Casi una centuria debió transcurrir, entre 1847 y 1943, para que los hermanos José Joaquín y Gabino Puello, al igual que otros señalados próceres febreristas, ya en vísperas del primer centenario de la República, recibieran por fin la reparación justiciera de que se habían hecho acreedores.

No pretenden las presentes notas, ni mucho menos, un repaso ni siquiera somero por los interesantes perfiles biográficos de estos dos mártires de la patria, como tampoco de su hermano Eusebio.

Para quien así se lo proponga, entre otros documentos y textos de referencia, habrá de resultar siempre de consulta imprescindible la magnífica obra de Don Víctor Garrido Puello titulada” Los Puello”, cuya primera edición vio la luz en el año de 1959, obra que, justo es reconocerlo en honra de su autor, nada tiene de lisonjera ni laudatoria hacia sus ilustres antepasados, pues incluso cuando se refiere a la adscripción anexionista de Eusebio, lo hace tanta agudeza y ponderación de contexto, que permite al lector ir más allá de los tópicos al uso.

El presente artículo se centrará, en la ocasión, en el general de división José Joaquín Puello, esto así, con el propósito de dar a conocer a las nuevas generaciones un informe que sobre él fuera rendido por la Comisión Permanente de Interior y Policía de la Cámara de Diputados, en 1943.

Justo es reconocer, no obstante, que la clarinada por la reivindicación de este señero prócer no inició en el año precitado. Ya en las postrimerías de junio de 1940, el elegante prosista y agudo historiador Don Miguel Ángel Monclús, en párrafos lastimeros, se lamentaba de que “sobre una figura prócer y por demás interesante de la vida nacional, parece que se extiende- ni a propósito que fuera- el más espeso manto que tejiera el olvido. Aludo a José Joaquín Puello”.

Afirmaba que había “tratado de investigar con quienes podían saberlo, qué motivos velados había, motivos que no se revelan en nuestra historia escrita, para que este hombre y su nombre permanecieran casi ignorados…”, pues no se justificaban la ingratitud y el olvido de tan señero prócer, pues José Joaquín Puello “era entre sus hermanos el más sobresaliente”.

Defendía que “era el predestinado como el pequeño corso para “hacer la gloria de la familia”. Producto de una barriada de la ciudad y morena de color, en tiempos antidemocráticos e imbuidos en prejuicios de sangres azules, difícil era abrirse paso, si como él, no se estaba conformado de una manera especial”.

Aproximadamente unos tres años después, el también acucioso historiador Don Máximo Coiscou Henríquez afirmaría que el general José Joaquín Puello fue “el brazo de la reacción nacionalista del 9 de julio de 1844, alumbrada por el más grande corazón dominicano: Juan Pablo Duarte” al tiempo de sostener que “…ese fue su crimen. Haber hecho posible, con su fuerza y su prestigio, el mal llamado “18 Brumario dominicano”, expresión de Eustaquio de Jucherau de Saint-Denys, el agente de la acechanza francesa…”

Fue el  12 de agosto de 1943, próximo ya el primer centenario de la República, cuando  fueron exhumados en la Iglesia nuestra Señora de las Mercedes, en cuyo Presbiterio estaban enterrados,  los restos de los hermanos José Joaquín y Gabino Puello, para ser trasladados a la Capilla de Los Inmortales de nuestra Catedral Primada, dejándose su custodia en manos del consagrado historiador y entonces párroco de la misma, Fray Cipriano de Utrera, hasta su traslado definitivo, efectuado el 16 de agosto de 1943.

Como destacaba la prensa de la época, los restos fueron hallados en una urna común de zinc, resguardada con una caja de madera, de la que solo quedaban pedazos. Los mismos fueron reconocidos por la Profesora Ana Josefa Puello, quien declaró que su padre, el general Eustaquio Puello, hijo de Gabino Puello, los había sepultado en aquel sitio en el año 1916.

El Lic. Manuel Arturo Peña Batle, a la sazón secretario de Estado de Interior y Policía, dispuso que, junto a los familiares, una comisión de funcionarios fuera testigo de la exhumación. Fueron estos, el Lic. Víctor Garrido, entonces secretario de Estado de Educación y Bellas Artes y presidente de la Comisión Conservadora de Ruinas y Monumentos; el Lic. Ángel Fremio Soler, presidente del Consejo Administrativo del Distrito Nacional, hoy ayuntamiento; el coronel Manuel Emilio Castillo, jefe de la Policía Nacional; el Teniente Coronel Emilio Ludovino Fernández y el Capitán Andrés E. Díaz, de la Policía Nacional.

Actuó como Notario Público el Sr. Luis E. Pou Henríquez, quien levantó el acta correspondiente.

Preciso es consignar que el 9 de agosto de 1944, los restos de los hermanos Puello, al igual que los de José Núñez de Cáceres, José María Cabral, Félix María Ruiz, Juan Nepomuceno Ravelo y María Trinidad Sánchez, fueron exhumados nuevamente de la Capilla de Los Inmortales, esto con el propósito de ser colocados en sólidas urnas de plomo e inhumados nuevamente en los sitios de la misma Capilla que les servirían de tumba definitiva.

Desde luego, no sería la Capilla de Los Inmortales el lugar definitivo de su reposo, pues como es sabido, mediante la ley No. 4463, del 2 de junio de 1956, Trujillo dispuso que el antiguo Convento de los padres jesuitas se transformara en Panteón de la Patria o Panteón Nacional, ley que dispuso en su artículo 2 que el mismo estaría: “dedicado especialmente a guardar los despojos de los próceres y hombres ilustres dominicanos, para que descansen en un ambiente de carácter religioso”.

A finales de julio de 1943, la Comisión Permanente de Interior y Policía, de la Cámara de Diputados, respondió a un pedimento que le formulara Trujillo, referente a un proyecto de ley destinado a consagrar con el nombre de José Joaquín Puello el poblado situado a diez kilómetros de Elías Piña.

Constituían la misma el Lic. Rafael Ginebra Hijo, quien la presidía, Alejandro Amable Nadal, secretario, Daniel Henríquez V. Virgilio Álvarez Pina, Wenceslao Troncoso, Apolinar Casado y Eugenio Matos Hijo, Vocales y como asesor de la misma el Dr. Guido Despradel Batista.

El referido informe constituye una valiosa ponderación de los destacados méritos del general José Joaquín Puello, los mismos que le hicieron acreedores de la gratitud imperecedera de sus coterráneos y, cabe significarlo, le granjearon ser víctima de las intrigas e inquinas de Santana, Jiménez y cuantos urdieron las viles acechanzas que sirvieron de pretexto para conducirle al patíbulo junto a su hermano Gabino y otras inocentes víctimas.

El informe en cuestión se transcribe íntegro a continuación.

José Joaquín Puello fue un adepto trinitario convencido y valioso. En 1843, cuando Hérard Rivière con una saña inusitable persiguió a Duarte y sus compañeros, Puello compartió con Sánchez, Mella y Jiménez la dirección para preparar el golpe de febrero.

Concurrió a la cita memorable del Baluarte como uno de los “encabezados principales” y al proclamarse la República libre e independiente Joaquín Puello, quien al decir del historiador García era un militar “inteligente y valeroso” fue designado por la Junta Gubernativa comandante de Armas de la Capital.

Con arrojo, energía y pericia él fue el director de movimiento militar del golpe libertador del 27. Organizó las tropas, distribuyó las armas y con entereza espartana, cuando el comandante Esteban Pou, jefe del Batallón de africanos acampado en Pajarito, se negaba a obedecer la orden de entrar a la ciudad y dejar el pase libre a las tropas que venían de Los Llanos, Puello le dijo al Ayudante de Plaza Eusebio Puello: “Vaya a Pajarito y dígale al comandante Esteban Pou que si dentro de un momento él no llega con su batallón, yo mismo lo haré a la ciudad con dos piezas de cañón·.

Ante orden tan terminante, los capitanes José de la Cruz y Santiago Basora, imponiéndose a la actitud testaruda y suspicaz del comandante Pou, entraron el batallón de negros a la ciudad levantada en armas.

En plena campaña guerrera del 45, electo ya Pedro Santana presidente de la República, el General Joaquín Puello es designado Gobernador Superior Político de la Provincia de Santo Domingo, y en tal calidad, y por su grado de General de División, parte en 1845 con dos batallones para los gloriosos campos de la batalla de azua y en las fronteras del Sur presta sus meritorios servicios de militar denodado amante de la disciplina como jefe de la Primera División Dominicana.

En abril enferma en el Cantón General de Las Matas, en mayo regresa a la Capital, pero el 28 de julio, vibrante el alma en pura fe patriótica, vuelve al Sur con tropas y pertrechos a bordo de las goletas de guerra San José y La Separación.

Iba esta vez bajo sus órdenes el bravo coronel Manuel Marcano. “Yo espero, le decía en un oficio del 9 de septiembre el ministro de Guerra Manuel Jiménez, que con su acostumbra actividad y celo ayude al General Duvergé a arreglar del mejor modo el servicio del Cantón”.

Las esperanzas del ministro de la Guerra quedan satisfechas y el 25 de agosto este felicitaba al General Puello “por la consecuencia feliz de su marcha sobre el enemigo”, marcha que tuvo su culminación victoriosa en la sabana caldeada de Matayaya o de La Estrelleta, el 17 de septiembre de 1845.

En esta gloriosa acción de armas, el general Puello comandaba la retaguardia, formada por el arrojado batallón de Higuey: al decir del historiador García, la acción de Mata Yaya o de La Estrelleta “fue la más militar que se dio durante la campaña”.

Regresó a su puesto en Santo Domingo, cargado de laureles. Prestigioso y además admirado por las masas populares, el presidente Santana lo designa ministro de Interior y Policía. En 1847 ocupa el Ministerio de Hacienda y Comercio. Este fue su último destino en la vida pública.

Como Ramón Mella, José Joaquín Puello fue de los pocos hombres de armas prestigiosos que tuvo fe en el nacionalismo puro y simple que predicaba el duartismo. Por ello se opuso siempre a las maquinaciones proditorias de los afrancesados y combatió con sanos propósitos las combinaciones interesadas del anexionismo.

Esta actitud patriótica le costó su ruina. La política de apetitos turbios se ensañó en contra de él. Lo envolvió en sus redes sutiles y peligrosas y la acusación cobarde de Santiago Barriento, de un sargento de artillería y de otros perversos, hizo caer sobre sus hombros de soldado libertador todo el terrible peso del implacable artículo 210.

Se le acusaba de estar conspirando en contra de la seguridad del Estado junto con su hermano Gabino, el héroe de Comendador, Pedro de Castro y Manuel Trinidad Franco.

Pundonoroso y “temible, al decir de García, por algunos defectos de carácter”, Pedro Santana lo respetaba, pues tal como él lo declaraba “no podía echarse de enemigo a un hombre de tanta talla”.

Por esto, aun cuando a última hora los acusadores se arrepintieron de su vileza, nada pudo detener en su resolución al férreo hatero de “El Prado”. Y el 23 de diciembre de 1847, en las vísperas de las navidades del Señor, se levanta el cadalso para el prócer, general de división de los Ejércitos de la República en armas, José Joaquín Puello, como el 27 de febrero de 1845, al año justo de cristalizarse en El Baluarte el ideal de los Trinitarios, se levantó para María Trinidad Sánchez, y pocos años después, para el invicto general Antonio Duvergé, el Bayardo de nuestras Guerras de Independencia”.

¡Un merecido elogio para un gran prócer, digno de la gratitud y el reconocimiento perenne del pueblo dominicano!