La ciudad que Dixon sintió en el corazón

Dixon llegó al atardecer del día 5 de mayo a Santiago, la ciudad principal de la provincia del mismo nombre, y una de las cinco en que se dividió el país según la Constitución del 1844; cuyos límites llegaban desde las comunas de Moca y La Vega hasta la frontera norte con Haití. Es la ciudad del río Yaque, del que vio con asombro sus corrientes y a las mujeres bañarse en ellas.

En esta ciudad lo recibe el general Francisco Salcedo “Tito”, un veterano de la guerra de independencia y gobernador de los aproximados 9,500 km2 que delimitaba la nueva provincia, abarcando comunas importantes como Puerto Plata, Montecristi, Guayubín y otros pueblos de la línea noroeste como se observa en la cartografía de la provincia de Santiago de la presenta entrega.

Dixon había escuchado de la bondad del general, pero la apariencia que tenía y el ajetreo de su puesto lo llevaron a pensar que la “hospitalidad” de él y de la “llanura de Santiago” era peor que la recibida en la montaña”, pero luego confiesa que se equivocó porque la mente del general “… estaba trabajando arduamente para hacerme agradable la visita a Santiago”.

El interés de llegar a Santiago era conocer una ciudad diferente a Cotuí, Macorís y La Vega, que no les parecieron como tales; además de abastecerse de lo que necesitaba, sobre todo de dinero, porque con la compra del caballo en Macorís, entre otros gastos, había quedado casi sin capital.

El general Salcedo le dio todas las atenciones y le ofreció lo que necesitaba: dinero; Dixon le pidió declinar al general las atenciones, pero deja entrever que no fue posible. Otras de las aceptaciones fue someterse a la parafernalia militar de la época,  que no era de su gusto por la “profesionalidad militar” de los dominicanos, distante a la de él; y por la propia naturaleza de su viaje “secreto” a Santo Domingo.

Define a Salcedo como un general “sin educación”, porque no “sabía leer y sin talento”; pero, “… es tal vez una de las mentes más pura de la revolución…, después del presidente Santana se levanta más alto que ningún otro en la república… En sus maneras es un perfecto niño y su cabeza rebosa con todas las generosas cualidades humanas. La gente se queja de que necesitan una cabeza en Santiago, pero no pueden abandonar el corazón del general Salcedo, porque es dema­siado amado por los ciudadanos y los extranjeros para que puedan vivir sin él.” (Diario…pág.198),

La formación militar de “Tito” era contraproducente para un marine de Estados Unidos, y más para un sagaz militar como Dixon, por eso le chocó la táctica popular o “populista” (como se diría ahora) que utilizó para defender la ciudad, señalándola en su diario: “… a los más viejos les dio el rango de coronel; a los siguientes, el rango de mayores; a los todavía más jóvenes, el de capitanes y casi todos los muchachos de la provincia fueron hechos tenientes”. (Diario…pág. 199.)

La preocupación de “Tito” era que Dixon no pidiera nada, sino que todo lo tuviera en sus manos, algo difícil para el marine que era sumamente ponderado y discreto con sus necesidades. El general lo visitó a las 4:00 de la madrugada, después volvió no pasadas las dos horas a ver qué necesitaba; eso molestaba al marine, no por impedir su sueño, sino por su condición de asceta con relación a los jefes dominicanos.

Dice que frente a él pasaron oficiales de varios rangos para saber cuáles eran sus requerimientos, incluyendo el general de la policía, quien le manifestó que estaba a su disposición para buscarle caballos y llevarlo a hacer un recorrido por los fuertes y otros lugares de la región.

Relata que en la primera “parada” militar, que hicieron durante el recorrido por la ciudad, los recibieron siete guardias, sin uniformes y con “falta de precisión militar”, pero fueron reprimidos por sus superiores por la deprimente presentación.

Las experiencias de Dixon en Santiago pasaban de molestas a risibles; el norteamericano cuenta que estando en la puerta de la  casa donde dormía, un militar  “… que había estado sacrificando en el templo de Baco”, borracho en buen dominicano de hoy,  se detuvo para hacerle un  homenaje y con su bocina militar: “estaba imitando el aire nacional (sic), la única melodía conocida de ellos”.

Fue una noche divertida para todos los que escucharon al soldado, incluyendo al norteamericano “…pero de perturbación para el pobre soldado, porque al vi­sitar yo al general por la mañana, vi la magullada trompe­ta en el rincón y me dijo que había sabido del irrespeto de que había sido culpable y lo había trasladado a la prisión, hasta que aprendiera mejores maneras.  Le aseguré que no se había tratado de ninguna falta de respeto y que el soldado simplemente estaba teniendo una inocente diversión, que había sido causa de entretenimien­to a todos los presentes y que estimaría un gran favor el que se le devolviera la libertad. Mi petición fue concedida in­mediatamente. (Diario… pág. 201).

Dixon destacó siempre la superioridad militar dominicana sobre la haitiana en las guerras independentistas, subrayando, desde Azua a Santiago, la superior cantidad de muertos haitianos y tan pocos dominicanos en las batallas que se dieron entre ambos, pero no dejó de escribir de las precariedades del militar dominicano en cuanto a la moral, apreciando que estaban más pendiente en gallos, alcohol y mujeres que en el propio arte militar.

Destacó la lucha de los santiagueros contra los haitianos y todas las calamidades de la guerra. A pesar de las destrucciones por los terremotos y la resistencia a Pierrot, el general haitiano que con miles de tropas intentó tomar a Santiago en marzo de 1844 percibió que esos hechos no habían afligido a Santiago como lo hizo la viruela. “…ha hecho terribles estragos en los hermosos rostros de los habitantes”, indicando que periódicamente el país era afectado por virus y que no había médicos con que controlarla.

Pero, a pesar a de las vicisitudes, Dixon reconocía que se encontraba en Santiago: “La ciudad más hermosa que he visto”. Por eso todavía hoy, Santiago es Santiago, la ciudad Corazón.

Fuente:
Diario de una misión secreta a Santo Domingo (1846),
Traducción por P. Gustavo Amigó Jensen, S. J. Editora de Santo Domingo, S.A.
Santo Domingo, República Dominicana 1978. Con presentación de Juan T. Tavarez K.
Sociedad Dominicana de Bibliófilos, INC