Patética, paradójica, fue la suerte final de ese gran líder político dominicano. José Francisco Peña Gómez, máximo líder del Partido Revolucionario Dominicano, murió en 1998 en plena campaña electoral como candidato a alcalde del Distrito Nacional, apenas días antes de las elecciones del 16 de mayo.

Las últimas imágenes de ese extraordinario líder político de nuestro país son las de un hombre enfermo y al borde de la muerte que desprecia las prescripciones médicas y el peligro de un cáncer mortal acicateado por el ansia de dominio político en la sociedad y el poder de su liderazgo en un partido ya fuertemente dividido.

Si en República Dominicana alguien pudiera ser mostrado como víctima sacrificial de la política como espectáculo y escenario de las rebatiñas partidarias, ese sería Peña Gómez. Murió montado en los ijares de una candidatura que, en un principio no era la suya, que aceptó para evitar la división de su partido que, finalmente, se dividió años después y renegó de su legado.

Una candidatura que no le merecía. Que él la sabía pequeña en relación con su desmesurada estatura política. Que la asumía como sacrificio, como aras y no pedestal. Que más que un honor era un deber que se imponía por su rol de líder mesiánico y componedor de entuertos que opacó su gran humanidad .

Peña Gómez fue candidato a la presidencia de la República en 1990, 1994 y 1996 por el Partido Revolucionario Dominicano, organización de la que era el líder principal. En ninguna de esas ocasiones logró acceder a la más alta función del Estado.

Sin embargo, a la hora de su muerte era dueño de un perfil presidencial, reconocido por partidarios y adversarios, como el de ningún otro líder político del país, a excepción de los dos viejos caudillos, Juan Bosch y Joaquín Balaguer. Paradójicamente murió en 1998, en plena campaña electoral, en post de un puesto subalterno para su estatura política, Síndico del Distrito Nacional, cargo que él ya había ocupado años antes.

Peña Gómez estaba consciente de que él merecía la presidencia de la República debido a la ya larga vida de servicios políticos rendidos a la nación, aunque murió relativamente joven, a la edad de 61 años.

De los tres líderes principales de las fuerzas políticas de entonces , sólo él no había sido presidente de la República, siendo el líder máximo del partido mayoritario . Y había sido, algo que él repetía, el candidato presidencial más votado, individualmente, en las elecciones de 1996.

Nadie le niega a Peña Gómez sus grandes aportes a la democracia dominicana. En gran medida las propuestas, los valores y las concepciones ideológicas hoy predominantes se deben a su autoría.

En su partido, el PRD, fue desde el 1973, no sólo el líder y el caudillo, sino también la materia gris, el cerebro y artífice de las grandes orientaciones. Sin embargo, interesa ahora su perfil de estadista –sin haber sido presidente de la República– más que el de líder de su organización política.

Dejó plasmado ese perfil en sus discursos. En los referidos al ámbito municipal como candidato y alcalde del Distrito Nacional y en los del ámbito presidencial, durante sus tres candidaturas a la presidencia de la República.

En el ámbito municipal cabe destacar la imagen que él tenía de sí mismo en 1998, cuando aceptó ser candidato a la sindicatura para solucionar un impasse interno en el PRD. Ahí se presenta él como un hombre con una estatura política superior a la del cargo al que aspiraba, el cual ya había desempeñado años atrás:

“Un hombre sin estatura política ni liderazgo propio puede empequeñecer la sindicatura, pero un líder nacional como nosotros tiene que convertirla en un enorme polo de poder y realizar en pequeño, el programa de realizaciones, que no hemos podido ejecutar como presidente de la República”.

Se advierte en esas palabras que en ese momento quien habla no es un aspirante a síndico, sino un estadista, un hombre con ribetes de presidente de la República. Fue la imagen que comunicó en el discurso pronunciado en la convención del PRD de 1998,en la cual se oficializó su candidatura a la Sindicatura del Distrito Nacional.

Entonces, Peña Gómez no se dirige a los munícipes sino a la nación en su calidad de líder del PRD para proponer una serie de reformas que, luego después de su muerte, fueron adoptadas en parte, incluso por sus adversarios políticos.

Esas reformas son:

  • Participación de la mujer en una proporción del 25% en la dirección partidista y en las candidaturas.
  • Financiamiento oficial de las campañas políticas.
  • El voto de los dominicanos en el exterior.
  • La doble nacionalidad de los dominicanos.
  • Designación por consenso de la JCE y la actual Suprema Corte de Justicia.

Peña Gómez recordaba en ese discurso de 1998 que el PRD había planteado años atrás las reformas propuestas en esa ocasión. Sobre todo, la novedosa idea de que el Estado no debía ser gobernado solamente por los partidos políticos y que hacía falta la participación de la sociedad civil.

Acerca de esto dijo:

“…el PRD planteó desde hace quince años que este país ya no podía ser gobernado solamente por los partidos políticos y planteó una alianza del Estado con la sociedad a través de una concertación con las instituciones de la Sociedad Civil… idea de la que se apropió el Partido de la Liberación Dominicana para plantear por decreto el Diálogo Nacional.

”La concertación nacional no puede ser el resultado de un decreto… la concertación tiene que ser libre y recíprocamente consentida por sus autores…”.

Peña Gómez proponía un Diálogo Nacional de las fuerzas políticas y la sociedad civil, mucho antes de que Leonel Fernández lo propusiera y plasmara en forma muy limitada y excluyente, aunque con algunos resultados en 1997.

El concepto de diálogo del líder del PRD era más amplio .Tenia una dimensión más popular y nacional. Propugnaba por una concertación nacional participativa, como también una reforma de la constitución mediante la constituyente; idea esta última compartida por la mayoría de los actores políticos del país de la época, aunque luego la rechazaran .

A ese respecto afirmaba Peña Gómez:

“…estamos decididos a participar en ese nuevo diálogo, del que debe emanar la iniciativa de convocar una Asamblea Nacional Constituyente electa por el voto popular, con una amplia participación de la sociedad, que consagre en una nueva Carta Magna las reformas fundamentales del siglo XXI”.

Ese conjunto de reformas progresistas emanaba de una visión más general acerca de la política y el gobierno, que desde la ideología socialdemócrata Peña Gómez bautizó como “gobierno compartido”:

“…cabe proponer la adopción de una resolución que ratifique nuestro compromiso con la socialdemocracia y su expresión nacional ‘El Gobierno Compartido’”.

Se debe decir que la expresión “gobierno compartido”, propia de Peña Gómez, recoge el ideario más acabado del pensamiento político de ese líder; pero también replantea la aspiración renovada de unidad nacional, que en cada época se ha enarbolado bajo diversas designaciones, lamentablemente por lo regular, en forma demagógica, la idea de un Gobierno de Unidad Nacional.