Estoy en Santiago de los Caballeros. Acabo de atravesar la puerta de una de las casas más visitadas del sector Los Jardines, a la que algunos incautos llaman “museo”.
Se trata de la residencia de Titi Delmonte, pero quien ha salido a mi encuentro no es Rafael, ni Miguel Ángel (sus hijos, signados por los hombres renacentistas). Quien me recibe es una figura salida de un lienzo, un autorretrato que revela más de lo que es debido.
Ha venido del otro lado de una ciudad amurallada. De una “Zona Colonial”, cada vez más breve, pero que entre azules y amarillos se agiganta en memorias y sentires.
Es José Cestero. Nacido hace una eternidad, precisamente cuando Santo Domingo se abría paso entre las devastaciones de un ciclón y se consolidaba el imperio de un caudillo erigido en el miedo que luego le quitaría hasta su nombre. Pero en 1937, la capital era nueva. Trujillo la había levantado de los estragos de las aguas y vientos de un San Zenón devastador.
Desde la más remota infancia la memoria del ojo de Cestero, maduró reconstruyendo el entorno con retazos de recuerdos y anécdotas de sus antepasados. Convertido en un dios, fundó otra ciudad, una libre que es, por fin, luz, destello y esplendor.
Cestero es un consagrado pintor y dibujante dominicano. Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes, egresado en 1954 y donde encuentra a artistas fundamentales de la pintura dominicana, en una academia que impulsaba Rafael Díaz Niese, gestor cultural y médico que se convirtió en primer director general de Bellas Artes y que contó con un cuerpo docente especialmente conformado por la diáspora europea que llegó al país buscando la libertad que las guerras y el nazismo les negaban a sus vidas y obras.
Nuevos lenguajes de vanguardia internacional fue lo que encontró el joven capitaleño en su primera etapa formativa. El español José Gausachs, el húngaro Joseph Fulop y nuestro banilejo Gilberto Hernández Ortega estarían en la llamada recurrente de sus pinceles. De esa escuela continuaría su formación en el extranjero, participando en cursos de dibujo en la Escuela de Arte Mills Cooper de la Universidad de Columbia.
Libertad como eco en la ciudad.
Luego de la experiencia didáctica en el extranjero, de probar la enrancia que en la primera mitad del siglo pasado era algo de rigor en la vida de todo artista, retorna a un país en plena ebullición.
Corre el inicio de los sesenta y los estertores políticos y sociales de un régimen que venía de bruces chocaba con la efervescencia por reclamos de más derechos y libertades en todos los órdenes. El ambiente hizo necesaria la conformación de núcleos, en especial de creadores, para la subsistencia de la obra, la consolidación del discurso y la preservación de la vida misma.
Cestero integraría el grupo vanguardista “Arte y Liberación”, que contaría además con Silvano Lora (1931-2003), José Ramírez Conde (1940-1987), Iván Tovar (1942-2020) y Ada Balcácer (1930), todos se convertirían en referencias no solo epocales de las artes plásticas sino en sustentadores de un discurso visual identitario de la cultura nuestra.
Ha vivido mucho, ha pintado mucho.
De manera individual la trayectoria de Cestero, como es llamado por todos, cuenta con una prolífica obra que ha sido ampliamente expuesta en innumerables exposiciones individuales, tanto en el país como en el extranjero. Sus lienzos cuelgan en cientos de colecciones personales, instituciones gubernamentales, oficinas profesionales.
Obras suyas han sido seleccionadas en la I Bienal de Arte Gráficas Italo-Latinoamericana (Roma, 1979), en la XVII Festival Internacional de la pintura del Chateau Musee de Cagnes Sur-Mer (Francia, 1985), la II Bienal de Sao Paulo (Brasil, 1989) y en la International Tourism Bourse ITB (Berlín, 2017).
Desde 1964, cuando recibió Premio en el Primer Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, hasta recibir el consagratorio Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015, el más importante reconocimiento que un artista plástico dominicano puede obtener en su carrera.
Quienes le conocen destacan que ha aquilatando lauros con la humildad de un grande, que escucha más allá del eco que pueda producir el aplauso social: Premio Bicentenario de Baní (1964), Premio Ateneo Amantes de la Luz (Santiago, 1964), Premio del IV Concurso de Arte Eduardo León Jimenes (1968), Premio del X Concurso Eduardo León Jimenes (1983), Premio de la XVII Bienal Nacional de Artes Plásticas (1990), Mención de Honor 27 Bienal Nacional de Artes Plásticas (2013).
La ciudad colonial se renueva en su vejez.
Se insiste en llamarlo “el pintor de la ciudad”. El crítico Damián Bayón, se adelantó en un juicio ochentero en seleccionarlo entre los más destacados artistas latinoamericanos para un volumen editado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO), la misma que en 1990 declararía como Patrimonio de la Humanidad, bajo el nombre de Ciudad Colonial de Santo Domingo, al escenario que ha elegido para su delirante mundo lúdico y febril.
Cestero no es solo el pintor de la ciudad, el espacio geográfico de 930,000 metros contiene demasiados fantasmas, demasiado sol y una siempre insuficiente libertad.
La selección que presenta en esta ocasión el señor Delmonte es una muestra de lienzos paradigmáticos de este celebrado creador, se aprecia la evolución de un artista que si bien ha mantenido elementos y lugares que confluyen en reencuentros jamás ha caído en la monotonía, ni el mimetismo.
Estamos hablando de un posexpresionismo que reflexiona y dialoga con el pasado, que no es estampa pero documenta la monumental presencia de la arquitectura del primer asentamiento europeo en América. Tras el blanco de su fondo subyace, íntegro, un pensamiento.
Es una obra que llegó a la libertad del trazo porque es escape, el único posible, y es también destino, uno seguro y cierto, que la preserva de hasta sí mismo.
El contenido social pesa en la obra de Cestero. En el azul del Caribe moja sus pinceles en espumas que deja en la costa cuando chocan sus olas con un Malecón bucólico, o en las espumas que expide la cerveza caliente servida hoy, lo mismo que en los años 60 y 70.
En la ejecución de estas arquitecturas hay nostalgia. No es el celebrar de hispanófilos, ni el pesar de criollistas. Se conjuga, por ejemplo, una Catedral construida por taínos sin fe, unos edificios majestuosos cargado piedra a piedra sobre espaldas que de tanto ser expuestas al sol convirtieron en inclemente al astro.
Cestero ha mentido.
Si bien Joaquín Balaguer (siempre el poeta, nunca el político), supo construir los códigos para proporcionar una “Guía emocional por la ciudad romántica”, -asistido del lente de Natalio Puras Penzo (Apeco, 1933-2010)-, proveyó un espacio para aquilatar este pedazo de la historia del mundo; si Eugenio Pérez Montás supo biografiar los monumentos de la ciudad desde una visión ciclópea de la arquitectura; si otros han cantado y maldecido este lar, entonces vino José Cestero a mentirnos.
Las visiones son delirantes, el personaje cotidiano, fantasmal como el mejor realismo mágico, lo anecdótico atravesando la oralidad, lo citadino dimensionado a discurso y una geografía que no precisa brújulas, aguas que no llevan en su cauce el nombre del Ozama, marinas que no traen bucaneros ni se han tragado inocentes, calles por los que se pasean caudillos, damas, vírgenes, quijotes, marchantes y hasta él mismo, convertido en un personaje que a veces sale de sus lienzos, como amablemente hizo para recibirme en la casa donde se guarda quizás la mayor colección privada de su obra.
Cestero, nos invita.
El arte dominicano tiene en Cestero una voz de libertad, una paleta que hace escuela y una trayectoria de compromiso.
Invita no solo a ver su obra sino a entender el significado de oficio, el rigor de pintar, la capacidad de manejar los tormentos y ponerlos en orden en un universo lúdico y espectral que revela, en sus formas, las mil maneras de seguir siendo como mecanismo liberador, como digno ejercicio de vida.
TEXTO PARA EL CATÁLOGO DE LA MUESTRA ANTOLÓGICA PRESENTADA EN EL MUSEO DE MONTECRISTI EN EL MES DE FEBRERO DE 2023.