Cuando pensaba yo que escucharía al menos un mea culpa, Elías Wessin, diputado del conservador Partido Demócrata Cristiano, remarca su aberrante idea de lograr la aprobación de una resolución solicitando al presidente Luis Abinader la construcción de una “cárcel modelo” en la isla Beata, Pedernales, en pleno parque nacional Jaragua, para albergar 10,000 presos ya sentenciados a más de cinco años. Asco.

Sin ruborizarse, ha sostenido que ello resolvería un problema grave al desagregar los preventivos de los condenados; serviría como atractivo para los turistas y, por la distancia, como disuasivo para para quienes se sientan tentados a delinquir.

Osado extremo, ha opinado que la condición de área protegida no sería obstáculo porque eso se resolvería con una ley que la excluya del perímetro del parque.

El miércoles 13, le ha confirmado al televisual El Despertador, de SIN, que solo ha visto esa isla de 27 kilómetros cuadrados por fotos y por lo que ha leído, pero que sabe qué se puede hacer allí. Para él, se trata de un proyecto es “humano”, “integral”, “de desarrollo”.

Ha dicho que el Gobierno debería comenzar por asignar siete barcos a la Armada Dominicana (antes Marina de Guerra) para transportar los presos y  “avituallamientos”. E instalar los servicios de agua y luz.

Para justificar su iniciativa legislativa, con dejo de ironía, ha dejado entrever que cuenta con apoyo popular porque ésta solo ha sido criticada por los ambientalistas, como si éstos fuesen una plaga que todo lo daña. Ha dicho que esa parte del país, en este momento, es depredada por los haitianos. Ni pizca de arrepentimiento.

No sé si para defender su “genialidad” apelará a calificarme de ambientalista, recadero del periodismo o pedernalense trasnochado. O si optará por despreciarme desde lo alto de su estatus social. Puede hacerlo.

Pero, comoquiera, su sola idea debería provocarle tanta vergüenza que la renuncia al escaño sería insuficiente para siquiera aminorar un poco el alto grado de repugnancia.

Debería agregar algo constructivo para comenzar a reivindicarse. Mínimo, presentar un proyecto de ley para que, en la provincia, fuera del parque nacional, se construya un gran centro tecnológico con recursos del Congreso. No una mole de cemento para el ocultamiento de violaciones a los derechos humanos.

La empobrecida Pedernales dista 307 kilómetros del sudoeste del Distrito Nacional, en la frontera con Haití. Llegar en yola desde Cabo Rojo (punto de partida del proyecto turístico promovido por el Gobierno), hasta la isla, es cuestión de tres horas. Aquel lugar es geoestratégico de la República, con flora, fauna y recursos pictográficos en cuevas.

En el sitio solo hay un destacamento de la Armada Dominicana (antigua Marina de Guerra). Malviven pescadores haitianos y dominicanos en un ambiente de promiscuidad donde no falta el trabajo sexual con extranjeras.

O sea, aunque el legislador no lo verbaliza, implícitamente propone una especie de prisión de Alcatraz o Guantánamo para el destierro de reclusos condenados. O rememorar al tirano Trujillo cuando enviaba hasta allí presos políticos para ser torturados o eliminados.

La idea, en el fondo, sería botar a esa gente lejos de la misma “civilización” que, en la metrópoli, le enseñó con precisión cronométrica a delinquir, y ahora le apesta.

Subyace la intención de tomarnos como vertedero de delincuentes callejeros. Sí, callejeros. Jamás llevarían a los “perfumados”, porque hasta en las ergástulas viven cómodos y libres.

Estamos ante una afrenta astronómica a la provincia Pedernales que, sin embargo, no ha sacado a la comunidad del conformismo y la mudez para formar oleadas de protestas contra la propuesta de marras que nos desprecia como pueblo. Conducta entendible, pues, la mendicidad construida por la mala política se ha tragado el espíritu de rebeldía popular contra quienes le atropellan y arrebatan sus derechos.

Pero el momento demanda el despertar social de los pedernalenses sensatos, sin importar bandera ideológica. Quizá la extravagancia de Wessin sea la punta del iceberg.

La indiferencia, los cumplidos politiqueros y los paños tibios representan una manera burda de contemporizar con un despropósito que apuesta a arrabalizar uno de nuestros patrimonios naturales y, de paso, ironizar con el proyecto de desarrollo turístico en curso. ¿Queremos eso?

Isla Beata (Madama Beata) no es vertedero ni cementerio de nadie. Es nuestra.