Hay eventos que trascienden y dejan una emoción honda no solo a quienes pudieron vivirlo o presenciarlo. Son hechos que mueven una fibra colectiva y marcan el imaginario social produciendo una variedad de sentimientos y reacciones de efecto a largo plazo o de un particular para siempre.
Este lunes 6 de junio yo estaba terminando de almorzar en casa; debían ser la una y quince de la tarde. Tenía el celular en las manos cuando el teléfono fijo sonó. Sabía que era mi padre, pues nadie más me llamaría a esa hora. Respondí y solo me dijo:
– ¿Supiste?
Algo importante había pasado. Lo sabía. -¿Qué pasó? Respondí. – Mataron a Orlando… Silencio de ambos lados.
En mi vida solo hay tres Orlandos. Sin que esto implique un orden de importancia, diré que el primero no colinda en ningún aspecto con mi padre, así que en una milésima de segundo quedó descartado por mi. El siguiente es apellido Martínez, asesinado durante uno de los azarosos gobiernos del fallecido Joaquín Balaguer; descartado. Quedaba el tercero, Orlando Jorge Mera. Me llevé la mano a la boca y empezó mi desazón y sentimiento de "no puede ser" y "no lo creo". La llamada no duró más de lo que toma una breve explicación, pues ambos no sabíamos qué decir. Solo fue despedirnos y yo investigar un poco qué demonios había pasado.
Redacto estas líneas hoy viernes y al concluir el párrafo anterior mi corazón se acelera y mi ser se conmueve por completo. Soy dada a la emoción profunda según sea el escenario psíquico en el que me halle. Este lo es. Desde ese momento se ha colocado sobre mi cabeza una sombra-sensación extraña. Hay situaciones que sencillamente son difíciles de asimilar.
Incluso se me dificulta dar con la palabra que exprese lo que necesito significar. El castellano me ha resultado escaso. Leyendo lo que ha publicado la prensa de parte de los más allegados a Orlando, así como a muchos otros conocidos y amigos, identifico el mismo sentimiento. Resulta que en mi caso, la ira, que sería un sentimiento muy lógico y de esperarse, dada la desventura de lo ocurrido, me ocupó solo en un breve momento, luego regresé a la incredulidad. Nuevamente, palabra que me calza poco. Y lo advierto así porque todavía me hallo en un estadio cuasi paralelo.
Entiendo bien los hechos; fácticamente hablando, un sujeto en tal o cual estado ha disparado su arma de fuego contra otro hasta provocarle la muerte. Sin embargo, visto desde la emoción y en contexto, no es tan sencillo. Como ciudadana, dado que Orlando era un servidor público que servía a mi país, este hecho me ha producido miedo y temor. ¿Cómo es que una persona se hace con la decisión de ir a eliminar a alguien que le obstaculiza sus propósitos materiales, siendo este alguien una figura cimera de la vida política nacional domincana? Si hemos llegado a este punto, creo que grave es otra palabra que nos sirve poco. Qué sigue después de grave. ¿Acaso asimilamos la dimensión de lo ocurrido ese triste 6 de junio?
La emoción que viene añadida al sentimiento de impotencia, dolor, tristeza, desazón, angustia, y más, no me permite entender ni comprender que un ciudadano de la calidad de Orlando haya sido asesinado, ni de la forma en que fue ni de alguna otra, sencillamente la cabeza y el pecho no me alcanzan para tanto. Quizá me falte más mundo o tigueraje. Imagino que lo asumiré con el tiempo, sin que ello signifique que lo entienda. Igual no creo que algo de esta naturaleza sea para entenderse. En mi universo particular esto sencillamente no tiene razón ni oportunidad de ser.
Ese lunes fatídico no solo se le quitó la vida a un padre, a un hermano, y a un esposo o amado familiar. Una amiga personal perdió a un compañero de luchas. Su dolor me es muy cercano. Yo perdí a un funcionario que puso su empeño en adecentar un ministerio otrora corrupto casi por definición. El país perdió. Solo me resta respirar, confiar, como he dicho antes, y contra todo pronóstico, en el curso de los eventos, aunque todavía no me lo crea.