La lírica de una tonada litoraleña, una expresión del folklore argentino inicia cuando un hijo repasa el legado del padre acabado de fallecer a vera del río Paraná.

El hijo, luego de contar un inventario solo compuesto por tres bienes patrimoniales de valor simbólico, canta un poema que deslinda a escala universal, la verdadera dimensión de su riqueza hereditaria y de su dolor.

Desde su poesía, avista a su progenitor trasladándose en un viaje interestelar hasta donde reencontrará el amor de la madre. En esa interminable órbita, el hijo se reconoce también sometido a la permanente odisea.

Uno con vida, el otro sin ella, padre e hijo viajan en diferentes puntos, arrastrados por la corriente del tiempo en su sentido único, hacia delante. Solo la órbita de la esperanza los reagrupa, no sin que el hijo se manifieste extraviado, al menos en ese instante. El amor es su brújula.

Hace algunas noches, cuando Federico Jovine versificó en una red social el duelo que nos embarga a los dominicanos desde el lunes 6 de junio, las dos composiciones se unieron en mis pensamientos:

“La muerte de Orlando es en sí misma

la definición del absurdo,

En ella contemplamos el rostro

de lo que no queremos ver

y somos.

Polvo estelar acumulado

un soplo de brisa

un momento leve

un tránsito fugaz

una sonrisa

el deber, un compromiso,

la traición

y un destino.”

Orlando Jorge Mera en visita de trabajo en Río Limpio, Elías Piña/fondomarena.gob.do/

El poeta criollo dibujó la regla de la preclusión existencial, que Orlando Jorge Mera, como intentamos todos, hasta donde le alcanzaron sus posibilidades humanas, procuró enfrentar. Llegado el final de vida otros nos pasan inventario. En el mío sobre Orlando solo tengo pertenencias del alma que deseo compartir.

Los primeros elementos de mi asiento es una relación de reflexiones. Tanto Jovine como Nassef Perdomo (aquí) hacen cuestionarme, bajar el dedo índice y meditar acerca de mi contribución a la cultura del encono que venimos cultivando.

¿Estaré yo, por ejemplo, dispuesta a rehabilitarme del vicio del chisme, la violencia nuestra de cada día?

Estuve presente junto a Sabrina de la Cruz, cuando viajando por una carretera junto a Jorge Mera y su conductor, recibimos la noticia dada el 14 de julio de 2002, sin notar ni un gesto de comunicación no verbal en él.

Expresamente nos pidió no tocar el tema del fallecimiento de Joaquín Balaguer, en ningún sentido. Los sentimientos o actos de rencor eran contrarios a la naturaleza de fallecido el pasado lunes, funcionario con quien trabajé entre 2002 y 2004, en el Instituto Dominicano de Telecomunicaciones (Indotel).

Al igual que el cantor de la melodía rivereña argentina, paso registro de inventario por una lista materialmente breve y abundante en espíritu, que recibí de esta persona que se nos ha ido en circunstancias que ahondan la tristeza.

Como ese hijo de la canción, Orlando también, agotó un constante reexamen de la misión en la que quedó a cargo, luego del fallecimiento de su padre. En mi inventario sobre el que recién ha partido y consideré en vida mi amigo, se compone de elementos con los que me demostró su valía como ser humano.

En el asiento de mis intangibles, aparecen conversaciones que se repiten en mis recuerdos y las visitas de agradable remembranza. Como buen cibaeño, a Orlando le gustaba conversar y hacer visitas para saber cómo estaba la gente.

En 2015, recién llegada a México, me buscó en un viaje a ese país completamente extraño para mí. Me presentó a unos contactos suyos de allá y les sugirió que me ofrecieran trabajo. Nada que yo le pidiera. De hecho, teníamos tiempo sin vernos. Era un centinela del bienestar de los demás.

Como esa anécdota tengo otras, en las que puedo destacar su deseo de hacerse útil, más allá de lo profesional, del tiempo o de un interés. Su esposa Patricia, sus hijos, su hermana Dilia, sus primos Eduardo, Rosa y sus sobrinos, se pasarán años y décadas recibiendo incontables depósitos de inventarios como el mío.

Hace poco Orlando me mandó saludos con Yudith Castillo. También me mandó a decir con ella que escribiera más de los otros temas distintos a los jurídicos que ocupan esta columna. Yudith, emisaria efectiva, me repitió incontables veces que fuera a visitarlo. Capitaleña que vive contra el reloj, lo fui dejando para después.

Preciso es mencionar que, (esta es una frase aprendida de Orlando) forma parte de las constancias recibidas de su parte, en su calidad profesional, los libros que me solicitó consultar cuando fui incursionando en derecho administrativo bajo su supervisión en el Indotel. Me introdujo a las obras de García de Enterría, Gordillo y Marienhoff, autores de esa disciplina jurídica, traídos de su biblioteca personal.

—Dra., prepare el proyecto resolución con esto, pero no me raye esos libros, ¿Usted oyó? Me miraba muy serio aguantando la risa.

En esos días en que trabajé como abogada asistente de la Presidencia del Indotel habría visto cómo consultaba yo mis libros, llenos de post-it y subrayados con felpas… un circo de colores. Con el día a día, las correcciones y los consejos de prudencia, aprendí de Orlando a dejar de ser una técnica seca para desarrollarme como politécnica, en sus palabras textuales.

El presente inventario se organiza en formato no lineal. He dejado que sus entradas respondan al impulso subconsciente del duelo. Mi último intercambio con él fue breve, virtual, y como siempre, una agradable sorpresa.

—¿Cómo les fue? Me preguntó por Instagram debajo de una foto junto a mi familia en un rally por Valle Nuevo, parque nacional que tanto cuidó en sus funciones recientes frente al Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.

—Entramos por La Horma y la vigilancia estuvo a cada paso. Muchos visitantes acampando en la zona designada.

—¡Muy bien! ¡Gracias, por la retroalimentación! Fueron las últimas palabras que Orlando me dijo. Eso fue en febrero.

A pesar de que nuestro último encuentro cara a cara fue el de 2015 en Ciudad México, con Orlando conté siempre:

—¿Me podrías escribir una recomendación en Linkedin? Sigo buscando trabajo en México….

—¿Me llenas este formulario de pasados supervisores que pide Baker Mckenzie México? Hay una vacante en esa oficina que…

Desinteresada e inmediatamente respondía.

En el inventario constan un libro y algunas revistas. A Orlando le gustaba regalar lecturas. Los magazines son unos sobre temas de fe y una revista People conmemorando cuando con Los Beatles llegaron a América, que habría visto en un aeropuerto y se acordó de mí.

El libro que me regaló hace unos nueve años se llama Pedro Henríquez Ureña y la Argentina. Lo trajo de Buenos Aires, me llamó de la oficina para preguntarme en qué estaba yo con el proyecto de Poncho Morado Films relacionado con P. H. U., del que habíamos conversado hace muchísimo tiempo. Y así, días después, llegaría la obra vía mensajería a mi oficina.

En su sentir reposado, su pensar lógico, su expresión clara, Orlando era como Pedro Luis Barcia, autor del libro que describe al humanista. En un aspecto meridiano de su carácter pacífico, aunque nacido en el Caribe, era el menos trópico posible.

Todo esto no quiere decir, continua Barcia, que las disciplinas favoritas de su espíritu [en el caso de Orlando la política, la gestión pública y el derecho], hayan esterilizado en él la emotividad y el enfriamiento de la pasión.

En esas conversaciones que guardo entre mis pertenencias del alma, algunas ocurrieron al final de la jornada laboral, cuando solo su guardaespaldas y sus asistentes Susan, Luicelle, Rocío, Maité y yo, nos quedábamos hasta entrada la noche despachando visitas y asuntos en el Indotel.

Tuvimos diálogos acerca de los retos duros de la vida. A pesar de ser dos años menor que yo, él era la voz consejera en esos intercambios, y reiteradas veces me citó un verso de Martí. Algo sobre el dolor recordé en esta triste semana.

El miércoles, día de su sepelio, me quedé en casa. Busqué en el poemario del cubano, poema por poema, verso por verso, hasta encontrar aquello que Orlando repetía veinte años atrás. Lo encontré:

“Qué importa que tu puñal

se me clave en el riñón?

¡Tengo mis versos, que son

más fuertes que tu puñal!

 

¿Qué importa que este dolor

seque el mar, y nuble el cielo?

El verso, dulce consuelo,

nace alado del dolor.”

 

Gracias por las oportunidades, las enseñanzas y las meditaciones ofrecidas. Te visitaré en cada encuentro con Dilia Leticia, esa hermanita que me presentaste cuando ambos se interesaron en ir a casa con las cámaras de su programa de TV Líderes.

Cuando ella llegó de tu parte a mi casa, a cubrir mi testimonio como beneficiaria de un programa de Centro de Rehabilitación de donaciones de una silla de ruedas para mi hijo, en esa entrevista nació una amistad que atesoro y te debo a ti.

También con estas líneas ofrezco a Patricia y a tus hijos, Orlando Salvador y Patricia Victoria, el testimonio de que fuiste la primera persona que se presentó en una sala de velatorio donde empezaba un día muy duro para mi familia. De su Orlando recibí en esa sala que todavía estaba vacía, por lo temprano de la hora, las palabras de fe que te apuraste a decirme el día que enterré a ese hijo amado y no he olvidado.

Estarás, además, en mis conversaciones con Marie Laure Aristy y los demás colaboradores tuyos en el Indotel, cada vez que nos veamos. Cuidaremos tus aportes.

Dejaré de posponer una visita prometida desde hace un año a la maestra Rosina de Alvarado a Santiago. Entre su hospitalidad cibaeña y su biblioteca-santuario de derecho administrativo, serás parte de nuestro encuentro.

En todas esas conversaciones y muchas más estarás participando, porque tus palabras, tus logros y tu afable sonrisa tienen afluentes en nuestros corazones.

Hasta siempre amigo del alma, buen viaje por el infinito. Sigue el curso de los ríos de estrellas y cascadas de galaxias, hasta el reencuentro con tus otros seres queridos.