Nunca he puesto un pie en la isla de Jamaica, aunque la norteamericana Beverly Ellis-Hebard puso ambos, no la dejaron ir más allá del aeropuerto ya que no llevaba pasaporte, así que se quedó con las ganas de ver por dónde corrió Bob Marley y las melodías de Usain Bolt pero, a qué fue hasta allá… y sin papeles.

Al parecer todo fue culpa de la aerolínea, la mujer había comprado un boleto de Filadelfia a Florida, estaba ya en la sala de espera, lista para abordar. Entonces quiso ir al baño y en ese inter, en un surrealista parpadeo, decidieron cambiar la puerta de embarque. Ella volvió al mismo sitio, la llamaron por su nombre y la apuraron a que ingresara a la aeronave (qué palabrita) pero no verificaron su billete. 

Ya en pleno vuelo escuchó a las azafatas hablar de los encantos de Jamaica y dijo que en Jacksonville también había playas (aunque sin reggae) y así, gracias a aquella plática sin importancia, el small talk, como lo llaman en inglés –frases cordiales que se intercambian entre desconocidos para pasar el rato–, se dio cuenta de que estaba en el avión equivocado. Cabe precisar que antes de hacer su «escala técnica», les había preguntado si tenía tiempo para ir al… 

Esta noticia, que no es la sinopsis de una película de enredos, fue un dramón para la viajera, un lío que no se arregla con un: ¡Señor capitán! Bajo en la otra esquina, como lo  haríamos en el autobús.

Ignoro los detalles, pero el caso es que al aterrizar la «invitaron» a sentarse y quedarse tranquila, pues no podía abandonar el International Jamaica Airport o cómo se diga y para evitar sorpresas, un oficial, musculoso, sonriente, de migración, la acompañó durante todo este tiempo. Le dijeron estar al pendiente, que ya le avisarían cuando el mismo avión estuviera listo para el regreso. ¿Le habrán aconsejado estar atenta a la puerta donde debía embarcar, a fin de evitar una nueva confusión? 

¿A dónde iba aquel segundo vuelo, a Filadelfia, Florida, Nueva York? ¿Le dieron algo de comer mientras esperaba? ¿Su custodio particular le invitó algún plato local? ¿Pudo pasar a refrescarse a los baños? ¿Qué hubiera pasado si hubiera traído su documento, hubiera podido darse un chapuzón en alguna de esas playas paradisíacas antes de regresar a los States

Preguntas hay muchas, suposiciones ociosas también. Lo cierto es que estaba furiosa, fue víctima de la negligencia del personal de la… Por las prisas, usted sabe, se habrían justificado, usted perdone, los pasajeros son nuestra prioridad número uno, bla, bla, bla, habrían recitado como autómatas…

Sin embargo, los mandamases de Frontier Airlines expresaron sus disculpas en un comunicado breve y, acto seguido, le entregaron un bono por seiscientos dólares por si quería volver a Jamaica (no olvide sus documentos) o a cualquier otro sitio, con vigencia de un año. El dinero, ¿era poco o suficiente?, ¿Cuánto había pagado ella por su pasaje? 

Pensé en mi última frustración aeroportuaria: El vuelo que tardó como 3 horas en huir de París. Como estaba al lado del «servicio al cliente» cada dos por tres iba a compartir mi aburrimiento y mi angustia con las señoritas de AirF…, audaz pregunté si no podían contrarrestar el tedio con algo de dinero… Si le hubiera pedido su teléfono, un beso o  una cena romántica hubiera tenido más éxito. No obstante, cuando el algoritmo, la app o lo que fuera, determinó que dicho retraso era excesivo, me llegó una notificación con un mensaje esperanzador: Me daban un bono de once eurotes para gastar mientras ellos lavaban la aeronave y la dejaban limpia y lista para el despegue. Lo malo es que ya era tarde y los comercios estaban cerrando, sólo alcancé puras migajas: una ensalada sin aderezo y un té verde sabor a quién me manda a viajar en diciembre, en invierno y en avión… No sé por qué no invertí todo en una botellita de champán, ¿habrá sido porque costaba más de 20 euros y ni siquiera estaba fría? Por cierto, aún no hago la debida reclamación, quién quita y me dan un cupón no de 11 sino de 13 euros para mi próximo viaje.

Está claro que el pasajero aéreo es un ser sufrido, ignorado. Peregrinar por aeropuertos y «divertirse» en el duty free no despierta la compasión de nadie. Claro, historias de avionazos abundan, ya sea en el cine, la literatura y, por supuesto, en la linda realidad, podría divagar sobre alguna: La isla a mediodía, un relato en el que un aeromozo sueña y ve o ve y sueña con una islita griega, a la que Cortazar describe como una tortuga que sacara apenas las patas del agua, pero mejor léanlo, si les interesa.

En fin, introducirse en un aerotúnel con la promesa de salir en Florida y aterrizar en Jamaica eso sí que rompe con la repetida rutina de la vida diaria. Como en una historia de fantasmas, donde las puertas nos llevan a dimensiones infernales, la pobre de Beverly voló hacia un rincón del Caribe, pero ella sólo necesitaba la versión gringa y pasteurizada del trópico o quizás un mero pasaporte en regla.