Hay una pregunta, recurrente, que se hace en muchas partes del mundo, para referirse a un país. Es ¿cuándo se jodió, por ejemplo, Argentina o Venezuela? Los estadounidenses y mucha gente a lo largo y ancho del planeta se están preguntando ¿cuándo se jodió Estados Unidos?

A nivel económico Estados Unidos no está en problemas. Es un país con vastos recursos naturales y tecnológicos. Es el que traza las pautas, en gran medida, de la economía mundial. Las crisis económicas que le ocurren cada cierto tiempo forman parte de los ajustes dialécticos de la economía, y que sirven para revisar una serie de parámetros y hacer ajustes de leyes y prácticas que muchas veces resultan nocivas para el buen desempeño de la economía.

Pero a nivel político y social Estados Unidos está en medio de una severa crisis existencial, que incluso está poniendo a prueba la supervivencia de la nación. Y entre los factores desestabilizadores hay uno que sobresale: Donald Trump.

Pero estemos claros: Trump no inventó la enfermedad, es un síntoma de un síndrome que se viene consolidando desde hace muchos años. Para los expertos, el Estados Unidos de hoy se consolidó  a partir de la irrupción en el partido republicano de Newt Gingrich y su  Contrato con América. Mientras fue presidente de la Cámara de Representante atacó sin piedad al presidente Bill Clinton y con su influencia logró radicalizar al partido. Su discurso prendió en todo el partido republicano y al paso de los días la confrontación, la descalificación y el estruendo se adueñaron de la política estadounidense.

Con el desarrollo masivo de los medios de comunicación, la internet y finalmente las redes sociales fue mucho más fácil envenenar la consciencia de muchos ciudadanos, inconformes con su estilo de vida cada vez más precario.

Y apareció Trump y puso en marcha lo que Moisés Naím, en su libro La revancha de los poderosos, llama las tres pes: Populismo, polarización y posverdad. Como actor nato, Donald Trump llega con su histrionismo aprendido en los realities y empieza a poner en marcha una estrategia basada en las tres pes.

Durante su primer mitin en New York, Trump pagó cincuenta dólares por cabeza a dos mil zánganos para que asistieran a una concentración frente a la Trump Tower en Manhattan, y allí inició una campaña basada en el odio hacia los otros. Sus palabras se centraron en denostar a los inmigrantes, llamándolos criminales y ladrones.

Como maestro del populismo, su lema era Volver a hacer grande a América. Siguiendo con su estrategia de las tres pes empezó a manipular verdades para convertirlas en mentiras y mentiras en verdades.

Donald Trump no fue tomado en serio desde el principio, hasta que los actores políticos, demócratas y republicanos, se dieron cuenta de que estaban metidos en un callejón sin salida. Los resultados de las elecciones de noviembre de 2016 fueron un mazazo en la cabeza al establishment político. Y conocemos lo que aconteció durante su gestión.

Pasadas las elecciones de 2020, Estados Unidos empezó a vivir un drama inédito. Un presidente que quería quedarse en el poder tras haber perdido las lecciones, al mejor estilo de las repúblicas bananeras de las cuales ellos se burlaron tanto.

Hoy Estados Unidos vive un clima político enervado. Donald Trump tiene en su haber cuatro procesos penales de diversas índoles en los cuales se le han imputado más de cuarenta delitos graves. Aun así es el gran favorito para ganar la convención interna de su partido; y esto se explica por el hecho de que Trump, cuando alguien lo enfrenta, lo ataca de manera inmisericorde a lo interno del partido republicano y logra, en muchas ocasiones, hundir a sus adversarios. El miedo, el chantaje, le han dado muy buenos frutos. Además, sabe cómo crear lealtades en ciudadanos con baja escolaridad, incluyendo, algo insólito, a muchos hispanos.

Entonces todo el mundo quiere saber qué pasará de cara a las elecciones de 2024. Ninguna ley ni la constitución le impiden presentarse como candidato a la presidencia, aunque fuera condenado en alguno de los procesos que se siguen en su contra. Es así como Estados Unidos podría llegar a tener un reo que salga de la cárcel hacia la Casa Blanca.

Ahora bien, falta comprobar de qué está hecha la sociedad estadounidense. Si va a permitir que un gran truhán siga hundiendo a su país en la confrontación, en la peligrosa polarización y en la mentira.

En Estados Unidos la población votante tradicional hoy está dividida en partes iguales, un cuarenta por ciento republicanos y otro cuarenta por ciento demócrata. Y está el veinte por ciento de independientes, cuyos votos son más sopesados, más conscientes. Y dudamos que esos ciudadanos quieran elegir el peligro para que los gobierne, al hombre que a través de sus jueces ultraderechistas está liquidando derechos civiles de las mujeres y otras minorías, que ha estado dinamitando las instituciones que le han permitido a esa gran nación mantener una democracia estable desde su independencia.  Aunque, con Trump nunca se sabe.