La inteligencia artificial, fruto del ingenio creativo del ser humano, supone una serie de cambios innovadores en los más diversos ámbitos del saber, instituciones, grupos o entidades de cualquier sociedad humana. Además, como expresión más elevada de la ciencia computacional, promete, entre otras cosas, mejorar el mundo y trascender, incluso, los límites de la inteligencia humana.

La inteligencia artificial entraña sueños y expectativas de mejoramiento de la vida. No obstante, todavía, al parecer, está muy lejos de poder descubrir la verdad. La razón: hasta ahora no ha podido dudar de la duda. Para eso, deberían programarse máquinas con sabiduría y hábitos dubitativos.
Muy a pesar de sus importantes logros, la inteligencia artificial no ha creado un robot, con sensibilidad y variadas emociones. Hoy por hoy, no se observa ni siquiera, una sola máquina que sea capaz de escribir una obra maestra. ¿Lo haría en lo adelante? Al respecto tan solo no hay más que sueños, incertidumbre y esperanzas.

La inteligencia artificial comprende una gran diversidad de ámbitos y espacios de la vida social. Margaret Baden, filosofa, investigadora en ciencia cognitiva e inteligencia artificial, reconoce que es así. Con lenguaje sobrio, fluido e impecable señala las aplicaciones más relevantes de la inteligencia artificial en distintos espacios:

Encontramos aplicaciones prácticas de la IA en el hogar, en los coches (y en los vehículos sin conductor), en las oficinas, los bancos, los hospitales, el cielo… y en Internet, incluido el internet de las Cosas (que conecta los sensores físicos cada vez más numerosos de nuestros aparatos, ropa y entorno). Algunas se salen de nuestro planeta, como los robots enviados a la Luna y a Marte o los satélites que orbitan en el espacio. Las animaciones de Hollywood, los videojuegos y los juegos de ordenador, los sistemas de navegación por satélite y el motor de búsqueda de Google están basados en técnicas de IA, igual que los sistemas que usan los financieros para predecir los movimientos del mercado de valores y los gobiernos nacionales como guía para tomar decisiones políticas sobre salud y transporte, igual que las aplicaciones de los teléfonos móviles. Añadamos los avatares de la realidad virtual y los modelos de la emoción experimentales creados para los robots de “compañía”. Hasta las galerías de arte utilizan la IA en sus páginas web y también en las exposiciones de arte digital. (2017-11).

Por su poder abarcador la inteligencia artificial condiciona profundamente nuestra existencia. Todos, de muchas maneras, estamos relacionados con los tentáculos de la inteligencia artificial.

Nowotny, fundadora del Consejo Europeo de Investigación, doctora en sociología y profesora emérita de Estudios de Ciencia y tecnología del ET de Zúrich, sostiene con entera propiedad que la inteligencia artificial de ningún modo es inteligente:

(…) No existe una inteligencia artificial inteligente. En su lugar tenemos la inteligencia que está diseñada en cada algoritmo y en cada dispositivo y sistema digital. Ser inteligente significa ser más inteligente que los demás para no dejarse engañar por ellos. Es sinónimo de eficiencia, de cumplir los objetivos previstos. Ahora todo tiene que ser smart o inteligente, desde las ciudades hasta nuestros hogares y profesiones. Una casa inteligente ahorrará en su factura electricidad y una ciudad inteligente funcionará sin problemas y de manera eficiente: dominará los flujos de tráfico, la reducción de emisiones de Co2 y un sistema reciclaje respetuoso con el medio ambiente. Un trabajo inteligente es un entorno digitalizado que está bien conectado con otros entornos digitalizados (2022:130-131).
Con lo referido, Nowotny revela la intríngulis de los algoritmos y su lógica anterior. Con honda preocupación, pero sin temor alguno, nos deja leer claramente:

(…) es tan difícil para los algoritmos lidiar con la ambigüedad, con los medios tonos e insinuaciones que impregnan la conversación humana, las sonrisas o los silencios que son señales de comunicación no verbal y que significan cosas distintas en diferentes contextos culturales. La razón por la que el futuro necesita sabiduría es que tendremos que ir más allá de los propósitos bien definidos de una IA, profundizar en una gran variedad de contextos que están sujetos a cambios continuos, y cambiar el algoritmo que actúa como un verbo sin saber nada fuera de aquello para lo que fue diseñado. En otras palabras, los algoritmos tendrán que adquirir cultura, y mantener un equilibrio entre lo que se debe descartar y lo que se debe dejar de reserva. O eso, o no servirán de nada contra el vértigo del laberinto que ellos mismos han enrevesado. (Ibíd., 131).

Lo comentado constituye algo verdadero para Helga Nowotny. De ahí su afán consciente de reflexionar críticamente el comportamiento, avances y límites de la inteligencia artificial.

Lola Cañamero, experta en ciencia computacional y robótica, desde hace varios años, viene explorando y reflexionando la posibilidad de que las maquinas puedan tener capacidad sintiente. En tal sentido, se podría decir, que ha logrados elogiables resultados.

De su lado, Michael Spitzer abriga la esperanza de que algún día las máquinas pudiesen tener emociones. Con palabras relevantes como memorables sostiene:
(…) Las emociones también son una especie de algoritmo, de manera que la cuestión no es que las máquinas no sientan emociones. Algún día podrían sentirlas.

Esa afirmación, obviamente, luce hipotética. Sin embargo, en su interior subyace el sentido de la posibilidad y, acaso, si se quiere, cierto dejo de incertidumbre.

Una gran especialista en inteligencia artificial lo es Elena García Armada, doctora en ingeniería industrial y científica titular del Centro de Automática y Robótica. Con palabras sencillas escribe:
Los robots terapéuticos utilizan principalmente el lenguaje no verbal, la comunicación táctil y gestual y el reconocimiento de emociones para comunicarse con las personas. La roboterapia está basada en la terapia con animales donde se han demostrado los efectos terapéuticos de acariciar, hablar o estar acompañados por una mascota, como la bajada de la tensión cardíaca, la reducción del estrés o el tratamiento de una depresión. Investigaciones recientes han revelado que la roboterapia produce los mismos efectos sobre las personas que el tratamiento con animales, y en particular se considera un nuevo método para responder a las necesidades cognitivas de las personas mayores (incluidos los pacientes con demencia). Así, se dirige a pacientes que están en hospitales, donde no se permite la entrada de animales.

Esas palabras no dejan de ser muy significativas, en tanto dan cuentas, de manera explícita, de la importancia imprescindible de la roboterapia.
Por su parte, Byung-Chul Han, filósofo y gran pensador contemporáneo, asume una postura, critica frente al avance vertiginoso de la inteligencia artificial. Ello se aprecia claramente cuando escribe con mente lúcida y serena:
La inteligencia artificial no puede pensar desde el momento en que no está capacitada para el páthos. El sufrimiento y el padecimiento son estados que no pueden ser alcanzados por máquina alguna. A las máquinas les es ajena, sobre todo, la inactividad contemplativa. Solo conocen dos estados: encendido y apagado. El estado contemplativo no se consigue sencillamente desactivando el funcionamiento.

Según Han, las máquinas no tienen sensibilidad; no sufren, ni se emocionan. De ahí que no pueda trascender los límites de pura racionalidad. Por tanto, su calidad creativa habría de ser restringida.
Es de sabio reconocer que la inteligencia artificial tiene un futuro promisorio de invenciones y cambios insospechados. A lo mejor fuesen más para bien, en vez de mal. No obstante, sus actuaciones deberían ser controlada por una concepción ética, crítica y justa, totalmente contrapuesta a la razón desencontrada, siempre perdida y abismada en las sombras mustias del oscurantismo, la doxa decadente y el salvajismo violento y desenfrenado.

La inteligencia artificial debería apostar (para que pudiese alcanzar la certeza cognoscitiva) por la duda de la duda, la Ética, la justicia, la paz, el bien y la felicidad permanente de la humanidad.

En definitiva, tiene el deber moral y categórico de realizar funciones de gran utilidad social, económica y política para la humanidad. Aunque no dudase de la duda, ni pudiese evitar los imprevistos de la naturaleza, la inteligencia artificial podría desempeñar un rol fundamental la fobia de los humanos y de más seres vivientes de este aquí y ahora.

Como bien se sabe, la inteligencia artificial hasta ahora no posee una visión epistémica certera sobre el porvenir, lo desafíos, dudas, incertidumbres e interrogaciones que vienen dadas por la complejidad enrevesada del mundo de hoy.

Nuria Oliver, directora de investigaciones en ciencia de datos en Vodafone, ingeniera en telecomunicaciones y doctora en inteligencia perceptual, asegura que la inteligencia artificial, entre otras cosas:
(…) la inteligencia artificial es una disciplina con numerosas ramas de conocimiento. La escuela simbólico-lógica, incluye, entre otras, la teoría de juegos, la lógica, la optimización, el razonamiento y la representación del conocimiento, la planificación automática y la teoría del aprendizaje. Por otra parte, en la escuela bottom-up, destacaría: la percepción computacional (una de mis áreas de especialidad, que abarca el procesamiento de imágenes, videos, texto, audio y datos de otro tipo de sensores), el aprendizaje automático estadístico (machine learning, otras de mis áreas de especialidad), el aprendizaje con refuerzo, los métodos de búsqueda (por ejemplo, de texto, imágenes, video…), los sistemas de agentes, la robótica, el razonamiento con incertidumbre, la colaboración humano-IA, los sistemas de recomendación y personalización y las inteligencias social y emocional computacionales.

De lograr esos y otros propósitos, la inteligencia artificial pasaría a ser una esfera de certezas y dimensiones inigualables que, influida por varios saberes, permanecería abierta a distintas realidades, no solo para describirlas, sino para modificarlas y perfeccionarlas.

Nuria Oliver, como pocos, ha sabido conceptualizar las escuelas, ramas y componentes de la inteligencia artificial:
(…) permitirá que tengamos una medicina de precisión (personalizada, preventiva y predictiva) , una educación personalizada, y permanente, ciudades inteligentes, una gestión más eficiente de los recursos y una toma de decisiones más justas, transparente y basadas en evidencia. Asimismo, este impacto no vendrá exento de cambios de cambios sociales profundos, incluyendo una transformación del mercado laboral.

El contenido de la inteligencia artificial, en toda su esencialidad, es variado y complejo, razón por la cual se traduce en campo, digamos, de admirable riqueza cognoscitivas, donde fluyen certezas, incertidumbres, imágenes simuladas y otras no claras, que, a su vez, producen interrogantes y dudas sobre algunas funciones y proyecciones de lo que habría de ser en sí y para si la inteligencia artificial:
¿La humanidad sería más feliz o viviría intranquila con las innovaciones de la inteligencia artificial?
¿Con la IA el mundo mejoraría de manera total o parcial?
¿La vida sería mejor o peor?
¿La IA perpetuaría nuestro mundo o no?
¿La IA acabaría con los males sociales o mantendría una postura indiferente a ellos?
¿Impediría la ocurrencia de fenómenos naturales de dimensiones devastadoras?
¿Destruiría prejuicios y mentiras?
¿Prolongaría la vida o no?

Por esas y otras preguntas y los límites de la razón, la inteligencia artificial debería, para no perderse en las brumas de la razón desencontrada, ser posesa de la criticidad y dudar hasta de la propia duda.