1. Lo primero es que él supo ser un buen hijo y buen hermano, de acuerdo con los evangelios.

Lucas narra el incidente en la adolescencia cuando Jesús se quedó en el templo discutiendo con los sacerdotes, pero, al encontrarse de nuevo con sus progenitores el texto dice: “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (Lc.2.51). De modo que fue un adolescente con las inquietudes propias de la edad, pero obediente a sus progenitores.

En la crucifixión reivindicó la honra a su madre cuando dice: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Lc.19.26-27). De modo que, no era solo predicar y evangelizar, sino asegurar la protección de su madre.

Una escena conmovedora es la actitud hacia Jacobo, su hermano. Pablo relata su encuentro con este personaje importante: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor” (Ga.1.19). Luego en 1 Corintios dice: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la v3ez, de los cuales muchos viven aun, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles” (¡ Co.15.6-7). Este dato solo aparece en el ‘evangelio de Pablo’: Jesús resucitado apareció a Jacobo su hermano, antes de aparecerse a los apóstoles. ‘Mírame, Jacobito, soy yo, tu hermano Jesús, que he resucitado…” Por eso Pablo, en su búsqueda posterior a su conversión, quiso tener este testimonio de primera mano.

El resumen es que Jesús obedeció y honró a sus progenitores, y fue un hermano leal hasta la muerte.

  1. Otro aspecto de la vida ejemplar de Jesús es que demostró un gran sentido de dignidad personal.

Juan describe la escena cuando Jesús lavó los pies de los discípulos de la siguiente manera: “…sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Jn.13.3-5). Juan es preciso en relacionar lo que Jesús hizo, con la imagen que tenía de sí mismo. Como sabía su relación con Dios, pudo fácilmente asumir la posición de esclavo. Por eso les dijo al final: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn.13.14).

La moraleja es que su sentido de dignidad le permitía asumir el rol de siervo sin sentir humillación.

  1. Otra característica ejemplar del hijo de Dios es su intensa vida devocional.

Unas veces se levantaba de madrugada: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mr.1.35), pero otras veces ocupaba las vigilias de la noche, para estar con su Padre: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lc.6.12).

No se trataba de una rutina, como Daniel, que oraba “tres veces al dia” (Dan.6.10), sino devoción permanente, y que interrumpía para hacer la rutina cotidiana. Él hablaba con el Padre como hablamos entre nosotros cotidianamente. Era algo natural, y podía cogerse toda la noche, o toda la madrugada. No era una letanía para repetir, ni había un rito especial. Era hablar y escuchar; alabar o pedir; buscar u organizar la mente delante del Padre.

Podía ser de rodillas, o caminando, o estando en medio de la gente, pero siempre conectado de arriba.

  1. Lo curioso es que esa vida devocional intensa se combinaba con asistir a banquetes.

Lucas especialmente relata los banquetes de Jesús: con Leví (5.27-32); con un fariseo (11.37-54); con un gobernante que era fariseo (14.1-6,15); con Zaqueo (19.2-5,10) y el último banquete que fue la Cena del Señor (22.7-23).

Estos banquetes era algo tan habitual que fue objeto de crítica, como él mismo lo reconoció: ”Mas a que compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores” (Mt.11.16-19).

La clave es el equilibrio y no irse a los extremos: una vida devocional intensa, pero también banquetes y relación con la gente.

  1. Jesús es incomparable por las buenas respuestas que dio a sus adversarios.

Cuando le trajeron a la mujer adúltera, sorprendida en el mismo acto (aunque dejaron escapar a su compañero de pecado), se produjo la tremenda respuesta: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Jn.8.7), y de esa manera todos quedaron desarmados.

Cuando le tendieron la trampa sobre los impuestos, pues si aceptaba, era cómplice del poder dominante, y si lo rechazaba, era un subversivo: “Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea. Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos dijeron: De Cesar. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a Cesar lo que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él” (Mr.12.15-17).

Él supo responder a la encrucijada de la mujer samaritana: “Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesus le dijo: Mujer, créeme, que la hora bien cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adoraran al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn.4.19-24).

De todas maneras, fue rechazado como rey de los judíos, pero sus respuesta no tienen comparación.

  1. Jesús es también incomparable por el estilo de vida sano que llevó toda su vida.

Sabemos de su actividad física por el oficio de carpintero (Mr.6.3), y se supone que caminaba 4 a 5 kilómetros diarios, y quizás unos 30,000 en toda su vida. Marcos y Lucas lo describen como que “iba delante” de sus discípulos hacia Jerusalén (Mr.10.32; Lc.19.28). Para nuestros días esto significa ejercitarse en las tareas cotidianas, preferir la escalera al ascensor, y procurar espacios para caminar y ejercitarnos.

Jesús es también modelo por su estilo de alimentación, básicamente pescado, granos, pan, miel y legumbres, y solo ocasionalmente cordero o buey, por las condiciones del clima, pues no había neveras, ni era posible sacrificar continuamente tantos animales. Además, los gringos no se habían inventado la comida basura, con tanta frituras, dulces, y condimentos malos.

De modo que Jesús fue un buen ejemplo incluso por ejercitarse diariamente, y por una alimentación saludable.

  1. Lo especial de Cristo es vivir con sencillez, pues “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc.12.15).

En otras palabras: la felicidad no depende de ropa de marca, ni vehículos costosos, ni vivir en palacios, sino tener un propósito superior en la vida, y es algo que aparece en todos los estudios sobre cosas que se relacionan con las esperanzas de vida.

El primer hogar de Jesús fue un pesebre (Lc.2.7), y nunca tuvo un sitio que pudiera reconocer como su casa (Mt.8.20). Al principio de su proyecto se alojó en la casa de Pedro con los otros discípulos, y muchas veces al dormir tuvo el cielo fue su techo.

También disfrutó de buenos momentos en los banquetes, pero su secreto era la pasión que lo movía para cumplir la misión del Padre.

  1. Este es Jesús, el hermano mayor, y el mejor modelo que tenemos para vivir con significado.