“Armonía en movimiento” es el primer destello que destacar cuando el lector se encuentra con (da contra: lectura-impacto) el tomo que contiene los poemas reunidos 1984-2024 de Ivonne Sánchez Barea: la serenidad que colma el Cosmos, el silencio dicente del púlsar desdoblado en escritura, el pulso cosmogónico, el latido, del ser humano y el orden físico en uno solo.
Cuarenta años de trazos de escritura comprimidos en un título dual complejo –que imbrica el movimiento y la perpetuidad, lo invariante y lo formal–: Umbrales a la luz. Hay que detenerse en él, meterle escoplo, tornear, penetrar por su rectángulo, aguardar. Estos umbrales que se nos proponen, ¿abren o delimitan?, ¿indican el punto límite (“a partir de aquí otra cosa”) o el punto extremo (non plus ultra)? No hay síntesis, caosmos, sino lo que concierne a la conciencia como el lugar donde la realidad realmente ocurre. La reivindicación del conocimiento imaginario.
Umbrales (1984) es el nombre de un primer libro, que abre esta compilación; 90” y Eternidad (2024) es cuando cierra un pergamino y todo, infinitamente, empieza. Para ser cónsonos con el sentido, umbral como principio, pero también como portal de enlace, o puesta en acto poética de la extrañeza intrínseca de ser, como inteligibilidad de lo posible.
Un entramado de filamentos comunicantes, como el telar del tiempo y el espacio, como hebras de abstractas supercuerdas: el universo conocido “reside” en las palabras que lo escriben. Pero al principio fue el Verbo (de donde se deriva el principio activo del silencio) y continuó sin intervalo en un poema, inflándose también e incorporando lo que sólo la poesía permite conocer. Dicho mejor en la primera cita que abre a la lectura: “El cerebro hace al lenguaje, el lenguaje hace al cerebro” (Karl Popper). El cerebro es el mapa de neuronas del Empíreo.
Es fácil para Ivonne viajar en libro, cruzando lenguas e hilvanando orillas hacia el acontecimiento metafísico, porque las páginas que van pasando equivalen al desplazamiento temporal, despejado del peso del espacio ontológico (el olvido del sujeto, acusa Husserl), por eones y eones en cadena eslabonados sin piedra en el camino.
Se nos van dando señales del plan de vuelo, según se lea: Un todo (2006), Cosmos cuántico (2011), Crisálidas del tiempo (2017). Auténtica metafísica, meta-física, real, allende sustancia y forma, Physis, pero en tierra: Lo que las flores confiesan (1994), Caballos de fuego (2018), Celajes y ventanas, Pan para pájaros (2023). Los títulos son parte de los textos.
Y es que el decir-Sánchez-Barea oscila en movimiento pendular complementario, en su disimetría de materia humana que se piensa, cuestiona, ausculta el mundo:
La civilización
regresará
al mismo
punto
donde
no aprendió
qué significa
existir.
Más los mundos que se crean por la misma colisión de los vocablos. La inteligencia, el arte, como ingredientes base de la sopa cósmica.
La espiritualidad de la materia, la materialidad del espíritu, también son tópicos suyos, aunque encontrados. Volver textual la trascendencia, hacer trascendental el texto. La conversión del Cosmos en palabras remedando de Creación (la construcción verbal que es un poema) sin demiurgo de por medio: enunciación del acontecimiento, que solo siendo escrito alcanza a suceder.
Nuestra poeta asume la mirada interna y la exterior de manera simultánea. Le preocupan las derivas ecológicas (“Líneas del horizonte, / sólo dibujan, / futuros yermos”), la perdurabilidad de las huellas de carbono, la preocupación social (“una virtud pérdida, / sobre esa selva gris / de asfalto húmedo”): La tierra cierra los ojos, cuando la siembra con muertos (Poema “Se siembran guerras”). Lo que hace la cultura: humanizar la piedra, alcanzar lo incognoscible y encontrar el absoluto.
Uno puede imaginar que esta condición universalista, notable en la obra de Ivonne Sánchez Barea, proviene de esta instancia: de su propia existencia transfronteriza. Nacida en Nueva York, educada en Colombia, formada en Francia, nacionalizada española, se hace visible en su corriente la afluencia de veneros diferentes: colisión de átomos –escribe la poeta–, colisión de culturas. Esto la singulariza bastante, le da voz propia, y la vuelve su propia referencia. La voz de Ivonne es única en Granada, donde escribe y vive (acciones enlazadas), hilvanando colores y palabras.
El hecho literario para ella se identifica con el significado intrínseco de ser, y es por eso que sus líneas destilan la actualidad de lo fundamental, la permanencia atávica, el origen manifiesto, aunque inexplicable. Mujer, naturaleza madre: Mujer, consciencia y cosmos (2022), Mujer/Gaia (2023), que se consagra a codificar lo bello y lo sublime.
Se le suma al grito el canto, claro: quien acata la existencia canta claro. Las palabras “restituyen” lo real, no lo “definen”: consiguen que resida en ellas. Nunca a solas, eso sí: refrendada en la otredad. Y así lo expone:
“el otro
nos hace ser”
Y punto.