Alguna gente insensata todavía sigue sudando la fiebre del romanticismo revolucionario.

Prisioneros de los esquemas, persisten en su quehacer marginal sin darse cuenta del gran favor que le están prestando al orden social vigente.

Al negarse a estudiar críticamente las experiencias históricas, su capacidad de entender la realidad se ha reducido a su mínima expresión viviendo en un mundo de fantasía e inmersos en la gris cotidianidad, no tienen el valor, unos, ni comprenden, otros, la necesidad de echar por la borda la estrechez de miras y adaptarse a las circunstancias.

El problema de la “construcción de la vanguardia” embriagó durante décadas a la élite revolucionaria dominicana. Toneladas de papel impreso fueron dedicadas a dilucidar este dilema, decenas de divisiones y subdivisiones se produjeron al calor de este objetivo, sangre generosa de valiosos hombres fue derramada por este ideal, debates ideológicos sin fin tuvieron lugar, y hoy, a años de agrias discusiones y ensayos grupales no menos grotescos, ninguna organización, autotitulada vanguardia, ha gozado de ese favor en el seno de las masas.

Esa experiencia merece una seria reflexión. La cuestión de quien conduce el proceso de transformaciones sociales es un delicado asunto.

Ciertamente. No hay transformación social sin un grupo dirigente. Eso es lo general, lo que se ha cumplido matemáticamente en todas las sociedades y en todas las épocas.

La revolución francesa de 1789 necesitó para abrirse paso, no sólo el ambiente efervescente del llamado a los Estados Generales hecho por Luis XVI, forzado por la grave situación social y política de entonces, sino que un grupo de dirigentes, se decidieran con sus acciones –aunque fuera inconscientemente– a abrir el tumor de una sociedad podrida, desencadenando una dinámica social irrefrenable. Los jacobinos actuaron, en consecuencia, como instrumentos ciegos de la historia, y sin ellos, la revolución francesa hubiera sido otra cosa, pero no revolución francesa.

En otros términos, el problema de la conducción de los procesos sociales transformadores representa algo esencial en todo movimiento y adquiere el carácter de Ley Social. Sin embargo, su construcción práctica obedece a particularidades nacionales, que en esencia son las condiciones concretas de evolución económica y política en que se desenvuelve el proceso, particularidades que obligatoriamente deben ser respetadas si no se quiere caer en el dogmatismo.

La experiencia histórica del proceso revolucionario de América Latina parece confirmar una tendencia. En efecto, en nuestro continente, ningún partido comunista, como tal, ha conducido victoriosamente una revolución. Por el contrario, todas las revoluciones triunfantes que han tenido lugar, fueron el resultado de la constitución de poderosos movimientos populares que actuaron con consignas, símbolos y programas no radicales.

En la sociedad dominicana la propia experiencia parece confirmar esta tendencia. Ciertamente, el movimiento democrático ha crecido y se ha desarrollado al margen de las prácticas abiertamente comunistas. Después del derrocamiento de la dictadura trujillista en 1961, surgieron tres grandes corrientes democráticas cuya influencia en el seno del movimiento han sido determinantes, para el porvenir del mismo. En primer lugar, el movimiento 14 de Junio, entre los: años 1961 y 1964; en segundo lugar, el ala democrática del PRD dirigida por Juan Bosch entre 1962-1973, y por Peña Gómez desde 1973 hasta hoy; en tercer lugar, el PLD, dirigido por Juan Bosch.

Es muy complejo explicar minuciosamente las causas de estos fenómenos y el destino de estas corrientes. Factores diversos se han conjugado para que ocurra esto, pero es un deber el atreverse a buscar una explicación científica descartando las acusaciones personales o el pretexto de la existencia del “oportunismo” y “la traición” en el seno de las organizaciones revolucionarias.

Entre estos factores mencionaremos los siguientes:

  1. a) la tradición caudillista, el peso de las formas precapitalistas de conciencia social, o sea, el reflejo al nivel de la superestructura, en el sector de la Ideología, de relaciones de producción que han trascendido a pesar de su agotamiento histórico y del amplio predominio del modo de producción capitalista. Cuando Carlos Marx afirmaba en su “Crítica al Programa de Gotha” que en la sociedad socialista subsistirían los “estigmas del pasado” se refería precisamente a este fenómeno según el cual el paso de un modo de producción a otro no modificaba automáticamente las relaciones que se daban a nivel de la superestructura, sino que estas continuarían manifestándose durante cierto tiempo;
  2. b) el peso del anticomunismo en la esfera de la sicología de las masas.

En efecto, la prédica anticomunista ha sido bombardeada durante más de 50 años en nuestro país, independientemente del poco peso político que el movimiento comunista ha logrado. Al calor de la tiranía trujillista, dicha prédica llegó a su nivel más alto. Las-masas han sido impregnadas de tal ideología hasta el punto que la influencia de los tres líderes democráticos más sobresalientes que ha tenido el país (Tavárez Justo, Juan Bosch y Peña Gómez) ha descendido o no en la medida que han actuado prudentemente desligándose de posturas “comunistas”. Más aún: en la medida que estos tres dirigentes  adoptaron posiciones públicas radicaloides encontraron obstáculos muy grandes para ganar apoyo de amplios sectores populares. Es el caso de Tavárez Justo al desencadenar las guerrillas de 1963; es el caso de Peña Gómez cuando provocó a los conservadores con el exabrupto del “coronel que se case con la gloria”; es el caso de Bosch entre 1967-1970 al adoptar la imprudente tesis de la Dictadura con Apoyo Popular.

  1. c) la tradición marxista en las masas populares, por vía de consecuencia, es prácticamente inexistencia, o por lo menos muy reducida, aún en la clase social más inclinada a adoptar dicha tradición, es decir, la clase obrera.

Contrariamente a esto vemos un gran desarrollo de  las corrientes democráticas. Este desarrollo demuestra que es posible organizar el pueblo con consignas amplias, destacando una táctica política despojada de la fraseología extremista y de las conductas y posiciones dogmáticas, infantiles, teniendo como único norte la lucha por las transformaciones democráticas que son apoyadas por la inmensa mayoría de la población. Comida, empleo, educación, salud, transporte, luz, agua, desarrollo de la producción, libertad política e independencia nacional, en fin, una vida decente, tales son, en pocas palabras los objetivos que persigue el pueblo dominicano en esta etapa de su evolución histórica.

El balance de las luchas sociales en las últimas décadas ha sido tajante para aquellos que desean sinceramente aprender de los hechos históricos: cuando las fuerzas progresistas se separan del movimiento democrático se aíslan y se debilitan; cuando ganan aliados dentro de este movimiento acumulan fuerza política.

Todo lo que sea salirse de esta onda y ponerse a lugar a la revolución está de antemano condenado al más estrepitoso fracaso.

(Este artículo fue publicado en el mes de agosto de 1988, pero sorprendentemente mantiene toda su vigencia)