En nuestro país José Francisco Peña Gómez es el único ejemplo de un líder máximo de un partido político, mayoritario o minoritario, que apto civil, física y mentalmente para la presidencia de la República no haya sido elegido por su partido candidato a esa función desde el primer momento de su liderazgo.

En comparación con los otros dos líderes que en la época ocuparon el escenario de la política dominicana, Bosch y Balaguer, lo que sucedió con Peña Gómez puede ser calificado de situación notable y terriblemente anómala, para no usar los términos de exclusión y discriminación en el seno de su propio partido.

Esto escribió el fenecido periodista, coterráneo y amigo Emilio Herasme Peña:

“Para mí, la peor crisis del PRD fue el encontronazo entre José Francisco Peña Gómez y el licenciado Jacobo Majluta por la candidatura presidencial para las elecciones del 1986.

Se creía que el expresidentes Balaguer no tenía ninguna posibilidad de ganar unas elecciones otra vez. ¡Craso error!

Basados en ese errado criterio, la gente alrededor de José Francisco Peña Gómez, con el licenciado Hatuey D’Camps(sic) que había llegado “el tiempo de Peña”. ¡Otro error! Otros creíamos que aún no era ese tiempo y que la oportunidad de Peña Gómez sería en el 1990 cuando Balaguer y Bosch tendría cuatro años más de vida y les resultaría cuesta arriba lidiar en un nuevo proceso electoral. No sabemos si también fue un error.

Los peñistas respondían que si se dejaba pasar a Majluta éste se reelegiría tanto como pudiera y que Peña Gómez se quedaría para siempre en la gatera, o como “perico en la estaca”.

Creo que Majluta, en efecto, tenía intenciones de reelegirse en el 1990, pero eso se podría corregir con un acuerdo de apoyo por parte de Peña Gómez a Jacobo, lo que le impediría sus aspiraciones reeleccionistas a Jacobo y la esperada oportunidad de Peña.

Se puede hacer una lista larga de quienes daban cuerda a Peña Gómez para que no cediera aún después de la accidentada convención del hotel Concord.”( La división endémica del PRD, Listín Diario, 01 de julio de 2012)

Así como se observa en el escrito de este dirigente del PRD,Peña Gómez era bueno como candidato presidencial solamente cuando más nadie aspirara, él debía ceder siempre, y “ cuando Balaguer y Bosch tendrían cuatro años más de vida y les resultaría cuesta arriba lidiar en un nuevo proceso electoral.”

Y, sin embargo, nadie negaba la excepcional,  brillante y larga trayectoria de lucha de Peña Gómez en su partido y la sociedad dominicana. A la llegada del PRD al país en 1961,inmediatamente adhirió a ese partido como un militante de primera fila. En aquellos años mi hermano Plinio — ya estudiante de derecho, que, aunque no era militante del PRD frecuentaba su local frente al Parque Colón en los primeros momentos de su instalación en el país— me hablaba con entusiasmo y admiración de Peña Gómez:

“Es el mismo hombre que conocí en San Cristóbal como profesor del Politécnico Loyola— Plinio era estudiante entonces en esa institución — pero ahora está más preparado, es locutor y a lo mejor ya se hizo abogado. Es el quien anima el partido junto a Plinio, mi tocayo (se refería al locutor Plinio Vargas Matos ,1935 – 2013).Es alguien muy cordial y sencillo, y de un excepcional inteligencia. De seguro, llegará muy lejos, ya es como la mano derecha de Bosch.”

Por su inteligencia, oratoria y fogosidad rápidamente Peña Gómez se destacó como un cuadro indispensable, hasta el punto de que Bosch, presidente y fundador del PRD, se fijó en él y lo nombró secretario general, relegando a dirigentes de esa organización que, originalmente fundaron con el ese partido, como eran Ángel Miolán, Ramón A. Castillo, Nicolás Silfa y Lambert Peguero, entre otros.

Mas, todavía no se sabía desde cuando José Francisco Peña Gómez empezó a acariciar la risueña ilusión de ser presidente de la República . Esa era entonces sólo una vaga sensación que aún no podría asomársele como idea o propósito.

Él ya había contribuido en forma remarcable a que Bosch fuera presidente de la República en las elecciones de diciembre de 1962. También, posteriormente , en ausencia de Bosch, exiliado en Puerto Rico, había tenido una destaca participación en la resistencia contra el golpe de Estado que derrocó a Bosch, así como en contra el Triunvirato, régimen de facto que gobernó al país posteriormente hasta la guerra de abril de 1965.

En esa guerra Peña Gómez jugó un papel clave como dirigente del PRD .Solo habría que recordar su llamado por el programa Tribuna Democrática a la una de la tarde, exhortando al pueblo a universe a los militares constitucionalistas que habían iniciado una revuelta contra el gobierno de facto.

Luego de la guerra, al lado de Bosch, candidató presidencial del PRD en las elecciones de 1966,Peña Gómez desafió las amenazas y peligros desatados por las fuerzas represivas contra los constitucionalistas, en una campaña realizada en un clima de terror aún bajo la intervención de las tropas de ocupación que abiertamente favorecían a Joaquín Balaguer.

Bosch perdió esas elecciones e inmediatamente se ausento del país. Era, quizá, el momento de “la hora de Peña Gómez. Pero no. No abiertamente, sí ,soterradamente, pues Bosch continuaba siendo el líder del partido.

Sí, y a mí me consta que ese “bichito” flotaba en el aire en las periódicas conversaciones entre Peña Gómez y Maximiliano Gómez, El Moreno. El primero era secretario general del PRD y, de hecho, el presidente de esa organización; el segundo, ya máximo líder del Movimiento Popular Dominicano, principal partido de la izquierda en esos momentos .

Juan Bosch tuvo esa vez una larga ausencia del país. Partió en noviembre de 1966 y regresó al país hasta meses antes de la elecciones de mayo de 1970,en la que se abstuvo.

Entre El Moreno y Peña Gómez se generó una fuerte corriente de simpatía. Ambos eran dos grandes políticos poseedores de una extraordinaria inteligencia.  Entre ellos había coincidencias en aspectos fundamentales de la política del momento, en particular en torno a la oposición al gobierno de Balaguer. También eran sabedores de la común procedencia humilde y étnica, que llevaban con hidalguía y respecto ante los demás.

En 1967, en una reunión de la máxima dirección de su partido El Moreno ponderaba las grandes dotes de Peña Gómez, dando cuenta del contenido de uno de sus encuentros con él:

“Te imaginas-le susurraba Peña Gómez- tú y yo dirigiendo los más importantes partidos de este país de lo que seremos capaces de hacer por nuestro pueblo si uniéramos nuestras fuerzas o llegáramos a concertaciones en puntos claves de la oposición a Balaguer.”

El Moreno tomaba muy en serio el resultado de esas conversaciones. Aprobaba la ferviente aspiración de Peña Gómez, quien de alguna manera se veía al frente del Estado dominicano representando al sector más avanzado del PRD en una alianza con la a izquierda y otras fuerzas progresistas.

El Moreno era marxista y tenía un punto de vista menos optimista que Peña Gómez acerca de una posible alianza así delineada .Sin embargo, es preciso apuntar que ambos compartían la visión acuerdista de la política que luego, cada uno y su partido pusieron en práctica a su manera: El Moreno, en el Frente antibalaguerista y antirreeleccionista de 1969-1970; Peña Gómez, el Acuerdo de Santiago en 1974.

Claro, la idea de dirigir el país era en Peña Gómez todavía el reflejo de un deseo aun no declarado ni confesado; solo confiado a ciertos amigos e ignorado salvo como un supuesto presentido para la mayoría de los dirigentes de su partido .

Fue tal vez en 1973, al Juan Bosch irse del PRD y hacer tienda aparte fundando el PLD, cuando un entrañable duendecillo se le acercó al oído a Peña Gómez y le secreteó: “Peña-era como le decía en tono familiar – ya es tu hora, la hora de aspirar a la presidencia de la República.”

Parafraseando a Pedro Mir, esa vez creería él y creerían muchos que “la hora de Peña Gómez” para la presidencia de la República habría llegado. Pero no.

Luego de la partida de Bosch del PRD y con todos los símbolos y las consignas del PRD en sus manos —el “jacho prendió”, el “buey que más jala” y de la “esperanza nacional”— Peña Gómez pronto, no más tarde que en el Acuerdo de Santiago, se daría cuenta de que ese sueño fue obra de un diablillo que lo atormentaría hasta su muerte: nunca logró ser presidente de la República.