Hace ya 20 años, el día 20 marzo del 2003, alrededor de las 5:30 am tiempo local  en la capital de Bagdad, Irak, el aterrador sonido de las sirenas anunciaban el horror y la barbarie de la ignominiosa invasión estadounidense. Una hora más tarde el presidente norteamericano en aquel entonces, Georg W. Bush, pronunció un discurso transmitido a nivel nacional desde la oficina oval de la Casa Blanca anunciando el comienzo de las hostilidades.

Dicho ataque, ocurría bajo el pretexto de que el mandatario iraquí Sadam Hussein estaba fabricando armas de destrucción masiva que a juicio de Washington y sus aliados en Israel, Gran Bretaña, sectores de la derecha protestante Norteamericana y los llamados neoconservadores dentro del partido republicano, atentaban en contra de la paz mundial. A Bush y a su junta no les importó el repudio a nivel internacional y el hecho de que el ataque no fue autorizado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En su soflama, el entonces mandatario Bush nos dijo: mis conciudadanos, en estos momentos, América y fuerzas de coalición están en los primeros estadios de una operación para desarmar Irak, liberar su gente y defender el mundo de un gran peligro. Con mis órdenes, las fuerzas de la coalición han empezado a golpear blancos selectos de importancia militar para socavar la posibilidad de que Sadam Hussein tenga la habilidad de empezar una guerra. Estos son los estadios preliminares de lo que será una amplia y concertada campaña … Quiero que los americanos y todo el mundo sepa que la coalición hará todo el esfuerzo de salvar los civiles inocentes del peligro… Venimos a Irak con respeto a sus ciudadanos, por su gran civilización y por su fe religiosa que ellos practican. No tenemos ninguna ambición en Irak, excepto la de remover una amenaza y de restaurar el control de este país a su propia gente….

Con el tiempo, la historia misma ha develado la gran mentira sobre la invasión de Iraq. El ataque fue preparado con anterioridad, mucho antes de los hechos del fatídico 11 de septiembre. Pero fue Bin Laden quien catalizó los intereses corporativos, una prensa dócil y plegable a la ejecución de esta nefasta aventura imperial.

Recordemos que George W. Bush fue un ejecutivo de la Arbusto Energy y también la Bush Exploration, esta última una compañía petrolera. De 1986-1990 también ejecutivo de la Harken Oil Company. Dick Cheney, el vicepresidente estadounidense a la sazón, también fue ejecutivo de la Halliburton Oil Company de 1995-2000 y la misma Condolezza Rice fue también ejecutiva de la Chevron Oil Company.

El New York Times por otra parte, con sus reportajes de Judith Miller y Michael R. Gordon, se encargaron de diseminar día tras día las mentiras de que Sadam Hussein estaba preparándose para construir armas nucleares con evidencia y fuentes inexistentes o de dudosa procedencia. La orgia criminal incluyó misiles Tomahawks lanzados desde cruceros de guerra, bombas de fósforo blanco que incineraron ciudades y habitantes y también bombas de uranio empobrecido que hoy sabemos son causantes de cáncer y han sido responsable de un aumento colosal de cánceres en niños y deformaciones de nacimiento en la población iraquí en estos últimos 20 años. Ello, además de las formas más abyectas de torturas que solamente el público a nivel global conoció por las fotos de las prisiones de Abu Ghraib. Como bien alguien bautizara; un “sociocidio” deliberado en contra de Irak.

A la invasión inicial le siguió la ocupación de un país ya devastado por dos décadas de embargo económico. Sin ningún plan de contingencia, las nuevas autoridades ocupantes desmantelaron el ejército y demás instituciones que aun gozaban de respeto entre la población. Miles de técnicos profesionales baazistas (del partido de Sadam) fueron purgados de la administración pública. Paul Bremer, quien se convirtió en el presidente de facto (administrador) cometió una serie de errores que lo único que hicieron fue hundir más y más a la población. La sociedad iraquí, en su conjunto, fue sometida al oprobio de los nuevos ocupantes y las nuevas autoridades títeres.  El sectarismo religioso entre los chiitas y sunitas fue aupado por las autoridades invasoras como medida que evitaría la resistencia conjunta de la población.

Dos décadas más tarde, Irak todavía luce un país desarticulado, víctima de una destrucción material incuantificable. En términos de las víctimas, Iraq ha sufrido alrededor de 2 millones de muertes sin contar los miles de heridos y millones de desplazados en otros países. 8 millones han tenido que abandonar sus hogares, 4 millones de huérfanos. Irak es hoy gobernado por distintos grupos milicianos y situada en la lista de las naciones más corruptas hoy día. Lo cierto es que los únicos ganadores fueron las empresas petroleras, la industria armamentista y las diversas firmas proveedoras de seguridad y logística asociadas con el exvicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Estas firmas cobraban, por citar tan solo un ejemplo, 450 dólares por cambiar una bombilla fundida en las instalaciones militares  norteamericanas. Más de 3 billones de dólares en gastos que ahora forman parte del gran déficit estadounidense que hoy día asciende a unos 38 billones de dólares. .

Mas de 4, 500 soldados norteamericanos muertos en combate a lo largo de estas últimas dos décadas sin contar con los casi 20 suicidios que a diario se suceden en los EEUU entre los veteranos de las guerras de Iraq y Afganistán. Miles más se han vuelto adictos a las drogas opioides como Percocet y el fentanilo como resultante del trauma no tratado y la ausencia de un programa efectivo de salud mental a los excombatientes. La ignominiosa invasión no mejoró la situación en Irak, sino que además hundió al país en un estado anárquico proclive a ser tomado como en esencia lo fue por los enemigos de EE. UU.; ISIS, Al Qaeda y otros grupos abiertamente hostiles a la superpotencia.

A 20 años de dicha ignominia, la comunidad internacional debe una vez más unirse en coro y repudiar dicha aventura imperial que sumió a la nación árabe en un abismo moral por los diversos extremos de abyección y degradación escenificados en Guantánamo y Abu Ghraib, como en los demás teatros de hostilidades en donde los invasores perpetrados crímenes de guerra que rebasan la imaginación de las películas de ciencia y ficción. Ojalá pues la nueva generación post 9/11 una sus fuerzas una vez más y en un futuro pueda frenar de cuajo las pretensiones guerreristas que hoy se levantan de nuevo en Norteamérica y que amenazan inclusive por arrastrarnos a todos a una hecatombe mundial.