Tengo un libro que tiene más de 40 años conmigo, que fue editado en Chicago hace muchos años. Me refiero al Nuevo Atlas del Mundo de la Rand and MCnally and Company. Es un Atlas, es decir: un libro donde está todo cronometrado en mapas que puedes ver con una mirada de asombro y con la sensación de tenerlo todo en la mano.

Como ciudadanos modernos, hoy usamos el GPS para determinar, a través de Waze y de Google, la ubicación perfecta de un objeto o una persona en un distante mapa, para llegar a él lo más rápido posible.

En el mundo de hoy, estamos modernizados en asuntos de mapas y todos ya nos hemos convertido en usuarios. La gente se pregunta quién está detrás de todo esto: cuántas personas trabajaron y trabajan para construir estos mapas de tanta importancia para la vida moderna.

En mi Atlas está todo y cuando digo todo me refiero a los mapas de todos los países del mundo, enfocados y dibujados con una precisión milimétrica. Tuvo que hacerse un inventario de estas locaciones: uno imagina a la gente que trabajó allí, en ésta oficina de Chicago, la ciudad de los vientos.

Siglos más adelante de los tiempos coloniales, uno piensa que los nombres de parajes, aldeas, comarcas, pueblos, ciudades, son heredados de otros que hicieron el inventario mucho tiempo atrás, por lo que podemos decir que en esto trabajaron hombres de distantes épocas. En mi Atlas, también se incluye una tabla de distancias aéreas, por lo que puedes saber cuál es la distancia de New York a Yakarta, digamos.

Es interesante que en los libros de historia –en algunos, no todos–, a veces se incluyan mapas. Tal es el libro de Lepelletier de Saint Remy, uno de mis autores preferidos. Los mapas están dibujados con cierta certidumbre y nos muestran locaciones que uno quiere visitar aquí mismo en la isla de Santo Domingo.

Por su lado, los mapas de Rand MCnally son a color y tienen el nombre de todos los lugares. Años después, uno entra en cuenta que cuando se va de un sitio a otro, no se lleva un mapa de estos, sino el celular que te lo indica todo.

Durante todos estos siglos, se han hecho muchos mapas criollos que han sido importantes en diversas épocas. Hoy tenemos la geolocalización como un avance de la tecnología, con el instrumental del GPS que ha sido de utilidad para todos los ciudadanos del mundo.

Entre muchos papeles, tengo otro libro que menciona los mapas de Piri Reis que como ustedes saben hizo un mapa donde aparecían muchas cosas que luego no se descubrieron. Algunos piensan que se trataban de cosas fantásticas, pero a lo que voy es que Piri Reis contaba con una tecnología en ciernes, mientras nosotros podemos ver el cosmos entero y tener mapas de la Galaxia con la ayuda de agudos telescopios modernos.

Con estos mapas, que tienen en el Pentágono, creo que es posible determinar lo que ha ocurrido en lugares puntuales del territorio ucraniano, por ejemplo. El levantamiento que se hizo para el Google Earth (aplicación que no es Google Maps y a través de la cual puedes viajar a todas partes del mundo sentado desde el balcón de tu casa), fue soberbio. No sabemos cada cuánto tiempo esto se actualiza: las fotos están tomadas en un momento histórico, pero lo cierto es que nada más fantástico en la web: ahí podemos encontrar a un señor sentado en Manhattan Beach, California: su foto, su casa y su perro.

En las últimas cuatro décadas, está claro que la modernidad nos ha arropado y cualquiera con un celular puede saber lo que ocurre en China, en Taiwán y dónde queda ubicada la casa de una empleada de un restaurant en ese distante lugar llamado Hanói, o en Saigón, lugar que sería capital de Vietnam hace muchos años, para no citar a Las Vegas o un lugar distante de todas partes, el norte de Canadá, por allá por donde se llega a tierras heladas. Hoy puedes ver cualquier locación del mundo con un simple click.

En nuestra isla, hay importantísimos mapas dominicanos que ya hemos catalogado, pero lo cierto es que tenemos listas que nos entusiasman con el tema. Es bien sabido que hay sitios que son muy intrincados y no todas las locaciones están registradas. El tiempo en que surge un nombre para una locación puede variar, pero en sentido esencial la humanidad está lo suficientemente organizada como para registrar y almacenar estos nuevos registros y llevarlos a los mapas que se actualizan: un mapa del siglo XVIII no tiene las mismas locaciones de un mapa del siglo XX y sería interesante ver cómo han perdurado nombres que se realizaron en tiempos coloniales.

Hay una competencia voraz en las firmas que producen mapas. La modernización nos ha atrapado en mundos exigentes. Queremos saber todo y los estándares están fijados desde lo minucioso. Por esta razón, unos detalles que tenemos para un mapa en Srilanka pueden ser útiles para un viajero que se acerque a esta tierra con la intención, como ocurre todos los días, de conocer nuevas poblaciones. Es evidente –es verdad, claro–, que las antiguas locaciones de ciudades coloniales como la nuestra no están lejos, y fueron la base de la formación de los más importantes centros poblados del Nuevo Mundo.

Como todos sabemos, la explosión demográfica es otro fenómeno del siglo XX que cambió las estructuras de las ciudades, al tiempo que la marcha del hombre del campo a las ciudades –modernas o en crecimiento–, tuvo un efecto importante que todos conocemos: la emigración masiva de unos enclaves a otros. En estos Atlas, particularmente los de McNally, se nos narra y se nos cualifica para entender un inventario de todas las ciudades y pueblos de los Estados Unidos y el mundo y también –cómo no–, la distancia entre unos lugares y otros.

¿Quién hubiera afirmado que llevaríamos un mapa en nuestro celular, hace veinte años?