En el presente, ante la indecisión de algunos y el desorden ostensible de todos los demás, Haití no acaba de tocar fondo e, incluso, a pesar de tanto de sus recursos humanos en el exterior, la cosa -sea pública o privada- siempre puede ir a peor.

Al fin y al cabo, Cualquiera dirá que todo es posible, o imposible si así se prefiere, dado los niveles de codicia y de corrupción vigentes en el país que despertó la imaginación latinoamericana, si no mundial, luego de bizarros eventos libertarios y extrañas leyendas de zombis y de prácticas de encanto vudú. Podrá decirse y creerse todo, menos lo relativo al concierto que requiere un orden democrático de ascendencia occidental en la tierra que inspiró la obra con la que Carpentier enunció el realismo mágico, en el reino de este mundo.

La odisea de ese pueblo en continua fuga de sí mismo es tanto más desesperada cuanto que todavía a estas horas ni siquiera Alguien vislumbra una salida novedosa y esperanzadora a su tragedia. A no ser, esto sí, que en estos días, a instancia haitiana, y con el apoyo que se genera desde tierras caribeñas, Nadie renueve el mismo remedio fallido de antaño: una renovada fuerza de intervención llegada de fuera, encabezada finalmente por quienquiera que sea. Dicha fuerza podría ser multilateral o unilateral, con o sin el visto bueno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero siempre vestida con uniformes comprados con moneda extranjera en los rincones más insospechados.

Su engendro, policial o no, que se sepa en estos instantes, no cuenta con el consentimiento de las mal llamadas `bandas´ en Haití, verdaderos grupos armados que controlan a sangre y fuego más de un 80% del territorio capitaleño y sus alrededores. Esos grupos continúan la política por otros medios. Y, con razón o sin ella, más de uno de ellos, relativamente independientes ya de sus respectivos mentores, ha evolucionado y aspira a riesgo y cuenta propia a la cima presidencial. Sin lugar a dudas, en ese contexto de inseguridades, la indecisión de la comunidad internacional acrecienta el papel protagónico de intermediarios y corredores de poder (power brokers) de la talla de Guy Philippe o la de Jimmy -Barbecue- Chérizier.

Por vía de consecuencia, se aproxima el momento en que los actuales exponentes del autosostenible status quo que circunda y entrecoge en sus manos a Haití exclamen -para sorpresa de pocos ingenuos- que negocian y cuentan con los susodichos grupos armados y sus líderes de facto, siempre y cuando el objetivo final sea pacificar e institucionalizar un orden propiamente haitiano, algo más estable y sostenible que el actual.

Ahora bien, en la eventual antesala de que llegue a la sociedad haitiana la oportunidad de erradicar en libertad su acerbada inanición, al descubierto ha de quedar el principio y fundamento de tanto conflicto y tanta incapacidad institucional para solucionar los conflictos que ahoga a tantos herederos de dicho reino.

Precisamente, por ende, una última reflexión circunstancial a propósito de la cuestión de fondo: tras más de 200 años de historia republicana, ¿por qué tan cuestionables logros actuales en suelo haitiano? O, si se prefiere interrogar con otra tesitura, ¿qué mal impide, mientras no se remedie, mejores resultados?

Así, pues, queda por cernir, una explicación a tales preguntas. Imposible que la respuesta sea unívoca y que a todos complazca; en particular, a la luz de la histórica Revolución y posterior Independencia de Haití. En tal contexto, el énfasis dependerá siempre de en quiénes recae forjar su propio porvenir.

Fernando I. Ferrán. Antropólogo y filósofo, coordinador de la Unidad de Estudios de Haití, UEH, y director del Centro de Estudios Económicos y Sociales, P. José Luis Alemán, SJ, de la PUCMM.