Inteligentes y lapidarias frases terminan atribuidas a destacados personajes de una determinada época, sean o no de su autoría. A Joaquín Balaguer le atribuyeron la siguiente: “Las crisis, con el tiempo, terminan convirtiéndose en problema crónicos…”

En estas últimas semanas, pensando en nuestra más reciente tragedia sanitaria, recordé aquella sentencia. Ahora podemos cambiarla, afirmando que la sanidad pública es un problema crónico de crisis intemporales.

No tengo a mano estadísticas ni documentos precisos, ni tiempo para recopilarlos, por eso voy a preguntar sobre probables causales del eruptivo desastre que, igual a un volcán encendido, amenazan incesantes la salud ciudadana.

Comenzaré preguntando sobre las universidades.

¿Mantienen rigurosas exigencias individuales y académicas para ingresar en la facultad de Medicina?

¿Sobrevive el populismo académico en la Universidad Autónoma?

¿Qué por ciento de graduados sale del país para no volver?

¿Se planifica alguna medida que limite esas fugas y que estimule a los que se han ido a regresar, como ha sucedido en la India y en Costa Rica?

¿Acaso es obligatoria la educación continua del profesorado?

¿Se demanda capacidad docente? ¿O el compadreo tapa incapacidades y deslices personales?

¿Alguna entidad se ocupa en diferenciar entre negocios universitarios y auténticas casas de estudios?

¿Corresponde el número de graduados a las necesidades del país, o tenemos un exceso, a expensas del presupuesto nacional o sufriendo desempleo?

¿Una vez terminados sus estudios, gradúan médicos y paramédicos capacitados?

Y, ¿quiénes y cuándo asumirán la responsabilidad de enfrentar y contestar esas preguntas al ciudadano?

Continuemos esta interpelación. Pasemos a los hospitales.

¿Siguen siendo el negociazo preferido de funcionarios, empresarios y constructores que, durante las últimas décadas, drenan miles de millones al presupuesto de salud?

¿Utilizan como es debido técnicas de mantenimiento o prefieren un deterioro continúo, buscando volver a construir y equipar?

¿Es racional la distribución de internos, residentes y especialistas a través del territorio nacional?

¿Es posible una eficiencia administrativa cuando directores médicos y administradores son escogidos atendiendo a su militancia política?

¿Se atreven esos directores médicos a exigir capacidad, buena conducta y cumplimiento de horario a sus colegas subalternos?

¿Quién audita a los administradores y pide cuenta a los directores?

Aquí hago un paréntesis y cito a uno de los más enjundiosos y precisos analistas de la salud pública dominicana, el Lic. Arismendi Díaz Santana: “prácticamente ninguno de los médicos asiste todos los días a su trabajo y el 53% lo hizo solamente una vez a la semana. Trabajan en promedio el 45% del tiempo”

¿Sigue el robo de insumos y medicamentos?

Si bien es poco el presupuesto de salud, poquísimo resulta cuando está mal administrado, desperdiciado o robado.

Las anteriores son viejas interrogantes, crónicas, cuyo interés por desvelarlas o enfrentarlas termina convirtiéndose en “buche y pluma no más”.

Las instituciones actuales heredaron redes hospitalarias expoliadas y anarquizadas, sin embargo, demostraron capacidad de trabajo, planificación y eficiencia durante la pandemia. Pero esa capacidad parece desgastada, pues si nos fijamos, terminado febrero, solamente en el Hospital San Lorenzo de los Mina la mortalidad aumentó en un 159%.

En el pasado, propuse la contratación de experimentados y prestigiosos especialistas en administración hospitalaria, con el fin de – sin politiquería, tapaderas ni displicencias – diagnosticar y ofrecer correctivos a la red hospitalaria nacional.

¿Y el Colegio Médico?

Los colegios médicos fueron creados con el propósito de “salvaguardar los valores fundamentales de la profesión médica: la deontología (deberes que rigen una actividad profesional) y el código ético; además de ordenar y defender la profesión médica”.

Cuando un colegio médico se concentra en defender los intereses de sus afiliados descuidando ética y deontología pasa, inevitablemente, a convertirse en un sindicato.

Los colegios médicos, asistiendo al Estado, deben orientarse al rendimiento y eficiencia de sus colegiados con la misma insistencia con la que se ocupan de su economía.

Al parecer, no quieren hacerlo. He aquí otra anotación contundente del Lic. Arismendi Diaz: “El CMD no acepta controles de asistencia, ni que se publiquen las estadísticas sobre la productividad individual” (de sus afiliados).

Si falla la educación médica, las instituciones sanitarias, el Colegio Médico, y los escasos fondos del presupuesto son mal administrados, el problema crónico de salud seguirá produciendo crisis, muerte, y desesperación.