Durante el recorrido  que inició Dixon Porter por el sur desde Santo Domingo hasta el norte del país el 19 de  mayo de 1846, una de sus metas  era llegar antes del anochecer a su destino, donde amanecería; objetivo  que no siempre lograba, pero con el  buen caballo que compró en  Macorís a su amigo el coronel Manuel Castillo al precio de “todo el dinero que tenía en la bolsa”. Llegó a La Vega con la luz del día el 4 de junio.

La Vega que conoció estaba construida a varias millas al sureste, en donde fue fundada por Cristóbal Colón en 1494 y que destruyó el terremoto del 1562. Era un pueblo de unas 600 casas y 8,500 almas del total de 30,000 habitantes con la que contaba la  provincia,  según la parroquia. Las viviendas lucían abandonadas, en parte por los daños ocasionados por otro terremoto ocurrido en  1842. Las calles trazadas estaban cubiertas de hierba, por la pereza de la gente que no limpiaba y donde acampaba todo tipo de animal.

La provincia tenía un general, un comandante en  la común del mismo nombre y un coronel de la plaza. El general era Pedro Vásquez, quién le recibió.

El general, el comandante y el coronel de la  plaza reclamaban al visitante, como suyo: “ El coronel fun­daba su derecho en 'haberme descubierto’ en la casa de los padres, a donde dirigí mis pasos inmediatamente a mi lle­gada. El comandante me reclamaba como suyo, porque yo me había desmontado primero en su casa, y el general re­clamaba el derecho de antigüedad y el deseo de mi mayor comodidad”.

La disputa por tener a Dixon fue conflictiva entre  los jefes; pero el marine  muy escueto, llegó a un acuerdo: “Iba a cenar con el coronel, a dormir en casa del general y ser su huésped, mientras el comandante iba a ocuparse de mí durante mis vueltas por la ciudad y a darme una descripción de todo lo que visitaba (…). (Diario…pag.190)

Al comandante lo define como un hombre de color oscuro, con conocimiento militar, porque había prestado servicio a la soldadesca en los tiempos de la ocupación como deja entender.

Dixon como médico

El comandante, al ver que Dixon tenía en el equipaje  morfina, calomel y pa­regórico, medicina para la digestión y como analgésicos, se imaginó que  éste era médico y lo abordó como tal, a lo que respondió que no; pero pese a su negativa le solicitó que viera un enfermo en estado crítico, de una edad aproximada de 20 años, al que llamaban “el muchachito”. Dixon le manifestó que una receta de él podría crearles más problemas, pero le visito en su cuarto mugriento, en medio de un drama familiar espantoso. Parecía tener una “hemorragia pulmonar” y frente al “muchachito”, habló con los padres, quienes atentos al remedio que daría, y como un Ángel que había bajado del cielo, les requirió (que): “un baño de ducha podría beneficiarlo”. Y cumplíosle el padre  en la mañana siguiente, manifestándole luego agradecimiento porque su consejo le había dado “…buen resultado, de acuerdo a mis indicaciones,- y sobre todo le dijo-: ‘Si usted no fuera americano (…) yo no le hubiera confiado su vida’ (…)” (Diario, pag.192).

Observó la fertilidad de la tierra en el Valle del Cibao o de La Vega Real “…Los habitantes se dedican a trabajar en pequeñas granjas cultivando el plátano, la caña, el café, etc…”

Apuntó que desde Cotuí a Santiago solo existen tres ríos sin mencionarlos, se refería a los ríos Yuna, Camú y Yaque del Norte, y siete más de importancia. Los demás son fuentes pequeñas de agua que alimentan a los otros ríos, según escribe en su diario: “… 3 grandes ríos corren a lo largo de toda la extensión. Yo no vi más que 7 ríos pequeños corrientes a toda la distancia hasta Santiago”. (Diario…Pág., 181), contrario a los 35,000 ríos de lo que había leído del historiador francés Charlevoix,  quien había escrito sobre este valle casi cien años antes.

El marine fue práctico y objetivo, conectado a la ciencia de la época, con destreza para el experimento y la medición de las cosas de su interés. Sabía de las aguas que se podían y la que no tomar por estar saturadas de minerales más que los propios guías,

Les decían que no debía tomar las aguas de los arroyos y ríos que vadeaban, sin embargo, revela que era la mejor agua y por la cual no padeció sed como sus compañeros de viaje; el agua que él no quería tomar, confiesa, era la que la gente, de manera muy atenta y solidaria, le ofrecía de las calabazas que carecían de limpieza.

Llamó la atención en su informe el hecho de que gente muy pensante en Cotuí, Macorís y La Vega, tenían la esperanza del progreso de la nueva república puesta en la inmigración: “… Personas de sentimientos elevados y nobles. Que parecían tener una idea de verdadera libertad”.

La bondad de los suelos del Cibao pudo haber despertado interés en los  Estados Unidos para emigrar hacia dominicana, cuando la nación del norte vio que la productividad de sus suelos se estaba agotando. Muchos fueron los que años después visitaron a Dominicana en busca de colonatos.

Tomó la ruta hacia Santiago, observando la forma de cultivar la tierra y la manera de  ubicar las casas, distante una de la otra, lejos  del camino real , en medio de los conucos y el monte: “ Una disposición insocial (para evitar) las  depredaciones cometi­das con frecuencia por una soldadesca desordenada".

En dicho camino, Porter y su comitiva, encontraron mucha gente que viajaban en bueyes y asnos e interrogan al guía sobre quién era esa persona por su vestidura, y como le había sucedido en otras oportunidades, les decían que estaban llegando a su destino, cuando en realidad llegaría casi de noche.

Cuando a los lejos vio a Santiago, pensó que encontraría de verdad: “una ciudad…”

Fuente:

Diario de una misión secreta a Santo Domingo (1846),

Traducción por P. Gustavo Amigó Jensen, S. J. Editora de Santo Domingo, S.A.

Santo Domingo, República Dominicana 1978. Con presentación de Juan T. Tavarez K.

Sociedad Dominicana de Bibliófilos, INC.