CCN y Supermercados Nacional invitaron la noche del martes 22 de febrero del año en curso al “estreno” del documental basado en el texto de mi profesor de historia, hace escasamente cincuenta años en la -todavía no Pontificia- Universidad Católica Madre y Maestra en su entonces recién inaugurado campus de Santiago, Dr. Frank Moya Pons, Isla de dos repúblicas. Un “avance” se puede visionar en el siguiente enlace: https://m.facebook.com/watch/?v=370155891142787&_rdr. Pero hay que aprovechar para ver todo el documental en estas fechas patrias republicanas en el Palacio del Cine de Ágora Mall cine. Gracias a CCN y Supermercados Nacional.

Dr. Frank Moya Pons, Guionista de Una isla de dos repúblicas

Me quedo con la parte docente y pedagógica del texto y guion de mi profesor en mis años mozos. Reconozco la calidad del trabajo del realizador-productor Héctor Ulises Montás. La música, compuesta por mi hermano Peng Bian Sang y mi sobrino Su-Chang Sang, aporta la grandilocuencia al texto y a las imágenes captadas por los «drones». Un trabajo magnífico que eleva el impacto emocional del texto.

Por razones obvias, el propósito tiene un fondo geopolítico y quiero develarlo en estas páginas de ACENTO. Principalmente, el texto se compone de las tesis desarrolladas en tres de las obras de Dr. Moya Pons y, lo más determinante, su experiencia como ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la República Dominicana, que  evoca la historia de Al Gore y su labor “misionera” por la preocupación medioambiental luego de ser vicepresidente de Estados Unidos de América.

Por ello, he subtitulado este artículo como una lección masiva de historia y geopolítica. Historia, por la secuencia de datos y acontecimientos; geopolítica, por la interacción espacio-temporalidad de una isla tallada por acontecimientos más allá de sus protagonistas coetáneos. Lo masivo es el uso de los medios de comunicación social a nivel del colectivo de los viejos y los nuevos dominicanos; es decir, cerrar la brecha generacional sobre lo que es la dominicanidad.

Tal vez, no creo que sea la intención del Dr. Moya Pons sino de la disponibilidad de las imágenes, el contraste entre la piel mulata color achocolatado y la negritud color café fuerte de nuestros campesinos no es tan distante. Parece que prevalece la idea de que la hispanidad fue tan absoluta que nos hizo a todos blancos “quemaditos” por el sol y por el libertinaje con las hembras taínas. Nuestra realidad es que somos un “pueblo arco iris”, como nos señalara aquel visitante sueco que nos definió con ese mote cuando vio en una misma familia miembros de todos los tonos del mestizaje.

El Dr. Moya Pons señala muy por qué Santo Domingo perdió interés del Imperio español: no competimos con la plata de Zacatecas ni de Potosí, porque el oro solo surgió en pepitas en ríos y no en grandes minas, como él trata en su libro El oro en la historia dominicana. Esa es la explicación para que la colonia española fuera de subsistencia casi tribal pre-taína; y la francesa, una próspera súper-explotación de racionalidad capitalista. Así prueba la tesis del documental: el destino ecológico de ambos colectivos.

Lo que en el Saint Domingue francés fue la necesidad de recursos energéticos tomados de los bosques lo que condujo a una depredación de  la foresta y la desertificación de sus zonas boscosas, en el Santo Domingo español fue la despoblación que evitó el mismo destino. Aunque los dominicanos hemos devastado por la industria del azúcar, no llegamos a depredar los boques hasta el siglo veinte, que el documental achaca esta acción al dictador Trujillo.

Ambas naciones han sufrido una macrocefalia urbana durante la segunda mitad del siglo XX tanto que las capitales de cada república alberga casi la mitad de la población de cada una. Pero, en Dominicana ha habido una respuesta habitacional, mientras que en Haití el hacinamiento llega a producir paisajes dantescos de precariedad urbana.

En mi condición de egresado en políticas públicas, he de pensar con el Dr. Moya Pons que la diferencia entre ambas naciones es la inmisericorde condición de pobreza que sumió Francia (y los mismos sublevados del norte de Haití que asesinaron a los amos y quemaron las plantaciones que pudo haber sido su “capital-semilla” inicial para construir la república) exigiéndole un pago por el rescate de la libertad a Haití que se terminó de pagar un siglo después.

La parte hispánica se reafirmó sobre unas bases no patrimoniales por no tener el predominio de las plantaciones y basar su economía colonial en vender los productos de ganadería a los vecinos de Saint Domingue. Por ello, en el siglo XX, luego de la democratización de ambas naciones de sus respectivas dictaduras criollas, la parte oriental de la isla –República Dominicana– ha “florecido” en medio de una selva de caciques -autócratas- una estabilidad democrática que ha generado la iniciativa inversora, criolla e importada, propiciando un crecimiento notable, aunque inequitativamente distribuido, mientras que en la parte occidental –República de Haití– no ha tenido el mismo patrón de estabilidad política ni de crecimiento económico por lo que la conclusión de mi profesor sigue siendo válida para todos, propios y extraños.

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¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿A cuál gato? ¡Oh! El gato de los ultranacionalistas que esperan armar un “rebú” para ver si pescan en río revuelto (como se hizo en la época colonial en el río Reboue o Guayubín, de dónde viene ese término, cuando las “cincuentenas” españolas se enfrentaron a los colonos franceses y tiñeron de rojo ese flujo de agua).

Me enorgullece decir que el trabajo del Dr. Frank Moya Pons es ese cascabel, porque para responderle tiene que ser con argumentos sólidos y cónsonos con el espíritu de convivencia, porque la solución propuesta por ellos es tan infeliz como los que pretenden que los “orientales” (es decir, los dominicanos) asumamos una especie de fideicomiso bajo la Organización de las Naciones Unidas.

¿Quién responderá –aquí y acuyá–  a los argumentos de Isla de dos repúblicas?