"El Olimpismo es una filosofía de vida que exalta y combina, en un conjunto armónico, las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. (…)  un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales"

Carta Olímpica.

Principios fundamentales del Olimpismo. Artículo 1.

El pasado día 26 de julio del presente año, contrariando mi costumbre de evitar todo cuanto proceda del mundo del deporte, disfruté la inauguración de los Juegos Olímpicos. No suelo hacerlo y tampoco lo había previsto en esta ocasión. Fue mera casualidad y sinceramente me fascinó el espectáculo. Francia y una ciudad como París se permitieron, en un hecho sin referente previo, romper la tradición y alejar a la élite del deporte mundial del estadio olímpico para llevarla hasta el centro mismo de la urbe. El acto de apertura se llevó a cabo de un modo maravillosamente vibrante y desafiando sin rubor alguno lo ya conocido, con la presencia de todos los participantes surcando el Sena a bordo de impolutos "Bateaux mouches" e integrando el espíritu abierto y conciliador de las olimpiadas por toda una ciudad que vistió sus mejores galas. Un recorrido inolvidable para una tarde de copiosa lluvia. Paris no sólo alteró, para disgusto de quienes esperaban más de lo mismo, la dinámica olímpica haciendo historia, sino que amplió horizontes para mostrar un resumen arriesgado y valiente de su propia trayectoria como pueblo a través del arte y de las letras, el cine, la cultura y la moda que impregnan, como en casi ningún otro lugar del planeta, su ADN. Francia optó una vez más por hacer lo que más le gusta: arte y trasgresión.

Personalmente me siento ya cansada de contemplar espectáculos correctos, monocordes y hechos solo para complacer; harta de ese medir la lengua y el mensaje  y disfrazar las palabras. Estoy cansada del juego sucio y mediocre que ahora practicamos con tanta soltura para quedarnos siempre a medias tintas y no llegar a nada. Me aburren los mediocres, los correctos, los vivos que se fingen muertos con esa letal condición que todo lo lastra, los venenosos, los que injurian, los que se sienten injuriados por exceso de celo, los timoratos, los "ofendiditos de todo oficio y condición", los que esperan a que el otro opine para no errar juicio y ocupar siempre en el estrado la posición correcta. Me molestan profundamente los que juzgan solo bajo su particular prisma, los que tratan de impedir que el mundo avance, los que no se emocionan y todo lo critican, los que jamás harán de su capa un sayo ni cambiarán un ápice su postura salvo que sea en favor propio.

Retomando el hilo, tras la necesaria disgresión que logre fijar con claridad mi estado de ánimo como espectadora, debo reconocer que, pese a la reticencia inicial, comencé a disfrutar y no poco del evento, hasta sentirme por momentos  absolutamente exultante. Siempre he estado convencida, de que el hecho de valorar con generosidad el trabajo de los otros, nos hace no sólo mejores personas sino que nos permite abrirnos a opciones que previamente no habríamos contemplado. Francia puso de relieve, con la ceremonia de apertura de los juegos, que no solo había asentado su magnífica realización en un proyecto solido, sino que había detrás una ambiciosa propuesta llena de imaginación que le permitió mostrar al mundo que narrar la vida desde otro punto de vista es posible. Su puesta en escena fue en todo momento vigorosa y poco complaciente tal vez para contradecir un sentimiento chauvinista que  reconocemos esencialmente francés. A mí particularmente me encantó esa revisión histórica desprejuiciada, divertida y con enorme sentido del humor. Uno asume su historia para bien y para mal si quiere seguir adelante y eso creo que hizo París: mostrar al mundo sus aciertos y errores. Presumirse de bonita sobre todo porque lo es, reconocerse -sin exceso de jactancia- artística y rompedora ya que pocas ciudades logran hacerle sombra en tales menesteres.

El pasado viernes, la Francia de la libertad,  confirmó de nuevo al mundo que hay que arriesgar para ahuyentar viejos fantasmas. Ofreció un reto visual y narrativo, distintas formas de mirar llenas de fantasía y colores estridentes, de celebraciones dionisíacas en amistoso contubernio, aunque la ignorancia que siempre es atrevida haga una lectura errónea y una caprichosa y peculiar interpretación de ciertos símbolos. Toda una puesta en escena alocada y colorista, en una suerte de fiesta plural e inclusiva que no juzgaba cuerpos ni tallas, que no imponía género ni roles asignados de antemano. Una Francia que sigue apostando por la igualdad y la fraternidad sin apartar sus ojos de lo importante. Una fiesta de exaltación del deporte que al mismo tiempo no cejó en su empeño por invitarnos a respetar la diversidad del ser humano, con una firme y decidida voluntad de apoyo al colectivo LGTBIQ+, arriesgando a ganador por todo aquel que ama a otra persona, sea del sexo que sea aquel que habite su cama; que pone de relieve con orgullo nacional a sus mujeres, esas que tejieron de tú a tú con los hombres el largo recorrido de este pueblo. Paris se inundó de una preciosa e incansable lluvia que no logró replegarla en sí misma sino hacerla aún más hermosa, mientras festejaba un mensaje de unión y entendimiento.

He leído por parte de cientos de detractores, esos que se lanzan como alimañas a expandir veneno y generar confusión en redes sociales y cierto tipo de medios de información que se instalan en idéntico propósito,  que los franceses han violado todas las leyes posibles. Que se ha hecho de la ceremonia de apertura un discurso excesivamente politizado y yo solo soy capaz de pensar que ojalá el Partido Popular español mantuviera y con idéntica fuerza ese mensaje abierto que ha lanzado la derecha de Macron y no voy a juzgar cuán acorde es a su política, ni si en un mundo de mentiras a él le ha crecido un poco más que a otros la nariz. El contenido de las distintas performances enfureció y mucho a la extrema derecha. Ofendió a la derecha no autóctona y de igual modo a la izquierda, pero yo que desde mi posición de progreso jamás he permitido que nadie dicte lo que deben ver mis ojos ni que me someta a voz que no sea la mía, disfruté muchísimo de un acto que consiguió mantenerme bien atenta y no sumirme en ese beatífico sopor tan propio de este tipo de fastos.

Se acusa en los últimos días al país galo y con palabras de grueso trazado, -¡ay de nuevo la pretenciosa ignorancia!- de graves ofensas a la Iglesia Católica y me pregunto cómo abordar tamaña empresa frente a tan alta institución cuando ésta se basta a sí misma para labrar su propio descrédito. Y por cierto aún estoy por entender quién le ha dado vela en este entierro a los católicos ni por qué se han sentido objeto de escarnio. Solo el desconocimiento y la desconfianza avalan tal teoría. Los dioses del Olimpo, en cuyo nombre se celebraban los primeros juegos deportivos de la antigua Grecia, eran dados a la fiesta y al placer de los sentidos unos cuantos siglos antes de que el cristianismo tomara forma y viera la luz. Y esa fue exactamente la representación que vio el mundo a través de la televisión y que algunos, entiendo que por simple desconocimiento y no desde luego por mala fe, malinterpretaron. Que alguien me explique qué sentido tiene la presencia de Dionisos en la representación de la última cena de Jesucristo y sus apóstoles. ¿Qué tienen que ver las múltiples deidades griegas con el hijo del único dios de los cristianos y con esa última cena? Desde luego cada uno es libre de interpretar qué tipo de cosas le hieren aunque sea, a veces, con propósito inconfesable.

Se ha calificado, cómo no, por ciertos sectores ultraconservadores, esta inauguración de los juegos de espectáculo grotesco y de pésimo gusto por ciertas imágenes y escenas ya revisitadas una y mil veces desde cualquier ámbito artístico y cultural. Lo cierto es que no fiaría yo en ellos ni en su acertado criterio cualquier decisión… No, tampoco en este campo. Tienden a confundir a menudo conceptos y son poco confiables en este terreno. No lo digo yo. Les avala el rodillo de la censura. ¡Cuánto ha de callar la incultura y cuán arrogante se muestra en sus juicios!

Por otro lado es cierto que es difícil complacer a unos y a otros se haga lo que se haga, pero causa y no poco desconcierto, el hecho de que un planteamiento plural y festivo que se pretende alegre, haya sido definido como feroz burla y agresión por un universo al que ya no le sorprende nada y donde la impunidad ante el horror y la impostura cotidiana se han convertido en el pan nuestro de cada día. Tal vez, definitivamente, estemos navegando en aguas bravas en un mundo absolutamente desnortado. Cuando el ser humano pierde la capacidad de reír y apelar al sentido del humor todo se convierte en dogma, esa estructura que no se interroga ni se cuestiona a sí misma. Toda certeza es, sin duda, sumamente peligrosa.

Precisamente en un momento como el presente en el que muchos, cualquiera que sea su ubicación geográfica en el globo, miran con desparpajo hacia otro lado; en este preciso momento en el que se asesina impunemente de mil maneras posibles, emergen ese tipo de personas que arrugan su nariz cuando creen arbitrariamente que algo les toca de cerca, mientras permanecen ajenos al enorme hedor que desprende mucho de cuanto hoy nos rodea. ¡Hace falta ser hipócritas!

Y así podría seguir hasta el infinito. La lista de pecados que se han adjudicado en estos días al país anfitrión de los juegos 2024 es inagotable. Por fortuna y para equilibrar la balanza, los elogios no son de menor tamaño ni su entusiasmo se muestra más silencioso. Por mi parte me atrevería a señalar tan sólo pequeños detalles de poca importancia y un grave error, en ningún caso atribuible al país que proporciona alojamiento. Particularmente me hiere profundamente la presencia de Israel. Considero inaceptable que en unos juegos olímpicos, celebrados en pleno siglo XXI, se acepte la participación de un país que no ha cesado de asesinar y estrechar el círculo de miseria y de horror en torno a miles y miles de Palestinos inocentes. La desvergüenza del Comité Olímpico Internacional y el pobre argumento que justifica la presencia de esta delegación solo convence a los de siempre, pero algo me dice que buena parte del ejército de los "ofendidos sin fronteras"  no va a opinar lo mismo que yo. Sinceramente me preocupa muy poco lo que tienen que decir. Hay líneas infranqueables que separan a los hombres y que definen su existencia.

"Citius, Altius, Fortius – Communiter",