Desde que Dixon Porter entra a la provincia de La Vega,  por Piedra Blanca, encuentra una isla diferente al sur; en cuanto a las ideas de la producción agropecuaria le sorprendió la disposición de terreno para la agricultura que tiene la inmensa llanura del Cibao entre dos hileras de montañas: la Cordillera Central  y la Sierra Septentrional, así como los caseríos que conoció y que los caminantes encontrados en las vías llamaban “ciudad”, que difería demasiado al concepto que tenía el norteamericano, las cuales entrecomilló en su Diario.

De Cotuí tomó el camino hacia el norte-noroeste, en el mismo sentido que tiene la carretera actual; mirando hacia el suroeste contemplaba las alturas de la cima de la Cordillera Central cubierta por las nubes y se regocijaba al ver las altas e inaccesibles montañas por donde días antes había pasado, lo que lo llevó a sentirse invicto y protagonista de su  hazaña, renovando su vida al igual que las de sus caballos. Sobre la majestuosidad del Cibao y sus conquistadores ibéricos escribió: “(…) en sus senos yacen ocul­tos inagotables tesoros que una vez enriquecieron a una nación y por los cuales la avaricia española deshonró los registros de la historia con todos los crímenes”.(Diario…pág.178)

Dixon cruza el Camú.

Cuando llegó al río Camú, que él llama ¨Canin¨, encontró a un señor mayor que cruzaba a los transeúntes en una canoa, una frágil embarcación que conducía un viejo llamado  “Caronte”, quien lo ayudó a cruzar junto a sus caballos, dos de ellos asustados porque se lanzarían de nuevo al agua como lo habían hecho unas cuantas millas atrás, cuando pasaron el Yuna lleno de “caimanes”.

En este caso, el viejo “Caronte” tuvo que acariciar a dos de las bestias, porque se encontraban nerviosas mientras  cruzaban el río, pero su acción fue infructuosa, por lo que Dixon tuvo que lanzarse a rescatar sus equinos y también al viejo “Caronte” para que no se los llevara la corriente del Camú.

Dixon interpretaba los sentimientos de sus caballos, tenía afectos cuasi familiares a ellos, y en todo su diario describe las dificultades que tuvieron en los caminos; las  heridas y agotamiento que sufrieron; además criticó fuerte y reiterativamente el  maltrato a que eran sometidos los animales por los usuarios locales.

El viejo “Caronte” se sorprendió  de las habilidades del americano con el uso de las cuerdas, con las que impidió que el Camú se llevara los caballos, la canoa y a él; pero se sintió  ofendido porque tenía 5 años “tirando los caballos” al Camú por ese lugar sin ahogarse uno, y había ayudado a cruzar a los  “mayores generales del mundo”, haciendo referencia a los militares haitianos, sin haber estado en falta.

Dixon, ante lo mal que se sentía “Caronte” y como siempre pagaba los servicios, le extendió un pago y le dijo que quizá era la primera vez que a él le habían pagado con un dólar, lo que hizo contentar al viejo porque le manifestó al marine que él era el único verdadero general que había pasado alguna vez por ese camino, ya que los otros eran …muy tacaños”. (Diario…pág. 180)

Entre Cotuí y Macorís describe la deforestación que afectaba la zona para esa época, donde solo observó pequeños parches de árboles de 100 x 400 metros aproximados, equivalente a 4 hectáreas o 64 tareas: “La tierra parece estar desmontada, en cuanto pude juzgar cerca de cinco millas de ancho a lo largo del camino habiendo aquí y allí hermosos pedazos de terreno de bosques desde 100 yardas a un cuarto de milla en extensión, dejados para proveer sombra al ganador…” (Diario…pág.181).

En ese trayecto perdió el caballo que montaba el guía, y tuvo que marcharse a pie, lo que retrasó la llegada a Macorís a las 7 de la noche.

En Macorís lo recibió Manuel del Castillo, el comandante, quien lo trato muy bien y con quien pasó esa misma noche oyéndolo cantar al aire libre, “bajo la ancha luz de la luna”. El otro anfitrión fue el cura, a quien  definió como un joven dinámico y músico, que enseñaba a tocar piano y violín.

El pueblo de Macorís, para 1846, tenía 1400 habitantes y 4,800 la jurisdicción, según el Diario  de Dixon Porter. La gente de este pueblo estaba vestida de negro porque muchos de sus hijos se encontraban movilizados en la frontera con Haití.

Definió el clima de Macorís como delicioso “más allá de toda descripción”, pero con una economía y la gente afectada por la guerra, la peste y el hambre que azotaba al país; además del terremoto que había afectado a la región.

Dice que era advertido por las personas que visitaba, y hasta por los guías, para que no tomara agua de los ríos del país, si no era mezclada con un aguardiente, pero Dixon nunca lo hizo; aunque sí sus compañeros de viajes, ya que él alegaba que la “purificación” del agua con el alcohol era lo que estaba afectando a muchos extranjeros, más que la propia agua del río; por lo que disfrutó del río Jaya, donde el pueblo macorisano acudía a bañarse en las noches.

Al día siguiente Dixon Porter compró otro caballo como él lo deseaba y partió hacia La Vega con pocas dificultades en los caminos y donde lo esperaba el Comandante, esperanzado en que el americano traería cosas buenas para el pueblo y sus autoridades.

Fuente:

Diario de una misión secreta a Santo Domingo (1846),

Traducción por P. Gustavo Amigó Jensen, S. J. Editora de Santo Domingo, S.A.

Santo Domingo, República Dominicana 1978. Con presentación de Juan T. Tavarez K.

Sociedad Dominicana de Bibliófilos, INC.