En esa oportunidad las fuerzas políticas del país se encontraban concentradas en tres grandes grupos partidistas. Estos eran el Partido Revolucionario Dominicano, Reformista Social Cristiano y el Partido de la Liberación Dominicana, liderados por el Dr. José Francisco Peña Gómez, el primero, el segundo, por el Dr. Joaquín Balaguer Ricardo, y el tercero por el profesor Juan Bosch, primer presidente constitucional electo por el pueblo dominicano en las elecciones libres e independientes, celebradas en el mes de diciembre de 1962. Ese proceso se desarrolló luego de que la sociedad dominicana superara múltiples adversidades políticas surgidas al calor de la efervescencia dejada por los hechos acontecidos luego de descabezada la dictadura trujillista el 31 de mayo de 1961.
En 1990, el escenario político nacional era confuso, lleno de muchas dudas para los electores, pues las propuestas partidistas tradicionales, encausadas por el Partido Reformista Social Cristiano y el Partido Revolucionario Dominicano, habían frustrado las grandes masas desposeídas del país, realidad que favorecía ampliamente al Partido de la Liberación Dominicana, cuyos militantes lucían con cierta fortaleza intelectual y política para asumir los destinos del país. Sus cuadros principales exponían en los medios de comunicación, y en escenarios de grandes concentraciones populares, que en sus manos estaba la redención de la patria, tal cual la idealizaron los fundadores de la sociedad secreta La Trinitaria, y otros ilustres defensores de nuestra nacionalidad.
Balaguer, Bosch y Peña Gómez se enfrentaban en una contienda política-partidista jamás vista en la República Dominicana, pues se trataba de uno de esos fenómenos extraordinarios en que la población votante tenía la posibilidad y libertad de elegir un candidato, conociendo plenamente las características morales y políticas que durante sus años de militancia, estos habían exhibido frente a sus más acuciantes preocupaciones sociales.
Los tres candidatos, duchos en la materia, ampliamente conocidos y respetados a todo lo largo y ancho del país, llegaron con sus propuestas a las casas de cada elector, situación que provocó una sintética polarización electoral entre el Dr. Balaguer y el Profesor Juan Bosch. El Partido Revolucionario Dominicano y su candidato, el Dr. José Francisco Peña Gómez, alicaído y cargando en sus espaldas con los nocivos efectos de sus dos gobiernos anteriores, se ubicaba en un tercer lugar. Independientemente de esa realidad, todo podía suceder en ese escenario que los tres conocían desde su intimidad hasta las proyecciones mediáticas, diseñadas para incidir en el subconsciente de grandes grupos sociales, y revertir su punto de vista ante criterios que aparentan ser de su preferencia concluyente. Sin lugar a dudas, el país fue motivado y se volcó a votar de manera civilizada por esos tres grandes líderes, cuyas vidas y acciones políticas habían marcado el escenario nacional, durante más de veinte y cinco años.
Ese gran enfrentamiento político fue el primero de dos que se llevarían a cabo entre estas tres grandes figuras de manera consecutiva. El Dr. Balaguer se impuso en los dos, aunque fueron crudas y contundentes las denuncias de fraude electoral; En 1990 el profesor Juan Bosch protestó de manera enérgica dentro y fuera del país, sin lograr que el Dr. Balaguer cediera un ápice ante los planteamientos esgrimidos por el Partido de la Liberación Dominicana sobre un hecho flagrante contra el ejercicio libérrimo del derecho al voto en el país.
El fantasma del fraude volvió a asomar en el proceso electoral del 1994, pero las protestas del Dr. Peña Gómez se escucharon de manera contundente, tanto dentro como fuera del país, y el viejo y hábil candidato reformista se vio en la obligación de acortar en dos años su período de gobierno (1994-1996) y hacer un llamado a elecciones presidenciales adelantadas para el año 1996.
En el proceso de 1994 el Partido de la Liberación Dominicana y su candidato presidencial, profesor Juan Bosch, ocuparon un tercer lugar perdiendo amplia representación congresional.
Llegado el proceso eleccionario de 1996, las fuerzas biológicas de los tres líderes habían perdido vitalidad y desaparecieron físicamente del escenario nacional. Sus aportes a la Nación, valorados por unos, repudiados por otros, quedan al alcance de la Sociedad que sabiamente sabrá juzgarlos en la dimensión que considere más apropiado.
He aquí los criterios fundamentales del discurso pronunciado por el Dr. Balaguer el 16 de agosto de 1990, ante las cámaras legislativa luego de prestar juramento ante el presidente de la Suprema Corte de Justicia. Producto de las tensiones políticas vividas por el país luego del proceso electoral, pues el Partido de la Liberación Dominicana, con el profesor Juan Bosch al frente, amenazaba con no aceptar los resultados y negarse a hacer acto de presencia con sus senadores y diputados electos el 16 de agosto de ese año, en la solemne ceremonia donde los estadistas nacionales juran el cargo de presidentes constitucionales, en el Congreso Nacional.
El Dr. Balaguer, adelantándose a un espectáculo de mal gusto en la Asamblea Nacional, gestionó y llevó a cabo la juramentación presidencial ante el juez presidente de la Suprema Corte de Justicia, instancia legal y formal que puede llevar a cabo la ceremonia de tan elevado cargo estatal en el país.
Ese día, Balaguer introduce su alocución haciendo referencia a la acción, de modo que ante los presentes y aquellos que seguían mediáticamente la ceremonia, tuvieran pleno conocimiento de que ya él poseía la Banda Presidencial y la investidura correspondiente para seguir gobernando la nación que forjaron los Trinitarios en 1844, y cito:
“Estoy consciente de que el juramento que acabo de prestar ante el Presidente de la Suprema Corte de Justicia no tiene sólo un sentido político sino que constituye también un acto eminentemente religioso. He jurado ante el Presidente de la Suprema Corte de Justicia cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República, defender la integridad de nuestro territorio contra cualquier agresión extranjera y respetar y hacer respetar los fueros y las creencias en que se han basado y se basan nuestra sociedad y nuestras instituciones. Como hombre de fe que soy, nacido en el seno de la religión católica que profesa la mayoría de nuestro pueblo, hubiera sentido mi pudor cívico ofendido y me habría abstenido de prestar este juramento si no estuviera firmemente seguro de que el derecho que voy a ejercer es un derecho legítimo, un derecho que no pertenece a otro dominicano quizás con virtudes más preclaras y más relevantes que las que adornan modestamente a quien habla.”
El mandatario aprovecha la ocasión para citar hechos del pasado reciente en donde se comportó, según él, a la altura de las circunstancias del momento:
“En 1978, a raíz del certamen democrático en que resultó triunfante el Partido Revolucionario Dominicano, y en momentos en que por todo el país circulaban rumores sobre un supuesto intento de desconocimiento de la voluntad popular por parte de algunos jefes militares, anuncié al país en un discurso que pronuncié desde el Palacio Nacional en la medianoche del 18 de mayo de ese año, que jamás ejercería una Presidencia que fuera fruto del dolo o que pudiera parecer ante mis ojos o ante los ojos de la mayoría de mis conciudadanos como una autoridad usurpada.”
El gobernante establece criterios sobre el sistema electoral dominicano que en ese momento tenía el país y que desde el año 1966, luego de descabezada la dictadura trujillista, es el mecanismo que ha permitido manejar la vida nacional en democracia:
“Hoy repito esas palabras, porque estoy convencido de que el torneo electoral en que resulté vencedor fue el más óptimo que nuestro país puede ofrecer dentro de un sistema electoral que está todavía lleno de fallas y de imperfecciones. Pero lo importante para mí, como creo que también para la mayoría de mis compatriotas, no es que cada cuatro años resulte triunfante un determinado candidato sino que de cada una de esas pruebas resulte fortalecido el régimen democrático bajo el cual hemos vivido desde 1961 y que si no nos ha hecho a todos felices, sí nos ha proporcionado a cada uno de nosotros la satisfacción de vivir como un hombre sin cadenas en su propia tierra.”
Para no dejar dudas de su elección y de lo que los grandes líderes del mundo deben sacrificar en aras de mantener la vida en democracia, hace acopio en ese solemne acto de una experiencia vivida en los Estados Unidos de Norteamérica, en las elecciones de 1960. Con ese hecho histórico, acontecido en la entonces más poderosa nación del universo, bastión mundial del sistema democrático, le dice al electorado, a los líderes nacionales inconformes y sus partidarios, que si eso ha sucedido en ese gran país, también puede acontecer en República Dominicana:
“Recuerdo a este propósito, como un episodio significativo en la historia de la democracia norteamericana, que en las elecciones celebradas en ese país en 1960 la diferencia entre los dos candidatos fue apenas de 120 mil votos dentro de un electorado compuesto por más de 69 millones de electores. Hubo una irregularidad, ésta sí colosal, en Texas, en Chicago, en Alabama, en Illinois, cuya comprobación hubiera dado probablemente el triunfo al candidato del Partido Republicano. Pero Richard Nixon, elevándose a una temperatura cívica digna de los grandes patricios de su país, visitó en Palm Beach a su opositor para anunciarle que no impugnaría las elecciones para que el régimen democrático de los Estados Unidos no sufriera desmedro y para que continuara proyectándose sobre el mundo como uno de los más perfectos entre cuantos practica hoy la humanidad civilizada.”
Balaguer en su discurso incluye también un hecho parecido de la vida nacional, señalar que:
“En nuestro país se registró un episodio similar en las elecciones de 1924 cuando el prócer de la Tercera República, el licenciado Francisco José Peynado, se opuso a que su partido, la Coalición Patriótica de Ciudadanos, impugnara por un supuesto fraude las votaciones en la provincia de La Vega, gesto patriótico que impidió que se alargara el plazo establecido en el Tratado de Evacuación Hughes-Peynado para la desocupación de nuestro territorio por las tropas de la infantería de marina norteamericana.”
Superado ese tormentoso momento en que valida su sexta elección presidencial ante el país y el mundo, externa inquietudes sobre ideas planteadas por él y los distintos candidatos durante la pasada campaña electoral, al precisar lo siguiente:
“Durante el pasado proceso electoral, tanto quien habla como los demás aspirantes a la silla presidencial, coincidimos en cuanto a la necesidad que tenía el país de cambiar su economía y su política, para enderezarlas y sobre todo para el mejoramiento de los niveles de vida de nuestras clases más desamparadas. Se habló en ese debate electoral y se incluyó en las plataformas políticas de todos los partidos, de izquierda, de centro y de derecha, las medidas que debían tomarse para disminuir o para eliminar del todo la inflación. Se habló sobre supuestas reformas al sistema tributario nacional, sobre la ampliación de las facilidades de que gozan desde hace tiempo en nuestro territorio las inversiones extranjeras y se enfatizó sobre todo la conveniencia de incluir el mayor número de nuestras fuerzas políticas y sociales en la planificación y en la dirección de nuestra democracia representativa. Pero de lo que más se habló en los foros políticos y en nuestros centros académicos durante aquel debate, fue de una supuesta institucionalización del país.”
El gobernante aprovecha el concepto reclamado de manera constante en la campaña para institucionalizar el país, quitando ciertas instancias de poder de las manos del presidente de la República Dominicana. Ante ese aspecto cardinal de la vida en democracia de toda nación, esboza los siguientes planteamientos:
“Cuando se habla de institucionalizar el país lo que se quiere sugerir según presumo no es que se sustituyan las instituciones bajo las cuales hemos vivido y que datan desde la formación misma de la República en 1844 sino, más bien, de que se hagan efectivos los principios en que reposan esas instituciones hasta adecuarlos y perfeccionarlos en el ejercicio cotidiano. La falla principal de esa institucionalización necesaria, según esos críticos, descansa en una supuesta centralización de todos los poderes del Estado en manos del titular del Poder Ejecutivo. La experiencia vivida por el país, sin embargo, en los últimos cuatro años ha sido la diametralmente opuesta. Quizás no ha habido en la historia de la República un Presidente que haya tratado con mayor parsimonia y con mayor respeto a los otros poderes estatales.”
Expone los criterios mediante los cuales ha respetado los distintos poderes del Estado y sus ejecutorias, y cito:
“Las Cámaras Legislativas actuaron en esos cuatro años con absoluta independencia dentro de la esfera reservada a su soberanía. Es cierto que hubo no pocos legisladores que se hicieron dignos del repudio nacional por sus malas ejecutorias, pero ese sentimiento de repulsa general sólo halló eco en los periódicos y en otros órganos de comunicación social. La justicia, ante cuya majestad me he inclinado en esta ceremonia juramentándome ante la persona que ocupa actualmente el más alto sitial en la judicatura dominicana, fue tratada durante ese período con la misma consideración y con el mismo respeto. Es verdad que también en este caso como en el de las cámaras legislativas hubo no pocos miembros de la judicatura nacional que no se distinguieron por la diafanidad de sus sentencias ni por la pulcritud de sus togas, pero puedo afirmar categóricamente que nunca llamé a mi despacho a un juez ni a ningún miembro del ministerio público para indicarle el camino que debía seguir en el ejercicio de sus funciones, que para mí tienen o deben tener sentido e inspiración casi sacerdotales.”
Su apreciación de la implementación institucional, no sólo se limita a organismos, descentralizados del Poder Ejecutivo, también destaca la independencia de poderes que ha dado a instituciones que desempeñan grandes acciones estructurales del Estado y que manejan grandes presupuestos:
“Dentro de la misma esfera de la administración pública, campo en el cual pudo manifestarse con mayor amplitud y con entera legitimidad mi intervención correctiva, fui escrupulosamente respetuoso de las autonomías establecidas por las leyes. Nunca objeté, por ejemplo, la política seguida por el Consejo Estatal del Azúcar o por la que a su vez practicó la Corporación Dominicana de Empresas Estatales. Mi única influencia sobre los incumbentes de esas agencias especializadas, fue tal vez la que pudo emanar del ejemplo que les ofrecí con la rectitud de mi conducta presente y pasada y sobre todo por la fe que conservo intacta todavía sobre el patriotismo de los hombres que asumen ante la historia el grave compromiso de servir a su país y de mantenerse en todo momento leales a su bandera.”
Haciendo gala de una supuesta debilidad estatal para manejar ciertas acciones y excesos que en muy contadas ocasiones se presentan en la sociedad, teoriza sobre los sacrificios, que quien ejerce el poder debe asumir, para garantizar la permanencia del sistema democrático en que se vive:
“Hay mucha gente en nuestro país que atribuye a una supuesta debilidad de las autoridades los excesos que a diario se cometen en el ejercicio de las libertades y de los derechos que nuestra democracia garantiza a la ciudadanía. Pero la libertad, sobre todo en países como el nuestro, de bajos niveles educativos, tiene un alto precio y ese es el precio que hay que pagar para tener el privilegio de vivir bajo el mejor de los regímenes que han sido inventados hasta ahora por el hombre. No es fácil, creo que en esto todos estarán de acuerdo con quien habla, trazar con precisión en países como el nuestro la raya que separa la libertad del libertinaje, la buena conducta de la delincuencia y la inocencia pura de la maldad absoluta. La imagen clásica de la democracia fue la que nos trazó Pendes en su memorable Oración Fúnebre en honor de las víctimas de la guerra del Peloponeso. Más de 20 siglos después esa imagen reaparece en el famoso discurso de Gettysburg en que Abraham Lincoln define el régimen democrático como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Frente a la claridad y a la autoridad de esas definiciones, la forma o el estilo de ejercer la democracia varía según las personalidades, según las épocas y según los países.”
Ya casi concluyendo su intervención ante los poderes legislativos de la nación, externa diversas preocupaciones sobre la deuda pública, y las acciones a emprender para reorientar su manejo ante los organismos crediticios internacionales:
“Sobre nuestro país, señores legisladores, gravita una deuda pública sobremanera onerosa, más que onerosa, irracional y como tal, en los términos en que fue hecha, impagable. La experiencia de los últimos años demuestra que nuestro país no está capacitado, en la actual etapa de su evolución económica, para cumplir con los compromisos que le imponen los contratos de préstamos que ha suscrito, y para dar al propio tiempo satisfacción a nuestras necesidades mínimas como nación en vía de desarrollo. Se impone, pues, en interés de ambas partes, una revisión de esos contratos de préstamos para adecuarlos no sólo a nuestras realidades económicas, sino también a las realidades políticas y culturales del mundo en que vivimos. En el mundo de hoy ningún país, sea cual sea su ubicación o su tamaño, puede resignarse a vivir de las sobras que ruedan al piso después de cada festín desde la mesa de los poderosos. Ninguna situación en el mundo de hoy puede perdurar por mucho tiempo, si esa situación es contraria al derecho que Dios nos ha concedido a todos de compartir la tierra y de vivir conforme a la ley que Tito Livio ha definido como la "Ley de la Necesidad".
De igual manera, admite el estadista de la revolución sin sangre, que existen serios inconvenientes en el sector descentralizado de su gobierno, situaciones que se arrastran desde la gestión 1986-1990:
“Tan grande para el saneamiento de la economía nacional como la deuda pública, es el déficit del llamado sector público descentralizado. La administración que hoy se inicia continuará tomando todas las medidas a su alcance para resolver el déficit de la Corporación Dominicana de Electricidad. Las dos plantas de turbogás adquiridas recientemente en Houston, cuyo costo de 20 millones de dólares ha sido totalmente pagado por el gobierno, se incorporarán a nuestro sistema energético en los próximos meses.”
“El contrato con la Hidro Quebec, para la ejecución del cual mantiene el gobierno un depósito de 20 millones de dólares en el Barclays Bank de New York, equivale a la instalación de una nueva planta como la "Itabo", ya que la pérdida de energía causada por el deterioro de las redes de transmisión y que representa alrededor de 120 mil kilovatios, quedará eliminada.”
“Las hidroeléctricas de Jigiley-Aguacate, cuya construcción está ya en su fase final, suministrarán gratuitamente a la Corporación Dominicana de Electricidad 125 mil kilovatios en las épocas de lluvia, y alrededor de 20 ó 25 mil en los meses del año en que baje el caudal del río Nizao y de sus afluentes.”
En su alocución el gobernante hace énfasis en ese sector y define metodologías sobre todo el grupo de empresas pertenecientes a la corporación de empresas estatales:
“En cuanto al déficit de la Corporación Dominicana de Empresas Estatales, el plan de la presente administración consiste en agrupar en tres categorías todas las empresas de ese consorcio. La primera categoría comprendería las empresas mixtas, que deben operar con capital público y capital privado. Entre estas podrían citarse como ejemplos, la Fábrica de Vidrio de San Cristóbal, la Compañía Dominicana de Aviación y la Compañía Anónima Tabacalera. En la segunda categoría se incluirían todas aquellas empresas que carecen de motivaciones que justifiquen la intervención del Estado en el campo industrial o en el campo comercial como empresario. Entre éstas estarían: la Fábrica de Baterías, el Atlas Comercial y otras muchas empresas de carácter similar a las ya mencionadas.”
“En la tercera categoría por último, se agruparían las empresas que deben permanecer dentro del sector público, sea por la importancia que tienen para la región en que se encuentran ubicadas, o sea por sus proyecciones incuestionablemente sociales. Entre éstas figurarían: las minas de sal y yeso de Barahona y la Fábrica Dominicana de Cemento.”
En esa memorable ocasión en que se dirigía por sexta vez al país para jurar la presidencia de la república, Balaguer siente la presión de estar sometido ante el escrutinio nacional e internacional, al asumir un mandato cuestionado en su legitimidad. Trató desde los primeros párrafos de su intervención hasta los últimos, de justificar la legalidad del gobierno que asumía. Aunque lo hizo por encima de todas las circunstancias políticas vividas en ese momento, su yo interior no se sentía a gusto. Por eso, ya concluyendo, como colofón, se refiere a la deliberada ausencia de un partido (en obvia referencia al Partido de la Liberación Dominicana) y sus legisladores de la solemne Asamblea Nacional:
“Voy a concluir, un importante partido político que participó en las últimas elecciones se halla ausente de esta sala como protesta, según sus dirigentes, por la supuesta ilegitimidad del gobierno surgido de ese certamen cívico. Después del asesinato de César, hubo en Roma, en las a fueras de Roma, según Mommsen, una cena con la participación de todos los involucrados en aquella conspiración aterradora. No asistió Bruto. Pero por el hecho mismo de su ausencia su figura cobró mayor presencia para la historia que la de todos los demás comensales.”
Una vez más hace acopio de sus amplios conocimientos de historia política universal y nacional para justificar ante sus interlocutores, aquellos hechos que le perturban en la vida real:
“Ahora que menciono a César quiero añadir que nuestro país no puede decir, como decía de sí mismo el conquistador de las Galias, que era hijo de Venus, pero tampoco puede decir que es hijo de la adversidad como lo presentan José Ramón López y otros pesimistas dominicanos. Hemos desaparecido muchas veces, tragados por las grandes potencias colonizadoras o destruidos, destruidos no tragados, destruidos por desventuras que hemos labrado con nuestras propias manos. Pero ahí, señoras y señores, ahí está nuestro país en pie, el país de las vicisitudes, más golpeado tal vez que ayer, pero más convencido que nunca de que no somos perecederos como no lo han sido nuestros sacrificios y como no lo son ni lo serán tampoco nuestros sueños inmortales.”
Realmente concluye cuando pronuncia las siguientes palabras:
“La tarea que nos aguarda en los próximos cuatro años, como se ve por cuanto he dicho, será ardua y premiosa. Para llevarla a cabo felizmente, sin embargo, sólo necesitaremos de dos cosas: primero, de la gracia de Dios, y segundo, de la ayuda, de la cooperación de todos nuestros hombres y de todas nuestras mujeres de buena voluntad. Duarte, fundador de la república y padre de la patria, nos señaló el camino a seguir en una ocasión memorable, cito: "Dominicanos, dijo en esa ocasión el Padre de la Patria, sed unidos, y sed justos, si queréis ser felices".
Una vez más la República Dominicana se sacrificaba por las apetencias desmedidas del líder de las huestes reformistas socialcristianas. Según su punto de vista, los líderes políticos de la oposición debían entender pacientemente que él debía gobernar a su imagen, voluntad y semejanza la nación que por herencia histórica le dejaron los fundadores de la dominicanidad.
Tanto el profesor Juan Bosch como el Dr. José Francisco Peña Gómez, fueron víctimas reiteradas del estilo cruel y despótico con que el Dr. Balaguer entendía su predestinación a conducir los designios del país.
Estos y otros líderes del país, prefirieron postergar en más de una ocasión su vocación de servicio democrático a la patria, antes que enfrentarse a las incontrolables apetencias presidenciales de ese animal político, para evitarle al país un descomunal baño de sangre.