Esta semana se marchó un hombre de bien, un humanista, a quien nunca saludé ni compartí una copa de vino; ni un café… Tampoco un buen poema; sin embargo, lo admiré y lo seguí a la distancia. A él, sin habernos visto físicamente, me unían el bien común, el don de gente, el amor y la humildad. Esas cosas que eran propias de su vida de ser humano bueno y de extraordinario ciudadano.
Todo empezó cuando, siendo yo ya joven profesor universitario, escuché a mis amigos, en ocasiones, decir que don José León Asensio, un reconocido empresario de Santiago, había decidido construir su casa, o quizás una casa, en Polo, Barahona, exactamente muy cerca del lugar donde viví mi niñez bajo la lluvia. ¡No podía creerlo! Cómo un hombre rico de Santiago, podía dejar su bella ciudad para irse a vivir a un lugar tan lejano del sur.
 Reflexioné y empecé a pensar que don José era un hombre bueno y sencillo. así lo asumí. Sin haberlo conocido. Y allí, en el lugar elegido, él no sólo construyó su propia casa, sino que desarrolló en su entorno un proyecto, que es una especie de paraíso, adónde muchos dominicanos podemos recibir los servicios de hospedaje, entre montañas, para nuestras familias, instituciones sociales, culturales, comerciales, religiosas o de cualquier otro tipo, para disfrutar o desarrollar eventos. Es un espacio ecológico y espiritual de una belleza natural increíble. Allí estoy escribiendo uno de mis próximos poemarios, tejiendo, uno a uno, mis pedazos de infancia.
Ahora comprendo porque los clubes culturales, y los grandes eventos en materia de cultura, a los que hemos estado relacionados durante mucho tiempo, solicitaban, con frecuencia, patrocinio a una las empresas del grupo empresarial que gerenciaba eficientemente don José León Asensio. Si tuviera que mencionar los espacios culturales más importes y simbólicos del país, pondría en los primeros lugares al Centro León. Una entidad que solamente de pronunciar su nombre, nos provoca el recogimiento del espíritu. La cultura en este país, no importa el nivel social en el que se ubique, le tendrá eternamente una gratitud muy especial a don José León Asensio.
Hace un tiempo estaba con mi esposa, hospedado en Montesacro, una de las maravillas de este país, producto del genio creador de don José, como le llamaban muchos de sus amigos y relacionados. Y caminaba a las seis de la mañana por las pequeñas carreteras casi cubiertas de árboles, realizando nuestra caminata ordinaria, saludamos a un humilde empleado que laboraba allí, quien cantaba mientras trabajaba en el bosque.
 Lo provoqué con una pregunta, propia de mi sociología, y nos dijo: "don José prefiere perder a un empleado; y no, a una mata".
 Al cierre de este trabajo, y a unas horas de que se publique este artículo, esto fue lo que escuché de algunos de sus empleados: "Él tenía un corazón grande…",  me dijo una. "No comía cuentos con sus árboles", dijo la otra.
Don José era un humanista por los valores, principios, sensibilidad y práctica social, que asumía con amor y responsabilidad. El humanismo, como la buena obra de arte, trasciende las ideologías y las clases sociales. Nadie es bueno o malo porque sea pobre o rico. Se es humanista por amor, sensibilidad, visión y compromiso con los demás.