Entonces, en las elecciones presidenciales de mayo de 1978, el doctor Joaquín Balaguer — que había agotado doce años de gobierno en forma continua, de 1966 a 1978 — había perdido todos sus recursos de seducción y de amenaza a la vida y la libertad de los dominicanos.

Ya era un cohete explotado. Había quemado todos sus cartuchos. Tremenda lección para los reeleccionistas desbocados. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.

En ese momento, de aquel que presumía de gran estadista, pacificador, reformador ,adalid del progreso, ese que algunos consideran el “padre de la democracia dominicana”, solo había quedado una imagen un tanto terrorífica,  evocadora del lobo feroz ante la indefensa Caperucita Roja.

Entonces, desapareció del escenario público la siniestra figura del gobernante predestinado, que como una densa nube sombría se cernía sobre el destino del país.

Desde esas elecciones cesó la narrativa mesiánica del oráculo del apocalipsis y la salvación del país; retórica que durante los largos años Balaguer impuso a la audiencia dominicana.

Entonces se le dio término de forma abrupta a la violenta y tiránica saga política protagonizada por el héroe de los Doce Años. Abrupta, por increíble.

Pues, aunque fue un acontecimiento esperado y labrado pacientemente por millones de voluntades de los dominicanos agraviados,perseguidos,encarceldos y asesinados, a todos tomo de sorpresa.

Nadie creía que ese temible y soberbio Goliat había sido derrotado por un David despedazado, aunque lleno de esperanza. El hecho tomó de sorpresa a todos.

Al partido Revolucionario Dominicano, triunfador en esos comicios. Al pueblo mismo, que, aunque celebraba la victoria en las calles, aun desconfiaba de la utopía hecha realidad.

Las cárceles permanecían repletas. El exilio también . Seguía aún vivo el dolor de los hijos ,las esposas y las madres que en el júbilo de la celebración lloraban a sus seres queridos muertos o desaparecidos.

Ni el mismo Balaguer creyó en su derrota. Era algo inesperado, jamás contemplado por el artífice de los fraudes más o menos disfrazados , las trampas ramplonas y los descarados y violentos robos de urnas en las sucesivas farsas electorales durante doce años.

Finalmente, de muy mala gana Balaguer no tuvo más remedio que someterse a la voluntad popular; porque, a pesar del fraude y la violencia que ejerció en el proceso electoral, los resultados de las elecciones eran contundentes.

Pero no fue fácil aceptar que había sido derrotado. De hecho, Balaguer y sus abogados cómplices— que hoy persisten en la política dominicana con semejantes travesuras como las cometidas contra Jorge Blanco—nunca aceptaron los resultados de las elecciones de 1978.

Regatearon y patalearon con todas las argucias. Agotaron todos los reconteos posibles. Apelaron al tribunal electoral hasta que lograron cercenar una parte del Senado al Partido Revolucionario Dominicano para quitarle la mayoría absoluta.

Eso sucedió en aquel momento de 1978. Y sucedió también tiempo después, que los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano fueron una tremenda decepción para el pueblo. El de Antonio Guzmán, primero, con todas sus luces: el de Salvador Jorge Blanco, después, con ningunas luces y una poblada(1984) a sus espaldas . De eso hablaremos en otras entregas.

Si algo debemos reconocer a Balaguer es su don camaleónico: esa capacidad de adaptarse a las circunstancias. Él fue un político que hacía honor a Maquiavelo: hay que retener el poder a toda costa, empleando los métodos que aconsejen las coyunturas .El fin justifica los medios .

Y si hay que enseñar un nuevo rostro, pues, ni modo. Fue lo que hizo y mostró Balaguer en diferentes etapas de su carrera política ; sin necesariamente variar un ápice en su ideología, su modo de hacer política y su condición de hábil caudillo amaestrado en el manejo del palo y la zanahoria con sus adversarios y correligionarios .

Así retornó Balaguer al poder en los años 80 de pasado siglo, siendo aparentemente diferente .Pero en realidad, el mismo .De ahí la consigna “Vuelve y vuelve”, cimentada en la imagen de los doce años que había gobernado con base en la idea de que era preferible el orden a la libertad.

Pero ya en 1974, como estratagema política Balaguer comenzaba a adaptarse a los nuevos aires de liberalización democrática, cuando en el discurso de juramentación se propuso lavar la cara a su gobierno, prometiendo deshacerse de funcionarios que lo acompañaban desde 1966 y nombrar en los puestos a personas independientes:

“Una de las cosas que creo indispensable para asegurar al país, en 1978, un régimen que nazca de una transmisión pacífica y que disfrute del respeto general y de la estabilidad necesaria, es la de cambiar, en todo cuanto sea posible, la cara del Gobierno que se inicia en esta misma fecha… Mi obligación será prescindir de muchos de mis colaboradores actuales, aún de aquellos que merecen mi más alta estimación y que me han acompañado en la dura tarea de forjar, en ocho años de recio batallar, una patria distinta a la que recibimos en 1966…”.

El cambio de funcionarios fue un recurso que Balaguer utilizó sin dificultad y con éxito . Mudaba de despacho a sus colaboradores o los dejaba descansar por un tiempo hasta que se enfriaran, cuando estaban muy calientes ante la opinión pública.

Igualmente, daba entrada a nuevas caras a su gobierno, nombrando en cargos importantes a “independientes” y hasta a opositores reconocidos. Era proverbial su concepto acerca de sus opositores: no tenía enemigos, sobre todo porque cada uno tenía un precio. Sólo faltaba saber cuál, y pagarlo.