Evocación en vísperas del 159 aniversario del inicio de la epopeya restauradora.
En el inicio de aquella memorable conferencia que pronunciara el 26 de enero de 1937 en la sociedad “Amor al estudio”, de la Vega, el destacado intelectual Guido Despradel Batista- conferencia que, por cierto, le deparó no pocos sinsabores al no hacer mención del nombre de Trujillo, puso de manifiesto los sentimientos que todo estudioso de la vida de Duarte termina experimentado al escudriñar con serenidad y hondura su vida singular:
“Me abismé en la vida fecunda de este ilustre varón digno de un justiciero paralelo de Plutarco, y todo cuanto vi fue abnegación, dolor, fé y sacrificio”. Quise, en íntima comunión el alma con los santos intereses de la patria, escrutar su paradójico destino: y el egoísmo, la ignorancia y la injusticia me hicieron retroceder, sumido en hondas dudas y en desconsuelos desesperantes”.
El “paradójico destino” de la vida del patricio, comenzaría en plena lucha por la emancipación, pues ya el 2 de agosto de 1843, ante la persecución inmisericorde del general Charles Herard, se ve precisado a extrañarse del patrio lar, “objeto de su ternura y víctima entonces de la más negra opresión”, como escribiera Rosa Duarte.
“Este inmisericorde ensañamiento contra Duarte y los suyos no fue menos impenitente por parte de sus coterráneos. Alcanzaría su clímax a menos de seis meses de proclamada la República, obra de sus desvelos y sacrificios. El 22 de agosto de 1844, por resolución de La Junta Central Gubernativa, ya controlada plenamente por Pedro Santana y la élite conservadora dominicana, se dispone su destierro a perpetuidad junto a varios de sus compañeros en la empresa libertaria y posteriormente el de su madre y hermanos.
Conforme la referida resolución, se dispuso su expatriación del territorio:
“sin que puedan volver a poner el pie en él, bajo la pena de muerte que será ejecutada en la persona del que lo hiciere, después que sea aprehendido y que se justifique la identidad de su persona; a cuyo efecto, se le da poder y facultad a cualquier autoridad civil o militar que verifique la captura”.
Y como si lo antes expuesto no fuera ya suficiente, dejaba sentada la precitada resolución, una insinuación infamante y perversa, al afirmar que la medida antes expuesta, debía ejecutarse: “sin perjuicio de las indemnizaciones civiles que deban al erario público, o a algunos ciudadanos particulares, por la mala malversación que hayan tenido de sus empleos, por el abuso de poder que hayan hecho o por los daños y perjuicios que hayan causado”.
Preciso es acotar, a este respecto, que la primigenia intención de Santana era la de su fusilamiento, fatídica determinación, que pudo ser conmutada por el destierro gracias a la oportuna intervención del acaudalado propietario de ascendencia Judía Abraham Coén, quien tenía gran ascendiente sobre Santana porque apoyaba con sus recursos la lucha que se libraba contra Haití.
A decir de Emilio Rodríguez Demorizi, Coén se acercó a Santana, “para manifestarle autoritariamente lo que ningún otro se atrevería a decirle: fusilar a esos hombres! Esta usted loco? No señor, de ningún modo; expúlselos usted si cree que le hacen daño”.
Uno de los reclamos que varios de sus críticos formularon a Duarte, especialmente cuando comenzó a cobrar fuerza la polémica entre duartistas y sanchistas, es el hecho de que Duarte no regresara a la patria cuando cuatro años después de su destierro, como sí lo hicieron Sánchez y Mella y otros compañeros, tomando parte en las luchas intestinas de poder que se libraron durante la primera república, cuando el 26 de septiembre de 1848 el presidente Manuel Jimenes decretó la amnistía general para todos los expulsos por razones políticas.
No deja de ser sugerente a este respecto, la importante acotación de Don Emilio Rodríguez Demorizi: “Duarte se negó a volver a su país, gobernado por sus enemigos políticos”, afirmación que tiene completo asidero, si consideramos que Manuel Jimenes fue de los firmantes de la resolución infame que lo extrañó de la patria por él fundada, por lo que cabe colegir: ¿Qué confianza podía merecerle a Duarte aquella decisión propiciada por quienes se prestaron a legitimar la decisión de su destierro?
2.- El retorno de Duarte en el contexto de la guerra restauradora.
No es sino en abril de 1862, que recibe Duarte, de parte de su familia, la infausta noticia de que la patria que él concibiera y forjara ha sido anexada al extranjero por indigna resolución de Santana del 18 de Marzo de 1861. Había transcurrido más de un año de consumarse tan censurable determinación.
Cabe imaginar la indignación y decepción de Duarte en aquellas horas aciagas. Ya no era posible demorar el retorno a la patria ultrajada. El 1 de marzo de 1864 parte de Caracas, junto a su tio el general Mariano Diez, su hermano Vicente Celestino, Olegario Oquendo, militar venezolano y el joven poeta y patriota coronel Manuel Rodríguez Objío, “el Garcilazo de la jornada”, como le llamara Rodríguez Demorizi.
Saliendo desde Caracas, vía el puerto de la Guaira, inician su accidentada travesía hacia Santo Domingo sorteando innumerables acechanzas y persecuciones por parte de los agentes de España que surcaban El Caribe.
Su llegada a Montecristi, vía Cabo Haitiano, se produce, específicamente el 25 de Marzo de 1864 y le reciben el entonces jefe de operaciones del gobierno restaurador, general Benito Monción. Las memorables palabras con que se dirige en la carta enviada a Don Ulises Francisco Espaillat, en aquel entonces, no dejan de provocar, aún hoy, un singular estremecimiento emocional, cuando expresa:
“Dios ha suavizado mi camino no obstante las dificultades y peligros que he encontrado al volver. Aquí estoy con cuatro compañeros en el heroico pueblo de Guayubín, dispuestos a compartir con ustedes, en la forma que lo crean conveniente, las vicisitudes y las luchas que Dios nos tenga reservadas en la gran tarea de restaurar la independencia de la República; labor que ya ustedes han iniciado con tanto honor y gloria”
Cabe acotar como un dato significativo que en su trayecto de Montecristi a Guayubín, específicamente el 27 de Marzo del indicado año 1864, visita Duarte a Mella, Vicepresidente del Gobierno en armas desde el 18 de Marzo de 1864, vencido ya por terminal enfermedad, a quien no veía desde 1844. Mella moría dos meses después, específicamente el 4 de Junio de 1864.
Y es aquí cuando comienza otro complejo y accidentado capítulo en la sacrificada vida de Duarte, ya en las postrimerías de su existencia.
Y es que apenas unas tres semanas después de su retorno, ya el 14 de Abril de 1864, recibe Duarte un lacónico oficio remitido por Alfredo Deetjen, a la sazón, Ministro de Hacienda y Encargado de Relaciones Exteriores, en el cual le informa que por resolución del gobierno restaurador, se ha considerado destinarle al cumplimiento de servicios diplomáticos en Venezuela.
Dicha decisión, inconsulta por demás, es aún objeto de profundas cavilaciones historiográficas. ¿La misma fue parte de una intriga articulada con el propósito de alejar al fundador de la república del escenario de la guerra e impedir, de este modo, que se ensanchara su ya conquistada gloria en detrimento de los privilegios de los líderes restauradores?.
¿ No mueve a natural suspicacia la premura con que la misma fue tomada, justo en un momento en que era manifiesto el ardoroso deseo del patricio de integrarse cuanto antes al escenario bélico, como lo puso de manifiesto por escrito al momento de su arribo?.
¿Era acaso parte de un plan previamente diseñado antes de su arribo, puesto inmediatamente en ejecución en cuanto se supo de su retorno a la patria?
¿O expresión de absoluta confianza en las diligencias de Duarte en un momento en que peligraba la causa restauradora y se necesitaba de urgente ayuda extranjera para afrontar los embates del invasor?.
Duarte procura utilizar argumentos más que persuasivos, incluyendo el mal estado de su salud, para rehusar aceptar la imprevista decisión de que debe marchar a Venezuela. El 21 de abril de 1864 escribe a Ulises Francisco Espaillat, entonces Vicepresidente del gobierno en armas, señalándole que su deseo es el de :
“participar de los riesgos que arrostran en los campos de batalla los que con las armas en la mano sostienen con tanta gloria los derechos sacrosantos de nuestra querida patria”.
En el contexto de lo antes expuesto, es significativo, además, considerar otro hecho de especial importancia. Tres días apenas después de la llegada de Duarte y sus compañeros a Montecristi, el 28 de marzo de 1844, se publica en el periódico pro monárquico “El Diario de la Marina”, editado en Cuba, un artículo insidioso, con características de libelo, de autor anónimo, propalando razones calumniosas para explicar el retorno de Duarte.
Sólo la lectura de un párrafo da el tono de la intencionalidad malsana de dicha publicación:
“…el Presidente Pepillo Salcedo, Polanco el generalísimo y los no menos generalísimos Luperón y Monción, no querrán ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos y verán de reojo al recién venido, a quien considerarán como un zángano perezoso que viene a libar la miel elaborada por ellos”.
¿Qué tanto pesó en Duarte este artículo calumnioso, para hacerle desisitir de su propósito de permanecer en su patria?. Es aún hoy otro tema digno de consideración y análisis historiográfico.
Lo cierto es que en fecha 26 de Abril del 1864, escribe al presidente Salceldo, indicándole “…cuando ya había pedido caballos al Provisorio para ponerme en marcha hacia ese Cuartel General, vino a mis manos un artículo a desunirnos para hacer inútiles los esfuerzos de los dominicanos en la Restauración de La República”.
Duarte escribe nuevamente a las autoridades del gobierno restaurador, haciendo de su conocimiento que acepta la misión encomendada, ausentándose días después del pais, para no regresar jamás en vida. No obstante, realiza ingentes esfuerzos para apoyar con armas y pertrechos la lucha desigual que libraban los restauradores, pero tales digilencias no resultaron efectivas, especialmente por la compleja situaciòn interna y las precariedades económicas existentes entonces en Venezuela, pero también debido a las imprudencias y falta de tacto de Melitón Valverde, a quien se designa para acompañarle en la misión ante el gobierno venezolano.
Melitón, tan impulsivo como falto de tacto, realiza aprestos conspirativos al lado de los opositores al gobierno de turno, haciendo peligrar las gestiones de Duarte, al punto que este llegaría a escribir: “Si en 1844, mi rémora fue Pedro Santana, en 1864 lo es Melitón Valverde”.
¿Cómo han interpretado algunos estudiosos de la vida y obra de Duarte esta salida abrupta de Duarte del escenario de la restauración?.
Conforme el concepto del historiador Juan Daniel Balcácer, este “… se vió forzado a abandonar tres veces la República: … en Agosto de 1843… en Septiembre de 1844…y en junio de 1864, en plena guerra restauradora, cuando le fue encomendada una “misión diplomática” en Venezuela, con el velado propósito de alejarlo de Santo Domingo, pues era evidente que algunos de los caudillos en ciernes de esa epopeya bélica no estaban dispuestos a permitir que un prócer civil de su estatura moral y de sus múltiples méritos ciudadanos los pudiera desplazar del centro del poder político, en caso de permanecer activo en la política criolla”.
Pedro Mir al analizar, al referirse al tema, expresaría un aserto que mueve a profunda meditación:
“La solución era triste pero fácil. Más de veinte años de prédica anexionista constante había logrado endurecer y aún contaminar a los espíritus más puros y Duarte no cabía en aquel escenario. Su destino era el de los fantasmas, disiparse en las sombras”.
P.D.- Respecto al tema objeto del presente artículo, puede consultarse el texto “ Duarte en la Restauración: sus desvelos patrióticos y diplomáticos”, de la autoría del Embajador Emilio Conde Rubio y el autor del presente artículo. Ministerio de Relaciones Exteriores (Instituto de Educación Superior en Formación Diplomática y Consular, Santo Domingo, 2014).