepticio el 1 de abril desde Montecristi a combatir por la independencia de Cuba, con la colaboración secreta y entusiasta del gobernador Guelito Pichardo, cumpliendo órdenes de Heureaux.

Una ola de rumores se difunde en la prensa de España y América en torno a la ubicación de los líderes rebeldes, si permanecían en Montecristi o habían llegado a Cuba. Hasta que el 20 de abril, el periódico dominicano El Eco de la Opinión,  de Francisco Gregorio Billini (amigo de Martí) confirma que Gómez y Martí están con las armas en las manos luchando en los campos de batallas de Cuba.

Desgraciadamente el 19 de mayo cayó Martí, en Dos Ríos, jurisdicción de Palma Soriano en Santiago de Cuba. En Dominicana la prensa y personalidades públicas asumieron un oficioso duelo nacional. Se suscitaron tantas exaltaciones al héroe caído, que muchas de ellas fueron recogidas al año siguiente en un libro llamado:  Album de un héroe. A la augusta memoria de José Martí.  Para concluir este sintético trabajo dedicado al 169 aniversario del nacimiento de Martí, hemos escogido del mencionado Album,   una solemne cita del artículo de la distinguida dominicana Mercedes M. Moscoso, exaltando el legado del héroe y mártir, sumamente querido por sus coetáneos criollos:

“No te conocí. Llegaste a mi Patria en días de ardientes entusiasmos: en días que se preparaba la glorificación del centenario de América.

El ruido de tu talento, de tus palabras, y de tus grandes ideales, llegó presto hasta mí.

Después te fuiste.

En tu cabeza solo bullía un pensamiento: libertar a tu patria esclava. Y caíste en mitad de la jornada.

Cuba será libre!”

Gómez y Martí en las actividades organizativas previas a la guerra.