NUEVA DELHI – India va camino a convertirse en el país más importante del mundo en el mediano plazo. Tiene la población  (que todavía sigue creciendo) y, con un PIB per cápita de apenas una cuarta parte del de China, su economía tiene un enorme margen para registrar ganancias de productividad. Asimismo, la importancia militar y geopolítica de India no hará más que crecer, y es una democracia vibrante cuya diversidad cultural generará un poder blando para competir con Estados Unidos y el Reino Unido.

Narendra Modi, el primer ministro indio, debe recibir reconocimiento por implementar políticas que han modernizado a India y respaldado su crecimiento. Específicamente, Modi ha hecho grandes inversiones en el mercado único (inclusive a través de una desmonetización y de una importante reforma impositiva) y en infrastructura (no sólo caminos, electricidad, educación y saneamiento, sino también capacidad digital). Estas inversiones -junto con políticas industriales destinadas a acelerar la manufactura, una ventaja comparativa en tecnología y TI y un sistema de bienestar digital y personalizado- han dado lugar a un desempeño económico robusto luego de la crisis generada por el COVID-19.

Sin embargo, el modelo que ha impulsado el crecimiento de India hoy amenaza con restringirse. Los principales riesgos para las perspectivas de desarrollo de India son más micro y estructurales que macro o cíclicos. Primero, India ha pasado a un modelo económico donde unas pocas “empresas líderes nacionales” -en efecto, grandes conglomerados oligopólicos privados- controlan partes significativas de la vieja economía. Es un caso parecido al de Indonesia durante el gobierno de Suharto (1967-98), al de China bajo el régimen de Hu Jintao (2002-12) o al de Corea del Sur en los años 1990 con sus conglomerados dominantes.

En algunos sentidos, esta concentración de poder económico le ha venido muy bien a India. Debido a una gestión financiera superior, la economía ha crecido a pasos acelerados, a pesar de tasas de inversión (como porcentaje del PIB) mucho más bajas que las de China. La implicancia es que las inversiones de India han sido mucho más eficientes; de hecho, muchos de los conglomerados de India hacen alarde de niveles de productividad y competitividad de clase mundial.

Pero el lado oscuro de este sistema es que estos conglomerados han podido cooptar la formulación de políticas . Esto ha tenido dos efectos amplios y perjudiciales: está sofocando la innovación y, en efecto, aniquilando a las startups en sus etapas iniciales y a los actores domésticos en industrias clave; y está transformando el programa “Hecho en India” del gobierno en un esquema contraproducente y proteccionista.

Hoy tal vez se puedan ver estos efectos reflejados en el crecimiento potencial de India, que parece haber caído en lugar de acelerarse recientemente. De la misma manera que a los tigres asiáticos les fue bien en los años 1980 y 1990 con un modelo de crecimiento basado en exportaciones brutas de productos manufacturados, a India también le fue bien con las exportaciones de servicios tecnológicos. El programa Hecho en India estaba pensado para fortalecer el lado negociable de la economía fomentando la producción de bienes para exportar, no sólo para el mercado indio.

Por el contrario, India avanza hacia una sustitución de importaciones más proteccionista y una subvención de la producción doméstica (con tintes nacionalistas), que aíslan a las industrias y a los conglomerados domésticos de la competencia global. Sus políticas arancelarias le impiden volverse más competitiva en exportaciones de productos y su resistencia a sumarse a acuerdos comerciales regionales está dificultando su plena integración a las cadenas de valor y de suministro globales.

Otro problema es que el programa Hecho en India ha pasado a respaldar la producción en industrias que requieren mucha mano de obra como automóviles, tractores, locomotoras, trenes y demás. Si bien la intensidad de mano de obra de la producción es un factor importante en cualquier país donde abunda la mano de obra, India debería centrarse en aquellas industrias donde tiene una ventaja comparativa, como tecnología y TI, inteligencia artificial, servicios comerciales y tecnología financiera. Necesita menos scooters y más startups de Internet de las Cosas. Como en muchas de las otras economías asiáticas exitosas, los responsables de las políticas deberían promover estos sectores dinámicos estableciendo zonas económicas especiales. Si estos cambios no se producen, Hecho en India seguirá arrojando resultados deficientes.

Finalmente, la  en torno al Grupo Adani es un síntoma de una tendencia que terminará afectando el crecimiento de India. Es posible que el rápido crecimiento de Adani haya sido posible gracias a un sistema en el que el gobierno tiende a favorecer a ciertos conglomerados grandes y estos últimos se benefician de esa cercanía a la vez que respaldan objetivos de políticas. Nuevamente, las políticas de Modi lo han convertido, merecidamente, en uno de los líderes políticos más populares en el país y en el mundo hoy. Él y sus asesores no son corruptos en lo personal, y su Partido Bharatiya Janata ganará justificadamente la reelección en 2024 más allá de este escándalo. Pero las maneras en que se percibe la historia de Adani son preocupantes.

Existe la percepción de que el Grupo Adani puede, en parte, estar ayudando a respaldar la maquinaria política estatal y proyectos financieros estatales y locales que, de otra manera, no contarían con fondos, dadas las restricciones fiscales y tecnocráticas locales. En este sentido, el sistema puede ser similar a la política de “clientelismo político” en Estados Unidos, donde ciertos proyectos locales resultan favorecidos en un proceso de compra de votos parlamentarios legal (si no enteramente transparente).

Suponiendo que esta interpretación fuera correcta, aunque sea en parte, las autoridades indias podrían decir que el sistema es “necesario” para acelerar el gasto en infraestructura y el desarrollo económico. Aun así, esta práctica sería tóxica, y representaría un aroma de realpolitik totalmente diferente en comparación, digamos, con las grandes compras por parte de India de petróleo ruso desde el inicio de la guerra de Ucrania.

Si bien estos envíos todavía representan menos de un tercio de las compras totales de energía de India, se han producido con un descuento significativo. Dado el PIB per cápita de alrededor de 2.500 dólares, es entendible que India quiera conseguir energía a un costo más bajo. Las quejas de los países occidentales que son 20 veces más ricos simplemente no son creíbles.

Si bien el escándalo en torno al imperio Adani no parece extenderse más allá del propio conglomerado, el caso sí tiene implicancias macro para la robustez institucional de India y las percepciones que tienen los inversores globales del país. La crisis financiera asiática de los años 1990 demostró que, con el tiempo, la captura parcial de la política económica por parte de conglomerados capitalistas compinches afectará el crecimiento de la productividad al obstaculizar la competencia, inhibir la “destrucción creativa” schumpeteriana y aumentar la desigualdad.

En consecuencia, pensando en el largo plazo, a Modi le conviene garantizar que India no avance en ese camino. El éxito de largo plazo de India, en definitiva, depende de que pueda o no fomentar y sustentar un modelo de crecimiento que sea competitivo, dinámico, sostenible, inclusivo y justo.

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/preserving-successful-india-economic-model-by-nouriel-roubini-2023-02/spanish