La filósofa Claudia Carbonell, en el libro colectivo titulado La posverdad o el dominio de lo trivial (2019), señala a la indignación como una de las emociones que condicionan las decisiones y prácticas del espacio publico contemporáneo.

El término griego para indignación es Némesis, diosa primordial de la mitología griega que castiga la desmesura, asociada a la justicia, a la ira y a la venganza.

Relacionada con la búsqueda de justicia, la ira puede ser indignación ante un daño infligido a la sociedad que genera en ella una herida; pero también puede ser una cólera irracional contra lo que se interpreta como un daño personal y estimula el deseo de venganza.

La filósofa Martha Nussbaum propone deslindar estas dos dimensiones de la ira: la indignación como emoción que surge ante una situación injusta sin buscar la venganza; y la ira como furia vengativa. (La monarquía del miedo, 2019). La primera pasa por el filtro de la reflexión racional; la segunda es totalmente irracional.

Nussbaum propone el termino de “ira-transición” para referirse a la indignación, ira proyectiva que mira hacia el futuro buscando resolver las causas de la situación problemática sin centrarse en el pasado, en el daño infligido.

La ira-transición o “indignación” es necesaria en toda sociedad democrática que aspire a la justicia social. La ira vengativa es a lo que Carbonell se refiere en su escrito como indignación y que es explotada en las sociedades democráticas actuales por las campañas políticas de los sofistas y los demagogos.

La indignación busca la recuperación de la estabilidad perdida. Nussbaum la compara con la actitud de los padres que se indignan con la conducta incorrecta de sus hijos pero buscan que estos extraigan lecciones de la situación y no un castigo vengativo.

La política del odio, el quehacer público que se alimenta de un discurso violento contra los integrantes de un determinado colectivo en función de su etnia, orientación sexual o lugar de procedencia se relaciona con la ira irracional, no con la indignación.  Se disfraza de protesta social ante los inmigrantes y los diferentes. Pero en realidad es furia vengativa contra aquellos que “han destruido el orden idealizado de la tribu”. Es ira irracional basada en el miedo y, como señala Nussbaum, emerge del reconocimiento de nuestra vulnerabilidad.

Por ello, puede ser una emoción de fácil explotación por los políticos del odio y los proyectos fascistas que creen en la esencia metafísica del colectivo y en la amenaza de la impureza. Y por ello, debemos estar alertas de no confundirla con la indignación, porque a diferencia de esta, hace un flaco servicio a las sociedades democráticas.