La impudicia con la que intelectuales, analistas y medios de información abordan el conflicto palestino-israelí, soslayando la realidad histórica y política del pueblo judío y del Estado de Israel degradan la “causa” palestina, debido a la desproporcionada magnitud de la violencia proveniente del terrorismo intercontinental de la yihad islámica.
Las victimas de actos de terrorismo cometidos por estas organizaciones asciende a miles de personas; civiles que no están involucrados en un enfrentamiento bélico. Estas organizaciones extremistas han proclamado a los cuatro vientos su objetivo: la desestabilización y destrucción del Estado de Israel.
Pero, en esta vida, no todo es lícito; ya que hay acciones que atentan contra los más elementales principios éticos a favor de la paz, la convivencia, el derecho a la vida y la existencia.
Así estamos, presenciando la lamentable e inexcusable paradoja de comportamientos extremistas muchas veces camuflados de “adhesión pacifista” en un tono que tiñe de sangre el más infame esnobismo intelectual del siglo XXI. Esta alienación al “buenismo ideológico’ sirve de comodín para eludir las motivaciones reales del terrorismo islámico; justificando la victimización y la ganancia secundaria a través de la instrumentalización del sentimentalismo y la responsabilidad hacia terceros, cuya finalidad al fin y al cabo es hacer política de masas; sin lugar a dudas, hoy en día constituye un debate trascendental que sobrepasa el ignominioso siglo XX y cuyo referente lo encontramos en el pensador y escritor francés Albert Camus.
Camus superpone la ética y la sensatez, a la filosofía que justifica el crimen; oponiéndose rotundamente al cinismo populista de las posiciones fanáticas y mesiánicas del dogmatismo que permeaba el accionar político de la izquierda francesa.
Para Camus todo fin que requería medios radicales y violentos, era por definición ilegítimo y repudiable.
En estos momentos, no nos queda nada más que quedarnos perplejos, si perplejos ante la vigencia de su pensamiento a sesenta y tres años de su muerte. En este sentido, su pensamiento es esencial para comprender las personalidades y sistemas psicopáticos -totalitarios del extremismo de derecha o de izquierda en los ámbitos políticos e intelectuales; una posición ideológica que distanció a Albert Camus de Jean Paul Sartre y de la izquierda radical francesa e internacional:
“ …no se decide sobre la verdad de un pensamiento según si se es de derecha o de izquierda, y menos aún según lo que la derecha o la izquierda decide hacer con ello…Digo textualmente que Marx ha mezclado en su doctrina el método crítico más válido con el mesianismo utópico más contestable”.
No es nada asombroso que Camus fuese coherente con su quehacer literario y su accionar ante la vida, lo cual lo llevó a formar parte de la resistencia francesa en contra de la ocupación alemana, postergando su oficio de escritor.
Su literatura, no solo trasciende el tiempo, sino que también nos invita a reflexionar sobre los impulsos y las pesadillas del subconsciente colectivo de numerosos intelectuales, movimientos, partidos y medios de comunicación que justifican sesgadamente los delitos del terrorismo como crimen lícito.
Siendo natural de Argelia; conocedor de la condición humana y del impacto de la instrumentalización de la violencia extrema, Camus relata lo siguiente al hablar de su padre y de la degradación moral que inhabilita cualquier causa social o política. Relata que encontrandose su padre en el servicio militar en Marruecos en 1905, él y un compañero encontraron a “un camarada con la cabeza echada hacia atrás, extrañamente vuelta hacia la luna (…) Había sido degollado, y en la boca, la tumefacción lívida era su sexo entero”. “No son hombres”, dice el padre. La respuesta recibida es que a juicio de ellos, ése era la manera en que debían obrar los hombres, ya que ellos estaban en su tierra y era justificable emplear cualquier medio para alcanzar sus fines. El padre insiste: “Está mal. Un hombre se contiene”.