El primer ministro de Inglaterra presentó su renuncia sin sorprender a los británicos. Coincidieron en que las razones de esa dimisión fueron cinco violaciones a los valores de la clase gobernante inglesa, considerados por ellos indispensables para haber sido lo que fueron y seguir siendo lo que son.
A continuación, las cinco causas fundamentales que, desde el 24 de Julio de 2019 hasta su dimisión, fraguaron la caída de Boris Johnson, el despeinado ex premier británico:
El encargado de la disciplina del grupo parlamentario conservador, Chris Pincher, "manoseó" a dos colegas en un club privado conservador a las que se añadieron acusaciones de otras conductas indebidas. Johnson tenía constancia de su existencia.
Las fiestas y encuentros sociales que miembros del Gobierno, incluido el propio Johnson, protagonizaron en Downing Street – sede del Ejecutivo – durante los meses de confinamiento. Luego mintió negando las acusaciones.
En octubre de 2021, la comisión de estándares parlamentarios halló culpable al diputado conservador Owen Paterson de haber quebrado el código de conducta y recomendó su suspensión, al haber empleado su posición para beneficiar a dos empresas para las que trabajaba como asesor. El Ejecutivo trató de bloquear esa suspensión.
El controvertido exasesor de Johnson, Dominic Cummings, cerebro en la sombra de la campaña del Brexit y mano derecha del "premier" al comienzo de su mandato, fue descubierto viajando con su familia a casa de sus padres en el norte de Inglaterra en medio de las restricciones más duras de la pandemia. Luego aseguró que Johnson prefería "dejar que se apilaran los cadáveres" a un tercer confinamiento.
La comisión electoral del Reino Unido, organismo independiente encargado de supervisar la financiación de los partidos, abrió en abril de 2021 una investigación para esclarecer de dónde procedían los fondos empleados por Johnson y su esposa para redecorar su residencia de Downing Street.
Si leemos detenidamente, comprenderemos que son faltas de carácter ético; ofensas al gobierno y a los gobernados del Reino Unido; insultos a una institucionalidad que ellos defienden a capa y espada.
Comenzando enero, dieron al mundo otro ejemplo de rectitud: la multimillonaria, poderosa y longeva reina Isabel ll, privó de títulos, rangos militares, privilegios, sueldos, condecoraciones y vivienda, a su hijo – dicen que su preferido – el príncipe Andrés. Esto, al confirmarse las aberrantes andanzas sexuales del otrora Duque de York.
Ni primeros ministros, ni reinas, ni representante o funcionario alguno, pueden saltarse la moral oficial de esa nación educada, rica, e indispensable para el equilibrio mundial. Quienes participan en la dirección de Gran Bretaña, saben que la contemporización no existe: si pifian con las buenas costumbres o con la ley se van a la calle de patitas. No existen compadrazgos, amistades ni parentescos. La moral pública se respeta.
Nosotros hemos sido lo que fuimos y somos lo que somos, porque hoy no tenemos definida una moral oficial. El Estado tiende a ser indiferente a leyes y valores, ignorándolos cuando conviene. Contemporizar con delincuentes es hábito. Esa ambigüedad ética parece que nos está llevando a consagrar una nueva figura jurídica: “ la intocabilidad presidencial”.
¿Acaso cabe en la cabeza de un ciudadano o político inglés que anden por las calles de su reino candidatos a todas luces corruptos, salpicados de escándalos de los pies a la cabeza? No. De ahí que Inglaterra haya alcanzado el primer mundo y nosotros permanezcamos en el tercero. Comprendieron hace siglos que sin una moral oficial no llegarían lejos.
En pleno siglo veintiuno, apenas comienza el dominicano, y un escaso grupo de su clase gobernante, a entender la importancia de una ética gubernamental. Es cierto que no somos ingleses; no obstante, igual que ellos, conformamos un conglomerado humano donde la decencia desde el poder resulta tan indispensable como el desarrollo económico.