Dixon Porter no había descansado de la jornada que significó la visita a Moca y sus campos, cuando el general Francisco Ant. Salcedo “Tito” le informó el 9 de junio que el Porpoise, embarcación que lo regresaría a su país, había llegado a Puerto Plata y saludó a la bandera dominicana con veintiún cañonazos, acción que el alto militar y gobernador de Santiago interpretó como un reconocimiento a la independencia de República Dominicana por parte de Estados Unidos.

“Tito” había asignado una comitiva de “dos capitanes y doce dragones” (soldados a caballo) para que lo acompañaran a Puerto Plata, algo que no le gustaba al marine por su misión secreta, o más bien discreta, y por la propia personalidad del teniente; por lo que se las agenció para reducir la caballería solo a dos, porque la cantidad ofrecida por su anfitrión atrasarían el viaje y “matarían” los caballos por la prisa de llegar a Puerto Plata en un día, cuando era un viaje de dos.

El general “Tito” prometió despertarlo para despedirlo, pero Dixon se adelantó media hora antes, y a “las 2:00 de la madrugada”  del día 10 de junio salió con sus ayudantes, ya reducidos al mínimo, y el guía, a quien no había cambiado desde que se incorporó en Maniel (Ocoa); y se marchó sin despedirse, como lo había hecho en varias ocasiones. Se tomó 13 horas en recorrer lo que él calculaba eran 70 millas.

Del camino de Santiago a Puerto Plata, le advirtieron que era muy malo, pero no lo encontró así en comparación a los recorridos hechos días antes.

Era la vía por donde se transportaban los productos de exportación e importación de partes de las provincias de Santiago y La Vega, incluyendo los norteamericanos, como pudo observarlos que los llevaban “Hasta los toros y los bueyes se toman y se cargan como los caballos con la mercancía”. (Diario…Pág. 216)

Cuando llegó a Puerto Plata, ciudad habitada por unas “2.000 personas” aproximadamente, y cerca de “4.000” en toda la jurisdicción, según el censo parroquial de la época que él consultó; vendió los caballos “perdiendo dinero”.

Escribió de esta ciudad que era “quizás el lugar más cómodo”, donde encontró hospedaje en una “casa verdadera”, y también la definió como “…de apariencia más cristiana en la isla”, parece ser por la presencia de una iglesia de denominación protestante en un medio eminentemente católica.

Una iglesia metodista de apariencia modesta se levanta en un lugar destacado al borde de la ciudad y aunque los sacerdotes se oponen con vehemencia (…) los metodistas disfrutan de perfecta libertad de conciencia. Es un tácito reconocimiento de la tolerancia de todas las denominacio­nes, aunque ese punto no ha sido decidido por el gobierno (Diario…Pág. 219)

Dixon en todo su recorrido había cuestionado a las concentraciones poblacionales que los nativos llamaban ciudades; las viviendas fueron pocas veces reconocidas como tales, sino con la denominación de chozas, ranchos, con excepciones como Santo Domingo, Azua, Santiago y de Puerto Plata: “Aquí por primera vez encontré alojamiento en una casa de "bona fide" * (Verdadera) y no en una de las chozas que me había acostumbrado a considerar cómodas”  (Diario…Pag. 216. Paréntesis de los editores)

En esta ciudad fue atendido por Francis Harrison, a quien llama “ caballero americano”; y por  un capitán portugués, a quien conoció porque el guía lo llevó hasta él de manera equivocada, creyendo que ese era “el palacio americano” donde debía quedarse, pero en realidad era donde Harrison. Esta ciudad tenía la mayor cantidad de extranjeros que él había observado en las poblaciones dominicanas que visitó, por lo cual él consideraba la causa de su esplendor: “… encontrar tanta civilización donde había esperado no encontrar nada”.

También consideró que los extranjeros americanos, alemanes e ingleses vivían en Puerto Plata desde hace muchos años y ellos fueron los que introdujeron los cambios que se veían allí; sobre todo, reconoce la liberalidad de los puertoplateños y las construcciones de sus casas: “…edificios de buen gusto construidos a estilo de casas de cam­po– y que este pueblo-, “con el tiempo llegará a estar densamente poblado por comerciantes extranjeros”. Diario…Pág. 217)

Dice que los norteamericanos que vivían en Puerto Plata, tenían planes de irse del país por falta de un consulado de Estados Unidos.

Señala que a pesar de que el gobierno quiere que se establezcan extranjeros “hay muchos procedimientos exigentes y vejatorios ante los cuales no hay ape­lación, por falta de un agente consular”. Indica que sobre los franceses, no se ejercen vejaciones porque “tienen a mano un cónsul dispuesto a arreglar las quejas de los ciudadanos franceses. La consecuencia es que ellos están más protegidos en su comercio que cualquier otra nación”.

Dixon Porter consideró, además, que el artículo 210 de la Constitución de 1844, que le daba más mando al presidente, era una arbitrariedad de la gente de poder y dificultaba la inversión extranjera en el país, que era el interés de su misión:

… nadie puede justificar la inversión de su capital en el comer­cio con el país, mientras la cláusula 210 de la constitución exista, como ventaja tomada por uno o dos de los ministros astutos, para dificultar las empresas de los individuos. (Diario…Pág. 218)

La salud de Dixon Porter se había afectado, ya que producto del viaje desde Rancho Arriba a Piedra Blanca se le hincharon las piernas por el contacto con una liana; había mejorado, pero en Puerto Plata volvieron a hincharse, al punto de que para moverse en la ciudad tenía que utilizar un caballo.

Por tales razones, Dixon dice que no pudo explorar a la común de Puerto Plata, y lo lamentó, porque esa ciudad era el tercer puerto de importancia del país, por donde pasaba todo el comercio de las comunes de La Vega, Moca, Santiago, Macorís, Cotuí, en esa época, sobre todo el tabaco, los tintes y la caoba.

Dixon Porter tenía deseo de visitar a Haití, pero el comandante de la embarcación que lo retornaría a su país estaba deseoso de marcharse por la guerra con México.

“A las doce fui a bordo del Porpoise y zarpamos para el Cabo”, refiriéndose a su salida de República Dominicana a Cabo Haitiano, el 13 de junio de 1846, donde duró muy poco tiempo.