Trátese de habilidades culinarias o del universo de la enología; de fascinación por las etnias asiáticas o las vivencias políticas del emigrado; de la plástica y la literatura como modos de expresión, o, en fin, de la vida y sus accidentes, Jimmy Valdez-Osaku (1975, Mao, Valverde) es el pensamiento sacudido hecho persona. Un artista cuyo modus operandi se evidencia en las volcánicas connotaciones filosóficas plasmadas en sus creaciones, como alguien anotó alguna vez.
Una bala (Books & Smith Indie 2022), su más reciente obra, ilustra la forma como el poeta busca, persigue mejor aún, no solo su propia voz como instrumento de expresión y sentir, sino como espejo y a la vez reflejo de una realidad intensamente cuestionada por su palabra hecha verso. En efecto, Valdez-Osaku se pregunta todo y con ello, seamos lectores de sus textos u observadores de sus intensísimas telas, también nos obliga a cuestionar lo acontecido en esta batalla de (a)temporalidades llamada modernidad.
Tras haber dejado atrás su natal República Dominicana; haber vivido en España, Suiza y Francia; arribar al Nueva York que ha hecho su casa desde los balbuceos del nuevo milenio, Jimmy no ha cesado de trabajar en el arte a decir por la docena de exposiciones pictóricas que ha organizado, curado, o participado en aquella urbe. La página tampoco ha estado en silencio, lo evidencian al menos cuatro libros entre los que destaca el poemario Creative exile publicado por el Bunker Hill Community College de Massachusetts traducido al inglés impecablemente por nuestra reconocida Rhina Espaillat.
Más que teorizar sobre la producción artística, del talento y acontecer vivencial de este meritorio representante de nuestra diáspora, quisimos conversar con él sobre la gestión cultural, la batalla idiomática del que ha emigrado, el amor y sus dolores, y otros no menos complejos atrevimientos. Inicio cuestionándole cómo ha influenciado la transnacionalidad en su trabajo artístico: “Cuando emigré, apenas tenía el sentido de las cosas, la educación y capacidades para aquello del vivir y representar al mundo por medio de la escritura o los oficios de la creación plástica”.
“Tenía como base aspectos muy generales, los cuales se fueron ensanchando conforme el roce con las demás culturas en la que se me ha permitido la inmersión, pues he pasado de lo insular y aislado, a una comprensión más universal de lo humano, lo existencial y lo diverso (creo que, de no haber emigrado, el yo de ahora jamás hubiese existido y sinceramente mi mundo sería más empobrecido y distante de todas esas pequeñas cosas que siento he logrado construir)”.
¿Cuál es el fundamento de tu preocupación por la gestión cultural? “Crecí en un ambiente rural, de gentes muy humildes, empobrecidas, pero muy solidarias, cuyas alegrías se manifestaban a través de las más básicas representaciones artísticas (fuente fundamental de nuestras idiosincrasias culturales, creativas, existenciales). En ese ambiente aprendí que lo gastronómico era cultura. Que lo del ritmo musical con sus penas y bulliciosas cadencias era cultura. Que el respeto impuesto, aprendido por nuestros símbolos y valores patrios era cultura y que todo lo que nos rodea existe como cultura”.
“Luego aprendí que la cultura no solo debe de tratarse como inversión sin sentido, que también es negocio, que representa y puede representar desarrollo, sustento, mejores condiciones de vida para las poblaciones que en ella creen y se empeñan en abrazar. Creo que el ambiente cultural dominicano se merece mejores cosas que las que tenemos en la actualidad. Que nuestras ambiciones deben de estar equiparadas al trabajo y esfuerzo que se realiza, y no al mero conducir desde un despacho lo que no se entiende o se ha pretendido entender”.
¿Qué representa para ti la poesía frente a la pintura o la plástica? “Honestamente no sé si lo que escribo es poesía o lo que pinto merece ser llamado como tal (palabras mayores eso de la Poesía y la Pintura para un ser que apenas puede decir que trabaja, que se revuelca noches, días, y demás conceptos de tiempo entre los filos y dientes de su entorno, siendo aquello que me rodea un vasto laboratorio en el cual ensayo la vida a través de una multiplicidad de reposiciones, terquedad y sueños). Todo tiene su belleza y a mí me agrada mucho trabajar la descripción de sus formas, espíritus, trasfondos…”.
¿En realidad has vivido las extensas experiencias narradas en Una bala, o es que acaso eres un mago de la imaginación? “Realmente he vivido todas esas cosas. Unas en menor o mayor medida, pero siempre usando como materia prima la propia experiencia, dolor, reflejos, bocados de aire”. ¿Es por ello por lo que sufres tanto? Tus textos son un torrente de pesadumbres y desgarramientos, aunque ciertamente, para haberlos vivido supongo habrá una cuota similar de disfrute y pasión. Creo no es coincidencia la cita de Dante en el introito de Una bala (No hay mayor dolor/ que recordar momentos de felicidad/ en la miseria). “Estuve realmente enamorado. El amor aumenta la locura. En mi caso aumentó la mirada profunda a cuanta herida arrastro conmigo. Esta es la fecha en la que ando igualmente roto (nada que hacer al respecto, admito). Sé que duele y saco partido al sentir. Más que poesía, si se quiere llamar así, describo al ser que me devuelve el espejo cada mañana, esté lloviendo o nos anuncien tormentas de arena con aparatos desfibriladores”.
Aunque ya lo cuestionó un poeta te pregunto entonces ¿Qué se puede hacer con el amor? “Sentirlo. Expresarlo. Abrazarlo y aprender a dejarlo ir, que es la verdadera fuerza de este (aunque duela, repercuta con rabias, exponga todo a los fuegos de un asado o al ahogo de las flemas, el vómito y el alcohol)”.
La destacadísima autora Rhina Espaillat, tras traducir uno sus textos (que definió como herméticos), confesó que fue la más difícil traducción en su haber. ¿Podrías comentar sobre la experiencia de ver tu trabajo reescrito en otro idioma? En el sentido creativo quiero decir, la experiencia de leerte en otros y a través de otros. “Un privilegio sin duda alguna. Un gran honor por todo lo que significa Rhina Espaillat, para la dominicanidad en su conjunto, pues todos debemos estar agradecidos por la suerte de sabernos compatriotas de una de las damas más entregadas y prolijas en el ambiente literario norteamericano, que desde siempre ha dado todo de su ser por dar a conocer lo mejor de la literatura criolla, humana y trascendente de nuestro país en lengua inglesa gracias a sus traducciones y apuestas por el arte”.
“Rhina me ha abierto oportunidades que jamás pensé alcanzar. Gracias a ella y a los hermanos que le rodean soy una mejor persona, que es mucho decir y afirmar. En cuanto a saber que alguien puede leerme en otra lengua, es una sensación que trasciende aquello que se puede explicar con palabras”.
¿Y qué decir de la obra pictórica de este renacentista posmoderno? Hay en sus lienzos un dejo de angustia, una urgencia y desesperación en el sentido creativo y cuestionador de la acepción; en ellos, el existir, a decir de los a veces tenues y en otras turbulentos trazados, se revela con toda su intensidad de época sacudida ante la cual el pintor es también arrastrado. Le acompañan en ese viaje rojos a borbotones, como sus pasiones; verdes de ensueño, cual la saudade de sus textos melancólicos; y grises, sí, grises indefectiblemente brumosos como demasiadas veces se dibuja la realidad contemporánea.
La abstracción, que había nacido desprovista de figura alguna a fin de acoger la autonomía de la imaginación, siempre se valió de la línea o el círculo; de la geometría, en suma, para crear un lenguaje de formas y contornos que empoderen (y provoquen) al observador en la aventura de la experiencia estética. Valdez-Osaku ha logrado aquello gracias a su pluma y a la magia del pincel, ambos enriquecidos por la efervescencia de este inusualmente sensible e inquieto artista.