Nunca como ahora habíamos presenciado un mundo atestado por la inmoralidad y la perdición. Nunca vimos al mal convertirse en algo permisible y aceptado, y lo que es peor, en algo promovido por aquellos que deben procurar el bien y la justicia. Pareciera como si la humanidad se rindiera ante tanto desenfreno, o como si se entregara a ser parte de un proceso de descomposición que no conduce sino a la corrupción de nuestros ancestrales valores. Tanta es la perfidia que predomina en el mundo que a las personas les ocurre lo que el autor del “Hombre en busca de sentido” llamó la muerte total de las emociones; un estado psicológico en el cual desaparecen las impresiones típicas frente a eventos impactantes o a acontecimientos desafortunados. Ya nadie se inmuta ante el crimen, la sinrazón o la inmoralidad, puesto que los comportamientos destructivos son casi la forma habitual de proceder en el día a día de nuestras vidas.

Curiosamente, en una época donde se ha roto todas las expectativas del conocimiento y la ciencia, hemos involucionado en lo verdaderamente importante: Nuestra humanidad. El conocimiento y la razón constituyen precisamente las variables que nos han convertido en seres esencialmente perversos, ya que teniendo todas las posibilidades de hacer el bien nos inclinamos incorregiblemente al mal. Es nuestra superioridad racional la que convierte a muchos en seres despreciables, sujetos capaces de matar por placer o por dinero, mentir a conveniencia y destruir adrede nuestro medio ambiente y el hábitat que compartimos con otras especies, siempre y cuando aquello nos proporcione egoístamente un beneficio mercurial.

Un ejemplo simple de aquel comportamiento destructivo y que llevamos a cabo para satisfacer deseos o necesidades inmediatas es lo que actualmente ocurre con la droga del fentanilo. El fármaco se trata de un poderoso opioide que se utiliza legalmente como un analgésico en pacientes que padecen ciertas dolencias. Fue fabricado por primera vez en el año de 1960 y utilizado 8 años después en los EEUU luego de su aprobación para uso exclusivamente médico. Sin embargo, hoy día la sustancia se ha convertido en un serio problema de salud pública para los EEUU de Norteamérica e incluso en una potencial amenaza para otros países del continente americano, ya que el opioide ha irrumpido en el mercado ilegal de las drogas con resultados catastróficos. Basta con repasar las estadísticas de muertes por sobredosis durante el año 2016 en el gran país, donde se encuentra registrada la considerable taza de 20,000 muertes relacionadas directamente con el fentanilo, constituyéndose así en la causa más común de muerte por sobredosis y en casi el 50% de las muertes por drogas durante ese año.

La pregunta es ¿Cómo se originó el empleo del fentanilo para uso recreativo y, por tanto, cómo irrumpió en el mercado de las drogas? Se originó precisamente en los consultorios médicos con la prescripción excesiva del fármaco. O sea, consultorios que, habiendo contraído acuerdos sobre la base de partidas económicas con los productores, procedían a una sobre prescripción del medicamento granjeándose así suntuosas ganancias a costa de la salud de los enfermos que fueron convirtiéndose, poco a poco, en drogodependientes.

Hoy en día se busca con altivez cuestionar la moral y la ética con argumentos colosales. Se lanzan objeciones e impugnaciones a sus valores y se pretende destruir cualquier razón basada en la convicción de la existencia de una verdad absoluta. No existe la moral, se dice con frecuencia, sino los puntos de vista relativos que ayudan a crear una ilusión de lo que es la verdad. No obstante, asumir el relativismo como una verdad sobrepuesta a cualquier otra equivale aceptar que para los beneficiarios de los consorcios farmacéuticos que desataron el desastre que tenemos hoy día con el consumo ilegal del fentanilo, hacerse de dinero a costa de la salud de millones es tan respetable moralmente como el que se opone a ello, y es eso precisamente lo que nos explica el mundo de hoy.

Hemos vuelto al primitivismo, donde vivimos para satisfacer nuestras necesidades primarias y nada más. Todo arte o toda expresión de belleza se reduce a lo erótico o sexual, y toda filosofía o política de conducta se resume en buscar las verdades que más nos convengan. Y así vivimos, echados al día, procurando ser felices a través de las cosas puramente tangenciales, que nos impulsan a retorcer nuestra visión del deber ser y a vivir una vida fundada en lo inmediato, sin propósitos ni destino…